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Arte

Mariano de Pano, el hombre que redescubrió las pinturas de Sijena

El especialista publicó en 1883 un estudio que daba a conocer las pinturas medievales

Pinturas murales del monasterio de Sijena en el Mnac larazon

En estos días mucho se está escribiendo sobre las pinturas medievales de Sijena en el Museu Nacional d'Art de Catalunya (Mnac), una polémica que parece que no tiene fin y que este lunes conocerá un nuevo episodio clave con la reunión del patronato del museo. Tal vez, para conocer la importancia de lo que estamos hablando vale la pena acudir a fuentes originales, a aquellos que fueron los primeros en poner por escrito la importancia de las piezas de la discordia. Uno de ellos nos lleva a Lleida, en 1883, cuando aparecía en esa ciudad una pequeña obra, de medio centenar de páginas, que se convertía en una de las primeras aproximaciones al monasterio de Sijena y al arte que guardaba en su interior.

El autor de la misma era un historiador llamado Mariano de Pano y Ruata, miembro de la Real Academia de Historia, además de contar con ilustraciones de Joaquín Capri y Ruata. Dedicada a la entonces priora del Real Monasterio, además de contar la historia de aquel templo, aquella publicación contaba detalles muy interesantes sobre el arte hoy objeto de discusión político. Cuando Mariano de Pano entró en el monasterio, las obras no habían sufrido fuego alguno, aunque sí el desgaste evidente del paso del tiempo. De la sala capitular, donde “según la antigua y estrechísima regla, todos los días, después de prima, debían celebrar capitulo las religiosas”, el historiador recordaba que en tiempos del rey aragonés Jaime II, es decir, entre 1291 y 1327, hubo en este espacio lujo en los adornos y la suntuosidad de las pinturas, pero la humedad del monasterio hizo que al final las cosas no acabaran muy bien. Pano escribió que encontró los frescos en un estado “semejante a un anciano que todavía muestra, a través de las arrugas de su frente, el vigor y lozanía de su juventud. Pinturas en los grandes arcos, ricos arresones en el techo, cal en los muros, ventanas unas tableadas, otras variadas en su forma”.

La “Genealogía de Jesucristo” era el tema que contempló en esa sala Mariano de Pano cuando entró en el monasterio una tarde de agosto de 1881. Es interesante constatar cómo se encontraba todo cuando alzó la cabeza y miró el techo de la sala capitular. “Admirando las bellezas y las antigüedades de aquella estancia, me hallaba, en compañía de mi excelente amigo el ilustrado catedrático de Córdoba Don León Abadías; versaba nuestra conversación sobre las pinturas de los arcos, causándonos extrañeza que los muros del salón no apareciese decorados de igual manera, cuando observamos sobre la cornisa de la pared del norte, entre las resquebrajaduras de la cal, algo que parecía estar pintado. Verlo y comenzar a separar el blanqueo con el corte de un cuchil1o, fue obra de un momento; mas no era solo cal, era además una capa de yeso de un centímetro de espesor, que ocultaba las sorprendentes pinturas que voy a dar a conocer”, escribe el especialista. Para él fue una sorpresa empezar a descubrir una serie de composiciones que lo dejan impresionado. En su relato apunta esas primeras impresiones, como cuando rememora que “pronto apareció una hermosa

cabeza de torneadas proporciones, de oscura tez, de lánguido mirar, apoyada su mejilla izquierda en una mano firme y delicada; en torno brillante aureola que parecía haber estado sembrada de estrellas, mas abajo un ropaje duro e incorrecto. El descubrimiento se hacía más interesante cada vez; de las entrañas de aquél muro iban brotando notabilísimas figuras; ángeles que sostenían largas filacterias, mujeres de luengo ropaje y gracioso tocado; detrás un fondo azul tachonado de estrel1as”.

Otro ejemplo en el relato es la sorpresa al descubrir la escena del nacimiento de Jesús y que resalta por su originalidad. El estudioso subraya que “no es fácil encontrar representación más original de la escena de Belén. A la derecha aparece la Virgen María recostada en el suelo, sobre una especie

de manto que la envuelve, y apoyando con la mana izquierda la graciosa cabeza. Ocupan el centro dos mujeres que parecen fámulas o criadas: la una está sentada, sostiene sobre sus faldas al Divino Infante, e introduce la mano derecha en una vasija, para ver si esta caliente el agua que va derramando en el1a la otra mujer, con intento, sin duda, de lavar al recién nacido. Sentado al otro extremo y envuelto en un manto rojo, se vé al Santo José en actitud meditabunda, dirigiendo a María recelosa mirada, que detiene un ángel mostrando en prolongada cinta, la razón del suceso: Joseph filii David, noli timere; dos ángeles que descienden de lo alto vienen a completar el cuadro: aparece el uno sobre la Virgen como prenda de protección celestial; el otro desarrolla sobre el niño esta leyenda: Gloria Deo in altisimis. Detrás de las figuras descritas se distingue,

dibujado con fatal perspectiva, el pesebre y tras él las testas del buey y de la mula”.