Ciencia

Cuando las ciencias se entusiasman demasiado: multiversos, viajeros del tiempo y agujeros blancos

Estamos acostumbrados a confundir la ciencia con una suerte de verdad matemáticamente revelada, pero esta concepción tiene sus límites y debemos saber cuándo los estamos transgrediendo

Representación artística de un hipotético agujero blanco
Representación artística de un hipotético agujero blancoBaperookamoCreative Commons

¿Cómo podemos estar tan seguros de que las ciencias tienen razón? ¿De dónde viene su hegemonía entre las distintas formas de conocimiento que ha desarrollado la humanidad? La respuesta sencilla sería que lo han demostrado gracias a estudios científicos, pero si somos puntillosos caeremos en la cuenta de que eso podría ser entendido como las ciencias dándose la razón a si mismas. Posiblemente, la defensa más potente en relación con su sencillez venga de la capacidad predictiva. Imagina que estamos viendo un número de magia y, de repente, te digo que he descifrado el juego del mago. Harás bien en dudar de mí, porque tal vez solo intente impresionarte, así que convendría que me pusieras a prueba. Una manera de hacerlo sería preguntarle al artista después de la actuación, pero no nos dirá nada, porque un mago solo revela sus trucos a quien vaya a usarlos.

Llegados a este punto, si quieres comprobar si he entendido realmente el truco o solo me las estoy dando de listo, deberás pedirme que lo repita, que sea capaz de imitarlo y modificarlo para demostrarte que sé en qué puntos está la calve. Eso es exactamente lo que hacen las ciencias. Tratan de descubrir los “juegos de magia” con los que funciona la realidad y, para ponerse a prueba, intentan imitarlos, vencerlos y modificarlos, corroborando que realmente saben qué piezas son indispensables para que algo pase o deje de pasar. Y no alarguemos más el veredicto: la larga lista de éxitos que acumulan las ciencias es un gran argumento sobre lo bien que se les da ese juego de adivinanzas. Sin embargo, corremos un peligro. Porque hay más de una manera de hacer un mismo truco, y puede que por mucho que lo estemos imitando, sea con los pasos equivocados. Dicho de otro modo: quizá algunas de nuestras explicaciones del mundo sean solo una de las posibles, pero no la correcta.

El truco final

Ahora es cuando viene lo “difícil”, porque si resulta que no todo lo que es posible es real, eso significa que hay infinidad de posibilidades que se quedan en el tintero, por coherentes que sean. Así que, como nunca podemos estar del todo seguros acerca de si hemos dado con el truco de magia o no, debemos ser muy cautos a la hora de deducir nuevas“verdades” a partir de él. Ese es uno de los grandes “peligros” de la ciencia y algunas voces creen que está empeorando con el tiempo. Parece que este es un buen momento para recordar que la amplísima mayoría de métodos utilizados por las distintas ciencias han mostrado infinidad de veces que parecen conocer el truco, y eso debe significar algo. Resulta poco posible que fuéramos capaces de predecir exactamente cómo se moverá un cohete haciendo carambolas por nuestro sistema solar si no hubiéramos entendido con bastante precisión cómo funciona la gravedad a esas escalas. La cuestión aquí no es si las ciencias funcionan o no, el tema es hasta dónde podemos garantizar con suficiente seguridad que funcionan.

Vayamos con una nueva metáfora. Si alguien coloca una caja ante mí y empiezo a escuchar maullidos, puedo suponer que se trata de un gato o una grabación de un gato. Ambas opciones parecen válidas, pero imaginemos que, antes de comprobarlo, decido tomar una por correcta y hacer especulaciones en torno a esa especulación. Por ejemplo: como eso es un gato (cosa que no sabemos), debe haber venido de una tienda de mascotas (una vez más, es solo una de las explicaciones posibles). Con cada paso que damos la incertidumbre crece hasta que las elucubraciones son casi indistinguibles de la fantasía. El rigor científico se ha perdido por el camino.

El otro filo de la matemática

La física, a pesar de contar con algunas de las teorías más precisas y maravillosas de nuestro conocimiento, es una de las disciplinas más afectadas por este problema. La física más teórica intenta resolver cuestiones fundamentales de la realidad y ha dado grandes avances gracias a las matemáticas. Partiendo de ellas, puede intentar ver dónde surgen contradicciones o qué deducciones parecen coherentes con lo que ya sabemos. Muchas de esas conclusiones llevarán a predicciones magníficas, como las veces que hemos predicho la existencia de una partícula mucho antes de descubrirla en “carne y hueso”, como quien dice. Sin embargo, cabe la posibilidad de que esas deducciones matemáticas estén construidas sobre una teoría poco precisa, un juego de magia que funciona, pero que no es como el de ese mago que es la realidad. Las deducciones que hagamos a partir de ellas, aunque matemáticamente correctas, pueden ser gigantes con pies de barro, muy alejados de la realidad, cada vez más equivocados a medida que desarrollamos sus matemáticas.

Y llegamos al último eslabón de este problema, porque por especulativos que sean estos trabajos, pueden tener su valor científico o, simplemente, ser ejercicios tremendamente interesantes, sin mayores pretensiones. Sin embargo, sus afirmaciones radicales, innovadoras y fantasiosas son todo lo que busca el gran público, acostumbrado a confundir ciencia con ficción. Así es como terminamos viendo titulares sobre científicos que rebobinan el tiempo, motores que viajan más rápido que la luz, viajeros intergalácticos y universos paralelos que se desdoblan con cada decisión que tomamos.

Posible no es probable

Qué mejor manera de terminar que señalar con el dedo entintado algunos de los casos más flagrantes de los últimos tiempos. Una noticia que surge de vez en cuando es esa sobre que unos científicos han logrado que el tiempo fluya hacia atrás, rebobinándose. En este caso estamos ante una perversión del lenguaje donde, tomando el ejemplo de antes, hemos descubierto una forma de hacer el truco, pero de una manera diferente. No es que el objeto viaje atrás en el tiempo, sino que se consigue revertir una serie de procesos de “deterioro” que suelen asociarse al paso del tiempo. Salvando las distancias (y pidiendo disculpas de antemano), es como si desoxidáramos una lata y dijéramos que estamos jugando con el tiempo.

Otro muy famoso son los agujeros blancos, que muchos dan por válidos. Del mismo modo que en su día dedujimos la existencia de agujeros negros (antes de detectarlos) porque eran consistentes con la teoría de la relatividad general de Einstein, ahora especulamos que podrían existir objetos opuestos, de los que emerge materia y energía y a los que hemos llamado “agujeros blancos”. Lo cierto es que no lo sabemos y podríamos estar perfectamente equivocados. Darlos por sentados es conflictivo, pero nada en comparación con lo que viene a continuación.

¿No tiene algo más sencillo?

La mecánica cuántica estudia el funcionamiento de la realidad a muy pequeña escala, cuando las reglas que parece seguir el mundo que nos rodea se rompen. En ella la aleatoriedad parece jugar un papel, pero eso nos significa que no sea determinista, dicho de otro modo, que no sea predecible, de hecho, en ella se encuentran las predicciones más exactas de las ciencias. El problema está a la hora de interpretar lo que nos dicen los resultados matemáticos sobre la realidad. Ahí, la física se entrelaza con la filosofía y nacen las famosas interpretaciones de la mecánica cuántica y no todas gozan del mismo rigor.

Una de las más famosas y, sin embargo, de las más criticadas, es la de los muchos mundos de Everett, en la cual plantea que (simplificándolo mucho), cada vez que se produce un evento realmente aleatorio en mecánica cuántica, la realidad se divide en tantas como desenlaces posibles tuviera un evento. Y, del mismo modo que no existen pruebas sobre este multiverso, no existen sobre otros universos paralelos, como los que sugiere de vez en cuando la prensa. Puede que tengamos algunos resultados compatibles con la existencia de un universo paralelo, pero del mismo modo que puedo suponer que una gallina ha escondido mis zapatillas, es posible, no cae en contradicciones, pero hay otras cuantas explicaciones mucho menos fantasiosas.

Esas son las fronteras que hemos de cuidar, aquellas donde el rigor de la ciencia llega debilitado y puede confundirnos más que ayudarnos. Poco a poco iremos rellenando huecos y revelando los “trucos” de la realidad, pero lo haremos con cautela, avanzando, retrocediendo y afinando lo que creemos saber.

QUE NO TE LA CUELEN:

  • Por suerte, la amplia mayoría de científicos son más que conscientes de estos problemas y critican las conclusiones poco rigurosas o aventuradas siempre que se presentan con una indebida rotundidad. El problema no viene de ellos, sino de quienes creen que la ciencia ha de estar completamente abierta a cualquier hipótesis plausible. Esto no es más que una malinterpretación. La ciencia ha de estar abierta a alternativas que encajen con su forma de entender el mundo, pero sigue muchos otros criterios para determinar cuándo una hipótesis es relevante y cuándo no. Por supuesto que alguna vez se ha equivocado, pero fue cuestión de tiempo que rectificara y, lo que es más importante, no solemos tener en cuenta todas las veces que acertó desoyendo hipótesis innecesariamente rebuscadas o extremadamente especulativas.

REFERENCIAS (MLA):