Cine y ciencia
Plantas que pueden moverse: La noche de los trífidos
Algunos vegetales son capaces de hacer movimientos rápidos, pero ¿podrían llevarlo al extremo de los trífidos?
Sirven de alimento y de decoración, con ellas hacemos mesas, papel y han revolucionado nuestra farmacología. Sin embargo, no reparamos demasiado en ellas. Están ahí, sin más, brotando de los alcorques de las aceras, decorando el rellano del ascensor o se mustian en nuestras blancas neveras. De todos los monstruos que pueblan nuestras pesadillas, las plantas no eran uno de ellos, al menos, hasta que John Wyndham hizo su magia en 1951. Su pluma trazó los contornos de un mundo postapocalíptico que nunca había sido soñado, un mundo donde nosotros éramos las presas y las plantas los predadores.
En el mundo de Wyndham, unos científicos soviéticos habían diseñado una nueva especie de planta empleando ingeniería genética a la que han llamado trífidos. De ellas brotaba un combustible que podría liberar a la humanidad del grillete de las materias fósiles. Por desgracia, la humanidad entera queda ciega tras contemplar una esperada lluvia de estrellas y en ese momento, los trífidos se revelan como una especie inteligente y capaz de desplazarse, cazando a los invidentes y sembrando el terror. En la película es la propia lluvia cegadora la que trae las esporas extraterrestres que darán lugar a los trífidos, pero no cambia gran cosa para lo que queremos preguntarnos. ¿Es posible que existan plantas así?
Plantas que se mueven
Es posible que estemos pensando en plantas carnívoras, pero lo cierto es que la movilidad en el mundo vegetal no se restringe a ellas. El género Stylidium, por ejemplo, incluye especies capaces de mover una estructura de sus flores a la velocidad del relámpago para golpear con ella a los insectos polinizadores y adherir a su espalada su polen. Otro ejemplo es la Mimosa pudica, que recibe su nombre precisamente de su tendencia a plegar rápidamente sus hojas ante el menor contacto. Así que la motricidad en las plantas existe y está más extendida de lo que podemos creer. No obstante, hay un buen motivo por el que las plantas carnívoras son las reinas en este campo, y es que moverse es tremendamente caro.
La mayor parte de plantas se alimentan a través de la fotosíntesis: gracias a la energía proporcionada por la luz solar, desencadenan una serie de reacciones que les permiten transformar el agua y los minerales del suelo en materia orgánica con la que alimentarse. Esta estrategia conocida como “autótrofa” permite un gran desentendimiento al no necesitar buscar activamente alimento, y menos mal. Menos mal porque, aunque quisieran, tendrían muy difícil reunir suficiente energía a través de la fotosíntesis como para poder desplazarse por el terreno.
Producir materia orgánica con la que alimentarse es muy costoso y lento, mucho menos rentable que robar materia orgánica ya hecha, como hacemos los organismos heterótrofos. Al tomar gran parte del trabajo ya hecho podemos reunir mucha más energía y permitirnos la movilidad, como hacen precisamente las plantas carnívoras a través de un mecanismo híbrido.
Una mala digestión
Podemos suponer que, en ese caso y dado que los trífidos se alimentan con voracidad de seres humanos, es esperable que puedan reunir suficiente energía para desplazarse. Sin embargo, hemos de tener en cuenta que los problemas no terminan aquí. La digestión en las plantas carnívoras es lenta, pudiendo durar unas 7 horas para presas de un tamaño estándar. Y lo que es más importante, cada cepo (que así se llama a las estructuras que actúan como trampa) tiene un número limitado de digestiones antes de morir, por lo que la creación de nuevas estructuras y el tiempo que tarden en digerir a un ser humano sería otro factor limitante para calcular cuánta energía pueden obtener los trífidos cada día.
No obstante, hay un problema mayor que hace mucho menos plausibles a los terribles trífidos, y es que el movimiento que hemos descrito en mimosas y plantas carnívoras es un automatismo. Un estímulo concreto desencadena una reacción muy delimitada y de forma siempre idéntica, eso da poco juego y hace difícil explicar cómo podría un trífido perseguir a un ser humano a través de un terreno desconocido para él. Podríamos decir que, para resolver problemas no tan mecánicos, las plantas se las apañan a velocidades bajas, a través de procesos bioquímicos complejos que no pueden compararse a la velocidad de nuestro sistema nervioso.
En los casos en que han logrado actuar con rapidez, ha sido sacrificando la plasticidad de sus respuestas, y eso significa que para que los trífidos puedan existir, las plantas tendrían que haber desarrollado algo análogo a nuestro sistema nervios, un tejido nuevo que no está presente en ningún vegetal conocido. Así que, si bien John Wyndham sembró nuestra mente con nuevas pesadillas en 1951, la ciencia ha ayudado a cortarlas de raíz y entender que, por espectacular que parezca, los trífidos son uno de los monstruos menos plausibles del cine.
LA CLAVE:
- En el mundo vegetal los movimientos pueden ser de dos tipos fácilmente diferenciables. Por un lado, aquellos lentos y orientados en función del estímulo recibido, como el crecimiento del tallo hacia el Sol o de las raíces hacia el agua. Estos se llaman tropismos. No obstante, en el caso de las plantas carnívoras, la contracción de sus cepos no es un tropismo, es una nastia, un movimiento rápido y estereotipado, siempre igual independientemente de la dirección del estímulo.
REFERENCIAS (MLA):
- Masatsugu Toyota, et al., Glutamate triggers long-distance, calcium-based plant defense signaling, Science, 2018. DOI: 10.1126/science.aat7744
- Taiz, Lincoln, and Eduardo Zeiger. Plant Physiology. 7th ed., Benjamin Cummings Publ. Co., 2010.
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