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¿Y si llega la guerra nuclear?
Las consecuencias de una guerra nuclear pueden ser muchas y aterradoras, estas son algunas de las que predicen las ciencias
El siglo XX nos ha enseñado a temernos. La tecnología ha hecho posible que nuestras vidas sean más largas, sanas y seguras o que estemos en contacto con nuestros seres queridos, no importa dónde se encuentren. Eso es fabuloso, pero no es todo lo que hay. Es innegable que, desde nuestros primeros amaneceres, la tecnología y la violencia también han ido de la mano, somos la última etapa de una carrera armamentística que llevamos presenciando desde el paleolítico. Quien tuviera la tecnología para diseñar hachas bifaces podría imponerse, al menos hasta que llegara el bronce, y este ayudaría a que unas tribus dominaran a otras mientras no desarrollaran el hierro. Los arcos, la pólvora, fusiles, cazas, nidos de ametralladoras, guerra química, armas biológicas… La tecnología también ha tenido ese lado oscuro, dando y quitando el poder según cuánto la hubiéramos ofrendado.
Sin embargo, la escalada de violencia alcanzó un punto inesperado, una cota de destrucción tal que la tecnología ya no podía emplearse a la ligera, porque significaría la destrucción absoluta e irremediable de las potencias implicadas. Con las bombas nucleares llegó el concepto de “destrucción mutua asegurada” y un nuevo tipo de guerra vio la luz: fría, basada en la amenaza, el pavoneo y la tensión irresuelta. Resulta que los animales mejor armados prefieren agotar estas estrategias antes de pasar a la acción. Si pueden aclarar quién manda mediante la intimidación se ahorrarán heridas feas que no convienen ni al perdedor ni al ganador. Sin embargo, eso no significa que agotado el pulso más “diplomático” las grandes potencias no puedan pasar a las manos. Dos osos enfrentados acabarán entre zarpazos y dentelladas si ninguno se acobarda antes y, del mismo modo, la guerra nuclear resulta ser improbable, pero no imposible.
Las consecuencias
Es difícil estimar las consecuencias de un conflicto de tal calibre. Depende de muchas contingencias, como los megatones liberados, los lugares atacados, las potencias implicadas, el tiempo de reacción que tuvieran sus gobiernos… Incluso las implicaciones más sencillas parecen escaparse entre nuestros dedos. Uno de los ejemplos más conocidos es el del famoso invierno nuclear, popularizado por el científico y divulgador Carl Sagan durante la Guerra Fría. El miedo hizo que muchas mentes trataran de anticiparse a la catástrofe y, lo que Sagan propuso fue que, tras la detonación de varias bombas nucleares, se levantaría tal cantidad de ceniza y polvo que bloquearía la luz solar durante meses.
El polvo más fino permanecería mucho tiempo en suspensión antes de volver a depositarse, aventado por las corrientes de aire, como creemos que ya sucedió una vez al final del cretácico, cuando impactó con nosotros el famoso asteroide que puso fin a la era de los dinosaurios. Al bloquear la luz solar el mundo se enfrió y las plantas comenzaron a morir, incapaces de hacer la fotosíntesis. Sin agricultura tal y como la conocemos, algunos científicos no dudaron en pronosticar una dura hambruna y un ambiente irrespirable que agravaría muchas enfermedades pulmonares hasta volverlas mortales. Sin embargo, la seguridad con la que hablaron los artífices de esta hipótesis (Kondratyiev y Nikolsky) era algo aventurada. Ahora, las voces más cautas insisten en que el invierno nuclear no encaja del todo con los mejores modelos matemáticos o, dicho de otro modo: posiblemente no fuera una consecuencia real de la guerra nuclear.
El pulso magnético
Tal vez estuvieran equivocados quienes defendieron este invierno bélico, pero tenían razón en algo crucial: en esa escala de destrucción, las consecuencias pueden ser globales. Y no se referían a consecuencias globales indirectas, como las que podría tener para la economía mundial, sino consecuencias directas que viajarían por tierra mar y aire hasta extenderse como una mancha de aceite.
Dejemos a un lado las consecuencias más particulares de la destrucción, las más evidentes que (a menor escala) ya hemos visto en otras guerras: ciudades en ruinas, muertos debidos a la explosión, campos de cultivo arrasados, etc. Tampoco entraremos en las consecuencias particulares pero nuevas, como el pulso magnético que se libera durante la explosión de una bomba nuclear. Esta gran cantidad de radiación electromagnética podría dejar inutilizable la tecnología electrónica con la que se encontrara: fábricas, potabilizadoras, escuelas, hospitales y un largo etcétera. Las consecuencias pueden ser devastadoras, sobre todo si los misiles se detonan en determinados puntos estratégicos. El verdadero poder de estas armas es que su daño no es controlable.
Un problema global
Posiblemente, el mejor ejemplo de estas consecuencias incontrolables sea la lluvia nuclear (nuclear fallout). Parte de las partículas liberadas por la explosión son radiactivas, esto significa que siguen emitiendo energía ionizante durante un tiempo, el tipo de energía que afecta a nuestro ADN, produciendo intoxicaciones agudas y crónicas por radiación. Recordemos que no nos volvemos radiactivos por estar expuestos a radiación ionizante, por eso no nos volvemos peligrosos tras recibir una radiografía. Sin embargo, las partículas radiactivas pueden depositarse en nuestro pelo, nuestra piel, o incluso el interior de nuestro cuerpo y en ese caso sí nos volvemos fuentes de radiación, sobre todo para nosotros mismos.
Esta nube de sustancias radiactivas se deja llevar por las corrientes de aire y, según las condiciones, puede llegar a alejarse cientos de kilómetros del lugar donde se levantó. Esto aumenta notablemente el área de destrucción, pero hay más, porque su viaje no termina al depositarse. La lluvia nuclear puede caer en lagos, ríos o filtrarse a través de la tierra hasta acuíferos subterráneos, incorporándose en el ciclo del agua. Cierto es que, en este tiempo, algunas de las partículas radiactivas se habrán degradado y ya no serán un peligro, pero otras pueden permanecer activas durante años. No hay ni qué decir que, si el agua está contaminada, quien beba integrará en su cuerpo parte de estas partículas radiactivas y que, los cultivos que se nutran de la compleja e incontrolable red de acuíferos que hay bajo tierra, podrían no ser aptos para el consumo.
Como ocurre con el mercurio y el plomo en el océano, pequeñas cantidades pueden acumularse poco a poco a medida que avanzamos en la red trófica, los herbívoros reunirían más partículas radiactivas al alimentarse de vegetales contaminados y los carnívoros haríamos lo propio con ellos. La bioacumulación esparciría estos compuestos radiactivos por la biosfera. Las consecuencias que puede tener esto son difíciles de calcular, del mismo modo que tampoco podemos estar seguros de cuánto o hacia dónde se extenderían este efecto dominó. Hay una frontera opaca entre nosotros y el mundo postnuclear. No hay previsiones que valgan ni modelos que puedan cubrir la descomunal red de catástrofes que desencadenaría una guerra nuclear. Por desgracia, es tan difícil controlar sus consecuencias como evitar que ocurra y la amenaza está ahí. Se cumpla cuando se cumpla, es una posibilidad real, un futuro al que nos encaminamos desde las primeras puntas de lanza y que no nos podemos permitir obviar jamás.
QUE NO TE LA CUELEN:
- La energía nuclear de fisión y las bombas nucleares son tecnología tan diferente como una lanza y una jeringuilla. Los reactores nucleares funcionan precisamente porque son capaces de controlar la reacción de fisión, mientras que las bombas nucleares han de hacer un “esfuerzo extra” para que esta reacción en cadena se descontrole. Por ese motivo, una central nuclear nunca podría sufrir una explosión nuclear. Otra cosa es que, como ocurrió en Chernobyl, un mal mantenimiento acabara provocando una explosión por vapor que arrastrara al exterior parte de los componentes radiactivos del reactor. Un aspecto totalmente diferente es el de que la tecnología empleada para enriquecer uranio pueda ser común a ambos procesos y que, por lo tanto, algunos países hayan avanzado notablemente en estos procesos.
REFERENCIAS (MLA):
- MARINO, FRANCESCA, and LUCA NUNZIATA. “Long‐Term Consequences Of The Chernobyl Radioactive Fallout: An Exploration Of The Aggregate Data”. The Milbank Quarterly, vol 96, no. 4, 2018, pp. 814-857. Wiley, https://doi.org/10.1111/1468-0009.12358. Accessed 14 Feb 2022.
- Potischman, Nancy et al. “Methods And Findings On Diet And Lifestyle Used To Support Estimation Of Radiation Doses From Radioactive Fallout From The Trinity Nuclear Test”. Health Physics, vol 119, no. 4, 2020, pp. 390-399. Ovid Technologies (Wolters Kluwer Health), https://doi.org/10.1097/hp.0000000000001303. Accessed 14 Feb 2022.
- Sagan, Carl, and Richard P Turco. El Invierno Nuclear. Plaza & Janés, 1991.
- Simon, Steven L. et al. “Dose Estimation For Exposure To Radioactive Fallout From Nuclear Detonations”. Health Physics, vol 122, no. 1, 2022, pp. 1-20. Ovid Technologies (Wolters Kluwer Health), https://doi.org/10.1097/hp.0000000000001501. Accessed 14 Feb 2022.
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