Ciencia
¿Los dinosaurios eran mudos?
La ciencia ficción ha puesto voz a las criaturas que poblaron el mesozoico, pero lo cierto es que no sabemos cómo sonaban, ni siquiera si eran “mudos”.
Las reconstrucciones de dinosaurios están por todos lados, en películas, documentales, muñecos y libros. Estamos tan acostumbrados a verlas que ha sido la cultura pop, y no la paleontología, la que ha dado forma a la imagen que tenemos de ellos. Nos hemos adaptado bastante bien a la noticia de que muchos tenían plumas, pero no fue un trago fácil. En los foros de aficionados el aire se caldeó y la simple sugerencia de que el feroz tiranosaurio pudiera estar cubierto de plumón fue motivo de vituperios absurdamente duros. La paleontología era secundaria para esta gente. Ya podían decir los expertos que el Rey tirano era en parte carroñero, que la afirmación sería tratada con displicencia mientras no se ajustara a la imagen cinematográfica.
Por suerte el ambiente se ha moderado e incluso los animadores y dibujantes comienzan a tener más en cuenta el rigor paleontológico. Lo cual nos lleva a una pregunta ¿podremos llegar a saber todo sobre estas bestias prehistóricas? En su momento había cosas que se creían imposibles de averiguar y, sin embargo, estudiando sus heces fosilizadas (coprolitos) hemos descubierto en qué consistía la dieta de algunos; restos de su piel nos han sugerido qué pigmentos la coloreaban e incluso hemos encontrado tejido de dinosaurio no fosilizado. Todo ello nos está ayudando a que la verdadera imagen de estos arcanos seres salga a la luz. Sin embargo, hay una asignatura que todavía está pendiente: el sonido. ¿Cómo sonaban los habitantes de aquel mundo perdido? O lo que es todavía más inquietante ¿sonaban de algún modo?
De cocodrilos a acordes
Olvida lo que creas saber sobre esto. Cuando escuchamos al tiranosaurio de Parque Jurásico estamos oyendo a un bebé elefante barritar a “cámara lenta”, lo cual tiene poco de saurio. En parte es normal, porque los órganos fonadores, como nuestras cuerdas vocales, están formados por tejidos blandos de músculo y cartílago que no fosilizan bien, así que, incluso los paleontólogos se ven obligados a especular. No obstante, como no pueden fantasear a la ligera, aprovechan la propia vagancia de la naturaleza para dar todo el rigor posible a sus hipótesis. El principio de parsimonia nos dice que, si dos especies comparten un rasgo, es posible que su antepasado común también tuviera esa característica. Al menos, eso es más probable que un escenario donde dos especies hubieran evolucionado de forma idéntica cada una por su cuenta.
Este truco funciona presuntamente bien para algunos animales extintos, como en el mamut, que todavía cuenta con parientes cercanos vivos. Sin embargo, los dinosaurios son algo más complicados. Por un lado, tenemos a dinosaurios actuales, las aves, pero han evolucionado mucho desde que se separaron de los dinosaurios no avianos. Por otro lado, tenemos a un antepasado mucho más remoto que evolucionaría dando lugar no solo a los dinosaurios, sino al género Cocodrilia. Cocodrilos, caimanes y gaviales a los que por abreviar llamaremos sencillamente “cocodrilos”. Lo cual, convierte a estos reptiles y a las aves en sus parientes vivos más cercanos a los dinosaurios, y por lo tanto, en nuestra mejor baza para saber cómo sonaban. Aunque claro, un canario y un caimán no se parecen demasiado por fuera, pero ¿y por dentro? ¿Qué podrían decirnos sus órganos fonadores?
¡Muchísimo! Resulta que, mientras los cocodrilos vocalizan con una laringe más o menos como la nuestra, las aves lo hacen con algo totalmente único: la siringe, una estructura en la base de la tráquea. Su localización es clave, porque le permite tomar control del aire desde los bronquios, y hacer algo que a nosotros nos resultaría imposible sin autotune. Gracias a la siringe, las aves pueden producir simultáneamente dos o más tonos con su voz, acordes como los de un piano o una guitarra. Y no solo eso, sino que la tensión que aplican sobre unas estructuras llamadas membranas timpaniformes hace que algunas puedan imitar el timbre de cualquier objeto, como ocurre con el ave lira, capaz de piar como una cámara de fotos o trinar como una motosierra.
Dado que los pájaros también tienen laringe, podríamos pensar que esta estaba presente en el antepasado común de todos, que fue heredada por el primer dinosaurio y que la siringe surgió en algún momento entre ese punto y el nacimiento del antepasado común de todas las aves actuales. Si esto fuera cierto, lo más sencillo sería deducir que algunos dinosaurios producían sonidos más cocodrilianos y otros dulces gorjeos. Este es el razonamiento más clásico, pero ¿es correcto? Peter Senter, y posiblemente Ignatius Farray, no estarían de acuerdo.
El grito sordo
El artículo de la discordia fue publicado en 2009 y en él, el investigador Peter Senter exponía que, si bien las aves tienen laringe, no es como la de los cocodrilos. Cometeríamos un error pensando que la laringe de los cocodrilos es un tubo liso y laso por el que pasa el aire. Se calcula que pueden emitir más de 20 vocalizaciones diferentes, y esto es porque han desarrollado tres pliegues en ella que les permite controlar el aire de una forma especial que no tienen las aves. Esto apunta a que la vocalización en cocodrilos surgió de forma independiente a la de las aves, lo cual nos lleva al punto clave de este artículo ¿acaso podía vocalizar su ancestro común?
Siguiendo el razonamiento de Senter, puede que el primer dinosaurio careciera de una laringe apta para vocalizar como la de los cocodrilos, caimanes y gaviales, y que a su vez, todavía no hubiera desarrollado una siringe como la de las aves. Si estos especulativos dinosaurios hubieran intentado emitir un sonido, de su boca habría escapado algo bastante parecido al famoso grito sordo del cómico Ignatius Farray, simplemente aire huyendo a través de sus vías respiratorias. Por suerte, incluso en el caso de que Senter tuviera razón, nos exonera de esta perturbadora imagen de un Ignatiusaurus rex ofreciendo algunas alternativas.
Muchos animales producen sonidos chasqueando sus mandíbulas, y se sospecha que saurópodos como los Diplodocus, podían hacer sonar su larguísima cola como si fuera un látigo. De hecho, en este caso, tenemos algo más que especulaciones. Los hadrosaurios, comúnmente llamados “dinosaurios de pico de pato” tenían adornos peculiares en su cabeza, como crestas y prolongaciones con forma de instrumento de viento. Se ha teorizado mucho sobre su posible función, habiendo coqueteado con que eran una suerte de tubos de submarinismo o simples atributos sexuales. Sin embargo, tras hacer estudios de la estructura craneal de uno de ellos (el Parasaurolophus) los científicos sospecharon que la protuberancia de su cabeza podía servir como cámara de resonancia y probaron a hacer pasar aire por ella. Lo que obtuvieron posiblemente diste mucho de lo que escucharíamos con el animal en vida, pero sonaba. Había un ruido, aunque no una vocalización y por fin podíamos quitar la imagen del grito sordo de nuestra atormentada sesera.
De hecho, sabemos que los hadrosaurios le daban una especial importancia al sonido, porque el interior de sus cráneos ha dejado la huella de sus encéfalos y las zonas aparentemente más desarrolladas incluyen las que estarían relacionadas con la audición en aves y cocodrilos. Es más, estudios anatómicos han tratado de reconstruir el sonido del tiranosaurio, que más que un rugido podría haber sido un ronroneo tan grave que hiciera temblar ligeramente el suelo a su alrededor.
Una misteriosa afonía
No obstante, esto último ya entra demasiado en la parcela de la especulación y queda una cosa más que decir. Porque después de todo este rollo, es posible que Senter se equivocara, en algo. Hay otros reptiles con pliegues en la laringe, reptiles que se separaron de los cocodrilos antes de que estos y los dinosaurios tomaran caminos independientes. Podría ser que, al debutar, los dinosaurios fueran mudos, pero aquí llega el otro giro de tuerca.
También es posible que los primeros dinosaurios vocalizaran con unos rudimentarios pliegues laríngeos, que algo desconocido les hiciera ir perdiéndolos y con ellos la voz. Tras esto, puede que surgiera la siringe como una alternativa para comunicarse.
Lo malo de esta última hipótesis es que no tenemos ni idea de qué pudo hacerles perder la voz, tal vez ni siquiera existió ese periodo de afonía y la laringe fonatoria convivió felizmente con la siringe durante algunos millones de años. Por desgracia, la respuesta está más allá de nuestras capacidades y tendremos que esperar a encontrar una laringe o incluso una siringe de dinosaurio. Mientras tanto, solo podemos imaginar, pero no quiero dejar que acabes este artículo con las manos vacías.
Imaginemos que los dinosaurios tuvieran siringe, al menos los terópodos como los insignes velocirraptores, tiranosaurios, alosaurios y otros carnívoros de blockbuster. Este es el suborden de los dinosaurios que daría lugar a las aves, así que no es tan descabellado imaginarlo. Pero ¿con qué ave lo comparamos? Parece ridículo pensar en una gallina o un estornino, y realmente lo es. Las aves grandes no hacen el mismo sonido que los pajarillos. De hecho, avestruces, ñandúes, emúes y casuarios tienen la costumbre de emitir sonidos con el pico completamente cerrado, aprovechando las cavidades de resonancia de su cráneo y la larguísima siringe que esconden en su no menos extenso cuello.
Teniendo esto en cuenta, te propongo una cosa. En cuanto acabes de leer estas palabras pincha exactamente AQUÍ, cierra los ojos y déjate transportar a un mundo perdido que solo has conocido en su versión edulcorada por la cultura pop. Bienvenido al Mesozoico.
QUE NO TE LA CUELEN:
- No todas las aves tienen siringe. Los cóndores carecen de ella y se ven obligados a comunicarse mediante silbidos y siseos.
- Tampoco todos los reptiles tienen pliegues laríngeos, un ejemplo son las serpientes.
- Los sonidos del Parasaurolophus son solo una aproximación y los del tiranosaurio tienen más de especulación que de hecho.
- Aunque el grito sordo sea una comparación divertida, las cuerdas vocales de Ignatius interfieren en el paso de aire y la comparación, aunque permite hacerse una idea, está lejos de ser precisa.
REFERENCIAS:
- Riede T, Eliason C, Miller E, Goller F, Clarke J. Coos, booms, and hoots: The evolution of closed-mouth vocal behavior in birds. Evolution (N Y). 2016;70(8):1734-1746. doi:10.1111/evo.12988 https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pubmed/27345722
- Clarke J, Chatterjee S, Li Z et al. Fossil evidence of the avian vocal organ from the Mesozoic. Nature. 2016;538(7626):502-505. doi:10.1038/nature19852 https://static1.squarespace.com/static/5440102fe4b06dfc38466967/t/5804ff769f745696920778ed/1476722554263/fossil-evidence-of-the-avian-vocal-organ-from-the-mesozoic.pdf
- Senter P. Voices of the past: a review of Paleozoic and Mesozoic animal sounds. Hist Biol. 2008;20(4):255-287. doi:10.1080/08912960903033327 https://www.tandfonline.com/doi/full/10.1080/08912960903033327
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