Psicología

¿Por qué no eres feliz por bien que te vaya?

¿Qué limita nuestra felicidad? ¿Tiene sentido perseguirla?

Mujer de negro en medio de un campo bajo un paraguas
Mujer de negro en medio de un campo bajo un paraguas Victoria_RegenPixabay

A veces parece que, aunque perseguimos la felicidad, ella corre más rápido. No nos conformamos con nada y, cuando llegan todos esos éxitos que siempre soñamos, descubrimos que estaban vacíos. ¿Qué perseguimos realmente? ¿Podemos acaso alcanzar la felicidad o es como el horizonte, una menta que siempre está un poco más allá? La ciencia tiene algunas cosas que decir, pero también ha tenido oportunidades para callarse y no siempre lo ha hecho. Porque que algo pueda estudiarse desde una perspectiva científica no significa que esta sea la única manera de abordarlo.

La felicidad es algo complejo, un concepto abstracto que hemos redefinido explícita e implícitamente desde que empezamos a permitirnos pensar en ella. Porque, para empezar a hablar sobre ella, hemos de entender que su búsqueda es un privilegio con el que nos estamos encontrando masivamente en la sociedad actual y que, no parecemos saber gestionar. Como decía el Joker de Heath Ledger: ¿somos acaso como uno de esos perros que persiguen a los coches, pero que no sabrían que hacer si los alcanzaran?

Siempre en movimiento

Cuando intentamos entender científicamente las peculiaridades más complejas de nuestra cultura, solemos recurrir a especulaciones evolutivas. Suponemos que si nos comportamos así será porque en algún momento supuso un beneficio. Bajo este prisma, algunas personas (no necesariamente expertos) afirman que la felicidad es una meta inalcanzable que, por lo tanto, nos empuja a estar constantemente en movimiento, alerta de los peligros y buscando algo mejor. Estas suposiciones suelen carecer de evidencia, pero en este caso hay un contraargumento mejor, porque ni siquiera encaja con lo que sabemos sobre el comportamiento animal. Por un lado, es difícil imaginar que una cobaya sobreviva porque persigue la felicidad. Busca saciar ciertas necesidades y, cuando lo hace, se calma. No busca constantemente una fuente de agua, solo mientras tiene sed. Por otro lado, y por suerte para ellas, no siempre están en tensión. Los estados de ansiedad prolongados son lesivos y, aunque útiles, no representan la mayor parte del tiempo vital de los animales.

Lo que sí es cierto es que la felicidad no es estar siempre contento. Su definición, y esta vez desde una perspectiva verdaderamente científica, la plantea como un estado emocional positivo relativamente estable normalmente asociado a haber satisfecho deseos y objetivos. No es lo mismo que la alegría, mucho más instantánea y conocida, y ni siquiera tiene que implicar que cada momento de la vida de una persona que se considere feliz tenga que ser positivo, lo abordamos más como una tendencia general en la que caben todos los motores de supervivencia con los que especulan los psicólogos evolucionistas.

La maldición de la costumbre

Otra afirmación científica que se nos ha ido de las manos es aquella basada en los estudios de Brickman y Campbell de 1971. Ellos a su vez habían tomado el trabajo de Helson donde, en 1964, defendía que el cerebro se adaptaba rápidamente a estímulos dolorosos o incómodos, como el agua helada o los ruidos intensos. Brickman y Campbell decidieron medir cómo cambiaba la percepción que tenía un grupo de individuos sobre su felicidad a lo largo de los años y, así, ver si los éxitos y fracasos alteraban esa felicidad de forma prolongada. Las conclusiones parecían claras, cada persona parecía tener un nivel de felicidad basal que, aunque podía alterarse por eventos particulares, acababa volviendo siempre a la norma. Una muerte, una boda, un premio aportaban una felicidad caduca y, con el tiempo, el infeliz volvía a serlo.

Por suerte, con el tiempo hemos descubierto que la realidad es menos oscura y que, hay personas cuya felicidad basal puede cambiar de manera mucho más estable. Gracias a ello tiene sentido buscar el bienestar social y las medidas que lo garanticen. De hecho, sabemos que existe una correlación fortísima entre la percepción de felicidad de los ciudadanos y el grado de derechos y libertades que gozan en su país. Lo que también sabemos, por dar una de cal y otra de arena, es que los psicólogos evolucionistas no están del todo equivocados. La incertidumbre nos estimula y sabemos que, mientras perseguimos una meta plausible que no sabemos si llegará, el cerebro libera sustancias como la dopamina en cantidades muy superiores a cuando, finalmente, hemos logrado nuestros fines. Eso explica que, a veces, la persecución sea más satisfactoria que el éxito o, al menos, que nos decepcione alcanzar nuestros objetivos para descubrir que, en el fondo, no nos sentimos como esperábamos sentirnos.

Así que no, me temo que no tenemos una fórmula ideal para la felicidad, pero podemos perseguirla, porque no es una ilusión y, sobre todo, podemos disfrutar de su búsqueda. Pero, lo que es más importante, si lo necesitamos, podemos contar con la ayuda de profesionales de la psicología, más formados y científicos que nunca en toda la historia de la humanidad.

QUE NO TE LA CUELEN:

  • La psicología positiva pretende ser una rama legítima de la psicología que ha trascendido hasta la cultura popular a través de sus aspectos más banales, como el supuesto impacto que tienen los pensamientos positivos en nuestra felicidad. Por supuesto, es mucho más compleja que eso, pero ello no le proporciona el rigor que debería tener para considerarla una terapia válida. Algunos estudios han determinado que la psicología positiva carece de un marco teórico y conceptual suficientemente sólido, que emplea metodologías incorrectas o insuficientes, que sus resultados no son tan replicables por otros estudios como deberían y que se aísla académicamente de la psicología de forma reprochable. Todo ello la encuadran dentro de la categoría de “pseudociencia” y entraña algunos peligros que podemos evitar mediante abordajes realmente psicológicos y, por lo tanto, científicos.

REFERENCIAS (MLA):

  • Brickman, P., & Campbell, D. T. (1971). Hedonic relativism and planning the good society. In M. H. Appley (Ed.), Adaptation-level theory (pp. 287-305). New York: Academic Press.
  • Diener E., Lucas R.E… “Hedonic Treadmill”. In: Michalos A.C., editor(s). Encyclopedia of Quality of Life and Well-Being Research. Springer Netherlands; 2014., pp 2765-2767., https://doi.org/10.1007/978-94-007-0753-5_1278
  • Kringelbach M.L., Berridge K.C… “The Joyful Mind”. In: Kringelbach M.L., Berridge K.C., editors(s). Pleasures of the Brain. Oxford University Press; 2010., pp 1-15., https://pubmed.ncbi.nlm.nih.gov/16719675/