
Entrevista
César Aira: «Los lectores somos los seres más improductivos del mundo»
El autor argentino reúne once intervenciones públicas en el volumen «Actos de presencia»

Autor prolífico, como demuestra su extensísima bibliografía, César Aira ha decidido reunir sus disertaciones, las realizadas entre 1989 y 2021, en «Actos de presencia», publicado por Random House esta semana. El volumen recoge varios de los intereses literarios y artísticos de un autor que suele estar todos los años en las quinielas del Premio Nobel. En sus páginas aparecen inteligentes aproximaciones a Norah Lange o al modernismo de Rubén Darío pasando por textos mágicos, como aquel en el que imagina un Buenos Aires totalmente desierto salvo por los árboles. Tampoco faltan las referencias a su querido Marcel Duchamp, además de reflexionar sobre la escritura misma. Todo ello hace que nos encontremos ante uno de los libros más importantes para conocer al autor de «La ola que lee» o «Un episodio en la vida de un pintor viajero». César Aira concedió esta semana la siguiente entrevista a este diario para presentar un trabajo en el que tenemos algunas de las claves para conocer su excepcional estilo literario.
El título, «Actos de presencia», evoca a hacerse visible en un espacio público. ¿Cómo relaciona este concepto con la escritura? ¿El César Aira que hace acto de presencia a través del ensayo es distinto al que lo hace a través de la novela?
Todos los textos de este libro tienen en común que fueron leídos por mí delante de un público y fueron escritos con ese fin a la vista, es decir, forzando un poco la claridad y sin esas frases largas y proliferantes en las que suelo solazarme.
Afirma que la literatura le impedía escribir, puesto que esta «era la escritura formateada por el valor». ¿Literatura y escritura son cosas distintas?
La libertad en la escritura se termina donde empieza la exigencia de calidad. La literatura la exige, como todo arte, y hay que tenerla en cuenta aunque produzca la incomodidad de sentirse un vendedor de baratijas bien pintadas.
En las conferencias reflexiona sobre un concepto como es el de la mercancía. ¿La literatura se ha vuelto una forma de mercancía?
Los escritores presumimos de no ocuparnos del destino comercial de nuestros libros. Pero algo nos ocupamos, no tanto por el dinero que producen, que suele ser poco, sino porque no hay otro modo de saber si hubo o no lectores.
Dedica uno de los textos del libro a la argentina Norah Lange. ¿Qué es lo que más valora de esta autora? ¿Qué comparte su narrativa con la de Lange?
No tengo un interés especial en Norah Lange, sus libros me parecen laboriosos y aburridos. Pero como era hija de noruegos, y los noruegos la reivindican y me invitaron a hablar de la escritora, hice el esfuerzo de releerla y de encontrar algo bueno que decir, y tuve una buena excusa para ir a Oslo y ver todos los cuadros de Munch que quise.
En otro de los textos del libro imagina un Buenos Aires vaciada del todo, sin personas, sin edificios, sin tráfico. Eso sí, la única excepción son los árboles, que mantienen su presencia. ¿Qué le llevó a fantasear con esta idea?
Soy muy caminador de la ciudad, y Buenos Aires tiene muchos y muy buenos árboles, hoy arrinconados por la ferocidad inmobiliaria, así que la fantasía surgió naturalmente. Cuando me invitaron a un coloquio en Madrid sobre la ciudad pensé que era un buen punto de partida para divagar sobre el tema.
En la charla titulada «Las tres novelas» comienza hablando de una que salió mal, que le pareció «imperfecta», según sus palabras. ¿Qué entiende usted por imperfección en literatura? ¿Qué valor tiene la imperfección en la creación?
Creo que hay distintos tipos de imperfección en la literatura, y algunos conviene cultivarlos, por ejemplo la sprezzatura, ese elegante desaliño del dandi, opuesto a la corrección atildada a la que se siente obligado el oficinista al ir a trabajar.
Afirma asimismo que «el arte es la máquina de extraviar intenciones». ¿Cree, en este sentido, que innovar es ir en contra de cualquier intención previa?
La única intención que vale la pena en nuestro trabajo es hacerlo bien. Si la intención es dar una lección de moral o civismo es preferible que salga mal porque solamente entonces puede salir algo bueno.
«La poesía debe ser hecha por todos, no por uno», asegura. ¿Podemos ver en esta afirmación un cuestionamiento de la autoría individual? ¿Entiende la creación artística como algo colectivo?
No. Esa cita proviene de mi devoción por Lautréamont, pero no sé muy bien qué puede querer decir. La creación artística es individual. Yo diría que militantemente individual.
¿En qué forma encaja un libro de ensayos en una obra como la suya marcada por la ficción?
Yo no tengo el don natural del narrador o el poeta. Tuve que aprender a hacerlo, y para eso hay que examinar, en los libros ajenos y en los propios, los instrumentos y mecanismos del oficio, y de esas reflexiones fueron saliendo mis ensayos.
Señala que la lectura de novelas es una operación temporal ambigua porque no sabemos si estamos ganando o perdiendo el tiempo. En una sociedad capitalista como la nuestra donde todo está capitalizado, ¿se rechaza la idea de una lectura en la que se pierde el tiempo?
Esas observaciones que he hecho salen de mi perplejidad ante las campañas de promoción de la lectura que realiza el Estado. Entiendo que las hagan escritores y editores, claro, porque es su negocio. ¿Pero el Estado? ¿Qué gana el Estado con que la gente lea novelas? ¿No debería hacer campañas en contra? Los lectores somos los seres más improductivos del mundo.
El libro contiene disertaciones realizadas entre 1989 y 2021. Al volver a leerlas, ¿pensaba que revisaba su pensamiento?
En realidad, no releí mucho. Temía deprimirme.
Menciona en estas disertaciones a Marcel Duchamp, artista al que dedicó un ensayo en 2010. ¿Qué importancia ha tenido en su concepción del arte y la literatura?
Duchamp es para mí un fetiche, desde 1968, cuando leí en un diario que había muerto, compré su «Marchand du Sel». No tiene casi nada que ver con lo que yo hago. Es un amor desinteresado.
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