Ciencia
¿De verdad cazaban en grupo los dinosaurios?
La imagen de dinosaurios cazando en manada, de forma inteligente y coordinada, aparece en infinidad de películas y documentales y es casi un icono de nuestra época. ¿Ocurrió realmente así? ¿O estamos imaginando el mundo de los dinosaurios demasiado parecido al nuestro?
No podemos evitarlo. Los dinosaurios nos fascinan, y esos esqueletos vetustos y huecos, por hermosos que sean, se nos quedan cortos. Lo que queremos es ver a esos animales otra vez llenos de carne, otra vez luciendo sus mejores colores, otra vez berreando y paciendo, peleando por vivir y por que los suyos vivan. Es inevitable: en realidad, lo que queremos es que los dinosaurios vuelvan a la vida.
Por fortuna, hay disciplinas científicas que pueden ayudarnos en ese camino: la biomecánica nos puede decir qué movimientos eran posibles, la filogenia nos dice qué especies vivas están más emparentadas con ellos, la etología nos ayuda a entender el comportamiento de los animales modernos y a formular hipótesis informadas sobre cómo podrían comportarse los animales del pasado. La reunión de todas estas disciplinas nos ha permitido hacernos una idea de cómo serían algunas especies de dinosaurios si pudiésemos verlas otra vez con vida.
Por ejemplo, el hallazgo de decenas de esqueletos de Iguanodon, un dinosaurio herbívoro, depositados en el mismo lugar nos empezó a dar pistas de que ciertas especies formaban rebaños, como algunos herbívoros actuales. Posiblemente lo hacían por las mismas razones: porque un grupo grande impone más respeto a los depredadores y otorga cierta protección frente a la acción de un cazador solitario. En cuanto a los grandes dinosaurios carnívoros, como Tyrannosaurus, lo que observamos es todo lo contrario: rara vez se encuentran restos de más de un individuo en el mismo lugar. Esto nos ha llevado a pensar que probablemente actuarían solos, como muchos grandes depredadores actuales. Quizá también por las mismas razones: porque se trata de animales grandes, que necesitan un suministro importante de presas, y que además son muy agresivos, así que toleran mal la competencia.
Para otros dinosaurios depredadores, en cambio, especialmente los más pequeños y con cerebros relativamente grandes, se ha propuesto que podrían ser cazadores sociales. Es decir, que podrían formar jaurías, como los lobos actuales, y cazar de forma coordinada para poder dominar a presas más grandes que ellos, o para superar los mecanismos de protección de los rebaños de herbívoros. El caso paradigmático de esta idea es Deinonychus antirrhopus.
Depredadores pequeños y presas grandes
Deinonychus era un cazador de tamaño modesto: bípedo, con un metro de altura y entre 70 y 100 kilos de peso, habría sido un enemigo imponente para un humano medio. Pero claro, vivía en el Cretácico inferior, en un tiempo en que algunos depredadores llegaban a los cinco metros de altura y las siete toneladas de peso. En esas circunstancias Deinonychus habría de admitir que no era otra cosa que clase media.
Como en los casos de Iguanodon y Tyrannosaurus, la fuente de información más fiable sobre las costumbres de Deinonychus son sus restos. Y en ellos se observa, una y otra vez, que junto a los fósiles de Deinonychus aparecen los de un herbívoro de la misma época, Tenontosaurus tilletti. Las asociaciones entre herbívoros y carnívoros son habituales, y solemos interpretarlas siempre de la misma manera: el carnívoro es el depredador y el herbívoro la presa. Sin embargo, con la pareja Tenontosaurus-Deinonychus surgía un problema: Tenontosaurus pesa más de una tonelada, entre 10 y 20 veces más que Deinonychus. Parecía imposible que un animal así de grande se dejara cazar por un Deinonychus solitario.
Como solución a este problema el paleontólogo John Ostrom propuso en el año 1969 que Deinonychus tenía que cazar en grupo, y en grupos suficientemente compenetrados como para abatir una presa que les decuplicaba en peso. Los cazadores sociales que conocemos en la actualidad, como leones o lobos, utilizan estrategias muy coordinadas y pueden dar caza a animales cinco veces más pesados que ellos; en el caso de los licaones africanos, hasta diez veces más pesados. Dado que el cerebro de Deinonychus es relativamente grande para estándares dinosaurianos la hipótesis no parecía una locura. En las siguientes décadas, el descubrimiento de nuevos restos de Deinonychus y Tenontosaurus y una comprensión más detallada de los modernos cazadores sociales no hizo más que sumar argumentos a la idea: cada vez resultaba más creíble que esta pareja de predador y presa ya escenificaran en el Cretácico lo que hoy vemos en el Serengeti. La teoría se popularizó, y viene apareciendo desde entonces de forma regular en películas, novelas y documentales.
Tradiciones familiares
Sin embargo, como suele suceder en ciencia, toda hipótesis tiene su talón de Aquiles. En el año 2007 dos investigadores publicaron un artículo en el que defendían una idea totalmente distinta: que Deinonychus no cazaba en grupo o, a lo sumo, lo hacía en grupos débilmente cohesionados que se constituían para un único episodio de caza. En esta teoría el modelo ya no eran los lobos o los leones, sino el dragón de Komodo, un reptil de más de 60 kilos de peso y 2 metros de longitud que vive en algunas islas de Indonesia. Los dragones de Komodo suelen operar como cazadores solitarios, pero en ocasiones grupos de diez o más ejemplares se reúnen para acosar a una presa de tamaño grande, y una vez abatida compiten por el derecho a ser los primeros en disfrutar del festín. Normalmente los individuos de más tamaño tienen la prioridad, como observamos también en un animal que conocemos mejor: el buitre, cuando un grupo grande se reúne en torno a una pieza de carroña. La hipótesis de estos dos investigadores es que Deinonychus actuaría más como un dragón de Komodo o un buitre que como una manada de lobos con jerarquías sociales bien establecidas.
Tres ideas principales apoyaban esta nueva teoría: en primer lugar, al menos un fósil de Deinonychus presentaba evidencias de haber sido atacado por otro Deinonychus. En concreto, una garra de la mano parecía estar incrustada en una de las vértebras de la cola. Por sí mismo esto sólo indica que existían episodios de violencia entre Deinonychus, pero es cierto que entre los animales sociales es más raro que las disputas lleguen a la violencia abierta, porque las jerarquías sociales permiten dirimir esas diferencias de forma menos cruenta. En cambio, entre animales con menos estructura social, como los dragones de Komodo, es habitual que las disputas, en especial por la comida, degeneren en agresiones violentas hasta que uno de los contendientes se retire.
En segundo lugar, los autores señalan que aunque la relación entre Deinonychus y Tenontosaurus está muy bien establecida, no está tan claro que los Tenontosaurus que aparecen en esos yacimientos sean necesariamente ejemplares adultos. Algunos indicios apuntan a que los Tenontosaurus que aparecen junto con restos de Deinonychus son principalmente juveniles, animales menos corpulentos que quizá sí estarían al alcance de un Deinonychus solitario.
Finalmente, el argumento más fuerte en favor de la nueva hipótesis es que apenas se conocen casos de caza social en el linaje de los dinosaurios y sus parientes más cercanos. Entre las aves la caza en forma de grupos coordinados es muy excepcional, y entre los siguientes parientes más cercanos de los dinosaurios, los cocodrilos, inexistente. Los cocodrilos, al igual que hace el dragón de Komodo, a veces sí se reúnen en grupos para acosar a presas grandes, y después compiten por el derecho a ser los primeros en comer del festín. Así pues, si Deinonychus, o cualquier otro dinosaurio, cazara como lo hacen hoy los lobos o los leones éste sería un comportamiento inventado por ese grupo de dinosaurios y luego “redescubierto” por los mamíferos. Aunque eso no es imposible, sí es cierto que es más difícil que asumir que los dinosaurios cazaban como lo hacen sus parientes más cercanos.
La herencia de los dientes
Hasta este punto, el debate se movía en el terreno de los argumentos teóricos y las evidencias razonables. Objetivamente es difícil sacar más información de unos restos que sólo nos dan información circunstancial sobre el comportamiento de los animales. Pero hace unos días apareció un artículo en la revista Palaeogeography, Palaeoclimatology, Palaeoecology que aspira a aportar algo más de evidencia objetiva sobre este asunto. La idea fundamental es que en las especies sociales las crías y los jóvenes suelen tener una dieta idéntica a la de los adultos, porque se encuentran protegidos dentro del grupo. En cambio, en las especies no sociales las crías han de encontrar su propia comida y a menudo se observan diferencias de dieta entre los jóvenes y los adultos.
Para comprobar en cuál de las dos categorías encajan los dinosaurios los autores de este nuevo artículo analizaron el carbono en los dientes de Deinonychus, para comprobar si había alguna diferencia entre los dientes más pequeños, correspondientes a ejemplares juveniles, y los más grandes. El carbono tiene dos variedades estables: el carbono-12, que tiene seis neutrones, y el carbono-13, que tiene siete. Químicamente son casi idénticos, pero algunas reacciones biológicas tienen cierta preferencia por el carbono-12 frente al 13, así que diferentes seres vivos pueden tener diferente proporción de uno y de otro. A través de la dieta estas diferencias se trasladan a la composición del cuerpo de los dinosaurios y ésta, a través del proceso de fosilización, a la composición de los fósiles que han llegado hasta nosotros.
El resultado del estudio ha sido claro: los dientes de Deinonychus muestran diferencias entre la dieta de los jóvenes y los adultos. Estas diferencias son consistentes con las que se observan en los cocodrilos, tanto modernos como extintos, y en cambio los dientes de Tenontosaurus presentan una composición uniforme independientemente de la edad. Aunque la estadística es pequeña, porque por desgracia hemos de destruir los dientes para poder analizarlos, esta nueva pieza parece apoyar la hipótesis de que la estructura social de Deinonychus no estaba tan establecida como en los mamíferos sociales modernos.
¿Significa esto que ya hemos resuelto el misterio del comportamiento de Deinonychus? Lamentablemente, no. Aunque cada una de las hipótesis está muy bien argumentada y es extraordinario que podamos extraer tanta información de rocas que un día fueron huesos, lo cierto es que todas estas evidencias no dejan de ser muy indirectas. Sin embargo, así es como funciona la ciencia: esto es lo mejor que tenemos a día de hoy, y en estos momentos tal vez la balanza se esté decantando en favor de unos dinosaurios carnívoros no demasiado sociales. ¿Qué nos deparará el futuro? Eso sólo lo saben los huesos.
QUE NO TE LA CUELEN
- Debemos acostumbrarnos a las imágenes de dinosaurios cubiertos de plumas. La mayoría de ellos, y en especial los más cercanos a las aves (los terópodos, dinosaurios bípedos y en general carnívoros) contarían con cierto abrigo de plumas, aunque en algunos casos estas plumas podían ser muy primitivas y parecerse más a pelos.
- Las preguntas sobre el comportamiento de los animales fósiles son difíciles de responder, y en muchos casos nunca tendremos una respuesta definitiva. Pistas como la que hoy hemos contado nos abren la puerta a un mundo fascinante, pero del que ha quedado muy poca evidencia física.
REFERENCIAS
- Joseph A. Frederickson et al. Ontogenetic dietary shifts in Deinonychus antirrhopus (Theropoda; Dromaeosauridae): Insights into the ecology and social behavior of raptorial dinosaurs through stable isotope analysis. Palaeogeography, Palaeoclimatology, Palaeoecology, vol. 552, 109780 (2020)
- John H. Ostrom. Social and Unsocial Behavior in Dinosaurs, capítulo 2 de Evolution of Animal Behavior: Paleontological and Field Approaches (Matthew H. Nitecki y Jennifer A. Kitchell, editores), pp. 41-61. Oxford University Press (1986)
- Brian T. Roach y Daniel L. Brinkman. A Reevaluation of Cooperative Pack Hunting and Gregariousness in Deinonychus antirrhopus and Other Nonavian Theropod Dinosaurs. Bulletin of the Peabody Museum of Natural History, vol. 48, nº 1, pp. 103-138 (2007)
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