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¿Somos extraterrestres?: La vida en la Tierra pudo haber llegado en meteoritos

La teoría de la panspermia sugiere que la vida pudo haberse originado en otro lugar y haber alcanzado la Tierra viajando en un meteorito. Pero, ¿qué pruebas existen realmente?

Cráter de un meteorito en Arizona
Cráter de un meteorito en ArizonaLa RazónLa Razón

Más allá de los números y de las gráficas, la ciencia cuenta historias y, de hecho, es responsable de algunos de los cuentos más sobrecogedores jamás narrados. Nadie hace ascos a una buena historia, en especial si trata sobre nosotros y si se cuenta desde el principio. Tal vez por eso empezamos a crear cosmogonías que explicaran cómo surgió la Tierra y cómo, en ella, apareció la vida y, en concreto, la vida humana. El “¿de dónde venimos y adónde vamos?” es un tropo de nuestra civilización, pero, lejos de mitos clásicos y leyendas de pastores ¿conocemos la verdadera historia?

Hace años que los científicos tratan de tirar del hilo para encontrar una respuesta, la historia verdadera de cómo, de repente, apareció la vida en la Tierra. Gracias a estos esfuerzos han aparecido pruebas que han dado pie a hipótesis de lo más interesantes. Sabemos que la vida surgió relativamente pronto en nuestro planeta, hace entre 3.700 millones de años y 4.280 millones de años. Esto es, como mucho, 800 millones de años después de la formación de la Tierra, un abrir y cerrar de ojos para el universo. Esto escama a algunos científicos, que creen que no hubo tiempo suficiente para que apareciera la vida de novo, desde cero. Para ellos la respuesta al origen de la vida no está en nuestro planeta. Porque, ¿y si no hubiera surgido aquí? ¿Y si llegó como polizona de un meteorito? El nombre de esta hipótesis es panspermia, y aunque improbable es mucho menos fantasiosa de lo que parece.

Una cura para el chovinismo

Solemos tener la férrea convicción de que el cosmos es un lugar estéril e inhóspito. Tal vez se deba a eso que los indicios de agua en Marte sigan anunciándose en la prensa como si fuera la primera vez que se encuentran. Sin duda, el espacio exterior es hostil para la vida, pero en él hay agua en mucha más cantidad de la que sospechamos. Cierto es que buena parte de esta es agua congelada, hielo que no resulta un buen medio para que surja la vida. No obstante, se estima que, bajo la corteza helada de Europa, una luna de Júpiter, hay casi tres veces más agua líquida que en la Tierra. Un “océano” calentado por las propias fuerzas gravitatorias del planeta en torno al que orbita Europa. Esto se llama calentamiento de marea, y es lo mismo que mantiene fluida el agua de Encélado, una luna de Saturno.

Incluso Marte parece tener, no solo hielo en sus polos, cosa que sabemos desde hace ya mucho tiempo, sino un gran lago subterráneo de agua líquida y salada. Y esto es ahora, porque los “arañazos” que recorren algunas de sus colinas son erosiones del agua líquida que en otro tiempo corría por su superficie como escorrentías. Por supuesto que agua no es sinónimo de vida, pero hasta donde sabemos es un buen lugar para empezarla.

Otro aspecto que suele salir a colación cuando se habla sobre los “ingredientes” que requiere la vida, es el carbono. La química orgánica, que así se conoce al conjunto de sustancias y reacciones que forma a los seres vivos, es la química este elemento. La versatilidad del carbono no tiene parangón en toda la tabla periódica y permite formar una enorme y variadísima cantidad de compuestos estables y lo que es igual de importante: es tremendamente frecuente. El carbono no es nada extraño que solo podamos encontrar en la Tierra, ni mucho menos, de hecho, es el cuarto elemento más frecuente del sistema Solar. El primero y el tercero, son respectivamente el hidrógeno y el oxígeno, que en la proporción adecuada engendran agua. Nuestra vida, basada en carbono y con el agua como disolvente es, como se diría ahora, un poco mainstream.

Un paso más

Así pues, sabemos que podemos encontrar carbono en el espacio, y sabemos que el carbono puede combinarse con otros átomos dando lugar a los compuestos orgánicos que conocemos. La pregunta es si estas dos cosas pueden suceder simultáneamente. La respuesta también es conocida por la comunidad científica: sí, puede. De hecho, se han encontrado indicios de compuestos orgánicos en meteoritos y en el agua expulsada por una suerte de géiseres llamados “plumas” que emanan del polo sur de Encélado.

Aunque claro, la química orgánica no es, ni mucho menos, el final del viaje. Los compuestos que más nos interesan son bastante concretos y complejos, no se trata de cualquier sustancia orgánica, hablamos de la llamada química prebiótica, la complejidad molecular que debía existir en el paso inmediatamente previo a que surgiera la vida. Moléculas como los aminoácidos que se combinan para formar las proteínas o los fosfolípidos, que se apelotonan creando membranas esféricas llamadas liposomas sin los cuales las células no tendrían barreras que las separaran del mundo exterior.

La buena noticia es que, si bien no se han encontrado pruebas robustas de la existencia de química prebiótica fuera de la Tierra, sí se han podido producir estos compuestos en el laboratorio, imitando condiciones parecidas a las que esperaríamos encontrar en el no tan inhóspito cosmos. Conociendo la ubicuidad de los átomos que nos forman y que no sería raro que la química prebiótica se pudiera formar en otros lugares del sistema solar, parece menos descabellado que la vida pudiera haber surgido en otro lugar antes que aquí, pero ¿cómo llegó hasta nosotros? ¿Es plausible la parte del meteorito?

Puede, pero ¿y qué?

Hay más de una hipótesis sobre cómo pudo llegar la vida a la Tierra desde el espacio exterior. La radiopanspermia plantea que la propia presión ejercida por la radiación solar pudo empujar seres vivos del tamaño de esporas bacterianas a través del espacio. Es una idea bonita, sin duda, pero con más agujeros que soluciones. Otra opción es la litopanspermia, donde la colisión de un meteorito contra la superficie de un planeta habitado pudo hacer saltar al espacio rocas en las que había vida, rocas que acabarían entrando en nuestra atmósfera y sembrando nuestro planeta.

Esta hipótesis es puramente especulativa, las condiciones descritas han sido replicadas en el laboratorio, aunque por separado. Dicho de otro modo: algunos experimentos han demostrado que ciertos organismos pueden sobrevivir al impacto de un meteorito, siendo expulsados al espacio presumiblemente indemnes; otros estudios han sometido a algunos microorganismos a condiciones que replican el espacio exterior, a lo cual también parecen haber sobrevivido; finalmente, sabemos que algunas esporas y bacterias especialmente resistentes pueden resistir a las enormes temperaturas y presiones que se producen durante la entrada a la atmósfera terrestre, y lo sabemos porque algunas misiones espaciales se han llevado polizones inesperados que han vuelto sanos y salvos.

Estas pruebas parciales han sido suficientes para que algunos se agarren con cada músculo de su cuerpo a la poesía de la panspermia. Se ha confundido la plausibilidad (que sea teóricamente posible) con que sea probable. Hablar de un cosmos cargado de vida que viaja entre planetas como quien toma el bus de línea es un buen recurso para la ciencia ficción, pero por ahora, la ciencia a secas no puede afirmarlo. Es más, no explica nada con ello. Que a algunos investigadores les parezca que en 800 millones de años no pudo formarse la vida en la Tierra no significa que tengan razón. Muchos más son los expertos que indican que todavía no tenemos suficiente información para afirmar algo así. La panspermia, es plausible e interesante, sí, pero no responde a la gran pregunta de “cómo apareció la vida”, tan solo delega en otros mundos.

QUE NO SE LA CUELEN:

  • La astrobiología es el estudio científico de cómo sobreviviría o se originaría la vida fuera de la Tierra y no tiene nada que ver con la ufología u otras pseudocienias.
  • Una versión algo más suave de la panspermia es la llamada “panspermia débil”. Esta no sostiene que una roca o un meteorito nos sembrara con vida, sino con química prebiótica, que trajera los ladrillos con los que, más adelante, se terminaría construyendo.
  • Hace unos días se publicó un nuevo artículo con los resultados obtenidos tras analizar un meteorito caído en un lado helado de Míchigan durante 2018. En su superficie había compuestos orgánicos y la gran premura con la que fue recogido reduce las posibilidades de que se trate de material terrestre que lo hubiera contaminado tras el aterrizaje. En cualquier caso, la interpretación de estos resultados todavía está en duda por parte de la comunidad.

REFERENCIAS (MLA):