Naturaleza

¿Por qué la evolución no ha inventado la rueda?

Aunque la evolución parece muy ingeniosa, está más limitada de lo que pensamos

Neumáticos apilados
Neumáticos apilados VenV Pixabay

La evolución es ciega. Sabemos que no se propone nada, que no piensa ni razona. Es una serie de regularidades en los funcionamientos más básicos de nuestra genética y en las interacciones de los individuos con el medio por la cual, quienes están más adaptados al medio, logran transmitir con más facilidad su ADN. No hay una voluntad, pero a veces nos cuesta aceptarlo. Tardamos siglos en entender que, con pequeños pasos y sin un fin en mente, la selección natural podía convertir un punto oscuro en la piel en un ojo como el nuestro, con toda su complejidad estructural. Y, aunque ya lo tenemos claro, seguimos arrastrando algunas reminiscencias de ese tipo de pensamiento. Por ejemplo, puede que no nos sorprenda la aparición de un ojo, pero nos puede extrañar que la evolución, en todo este tiempo, no haya dado lugar a organismos que se desplacen sobre ruedas.

De acuerdo, nosotros sí viajamos sobre ruedas, pero son un producto indirecto de la evolución. Una consecuencia de la cultura que ha desarrollado nuestra especie que, es verdad, tiene un origen tan biológico como cualquier otro. Es más, puede que algún lector avispado se haya dado cuenta de que la evolución sí ha desarrollado estructuras similares a ruedas, capaces de girar sobre sí mismas indefinidamente. El problema es que no son partes anatómicas de los seres vivos, son moléculas. Aquellas máquinas moleculares de las que hablaba el premio Nobel de Química de 2017. No obstante, aquí hablamos de algo diferente, de ruedas en lugar de piernas, de un sistema de locomoción que rote sobre un eje. ¿Cómo es posible que ninguna forma de vida conocida haya dado con esta solución?

Lo mejor que tenemos

¿No son las ruedas acaso la forma más eficiente de desplazarse? En cierto modo sí, pero en cierto modo no. En terrenos suficientemente suaves, efectivamente, las ruedas son la solución ganadora, pero la naturaleza está repleta de terrenos rugosos, llenos de irregularidades. La rueda no solo ha triunfado en la tecnología por ser eficiente en las carreteras y caminos. Es mucho más fácil diseñar un cilindro chato que gire en torno a un eje que unas patas articuladas capaces de adaptarse al terreno. De hecho, hemos tardado miles de años en diseñar a los robots con “patas” ya existiendo la rueda. No obstante, esto no es el final de la historia, porque nosotros mismos estamos creando robots con ambos sistemas de locomoción, ruedas para los terrenos planos y patas que despliegan cuando la cosa se pone difícil.

Lo más parecido que hay en la naturaleza son animales que, bien teniendo patas, a veces contorsionan su cuerpo para adoptar formas redondeadas y bajar pendientes rodando a toda velocidad. Un ejemplo es la salamandra de pies palmeados. Eso es lo mejor que podemos conseguir y la respuesta es la misma que daríamos a una pregunta tan extraña como: ¿por qué no pueden existir los dragones? Los vertebrados tenemos, como mucho, seis extremidades. La evolución puede modificarlas para hacer verdaderas virguerías, como las aletas de los delfines, las alas de los murciélagos o las manos de los grandes simios. Sin embargo, lo que no puede hacer tan a la ligera es producir un tercer par de extremidades, como nuestros hexápodos dragones europeos. Transformar un brazo en una rueda implica problemas parecidos.

Todo sigue un plan

En biología existe un concepto conocido como “bauplan”, o plan corporal. Viene a expresar la consecuencia evolutiva de que todos seamos hijos de alguien. La evolución funciona haciendo pequeños cambios en el ADN generación tras generación, eso significa que parte de una “información” previa y que, por lo tanto, está condicionada por ella. No puede cambiar cualquier cosa a la ligera, tendrán que ser pequeños cambios neutros o que favorezcan al individuo y eso significa que no pueden entrar en conflicto con otras partes del ADN. Una modificación ligera consistiría en cambiar las proporciones de una extremidad, pero no en desarrollar algo totalmente distinto de golpe. Un miembro nuevo tendría que justificarse pasito a pasito desde los primeros muñones, y una rueda también.

Dicho de otro modo, los animales de un mismo filo tienen un plan corporal común, una estructura base que no cambia, aunque adopta aspectos más o menos diferentes. Dicho eso, no es descabellado imaginar una rueda biológica, aunque tendría muchas limitaciones. La clave sería poder desarrollar una estructura independiente al resto del cuerpo para que pueda girar libremente. En cierto modo, es algo parecido a lo que ocurre con los huesos de nuestra cadera y nuestro hombro, solo que el “encaje” es poco profundo y necesita estabilizarse mediante músculos que limitan su capacidad de giro. Tal vez, la fusión de dos huesos a través de unas cavidades bien protegidas por cartílago daría lugar a algo parecido a ruedas, pero que se desgastarían mucho más rápido que nuestras piernas y eso no parece un gran trato.

QUE NO TE LA CUELEN:

  • Como hemos visto, no hay una imposibilidad teórica para la aparición de ruedas en los seres vivos, pero eso nos significa que sea la opción más deseable para desplazarse. Si a eso le sumamos las limitaciones propias de la evolución, ya que todos somos pequeñas modificaciones de grandes cantidades de “información” previas a nosotros, entenderemos que la aparición de ruedas es realmente improbable. Las alas, las aletas, los tentáculos, las piernas y hasta la reptación han resultado ser más eficientes, ya sea por gastar menos energía, ser más fáciles de diseñar o recorrer con más facilidad terrenos agrestes.

REFERENCIAS (MLA):

  • “Why don’t animals have wheels?” PhilPapers, philpapers.org/rec/DAWWDA.
  • Willmore, Katherine E. “The Body Plan Concept and Its Centrality in Evo-Devo.” Evolution: Education and Outreach, vol. 5, no. 2, 2012, pp. 219-230, evolution-outreach.biomedcentral.com/articles/10.1007/s12052-012-0424-z