Coronavirus

Quien tiene un balcón tiene un tesoro

Las cervezas y el maridaje vinícola a distancia, se alternan como brindis de tertulias encendidas donde hay la posibilidad de pedir la penúltima.

Cuando acabe este encierro tendremos síndrome de Estocolmo y algunos continuaremos apostando por el éxodo al balcón para aliviar la tensión.
Cuando acabe este encierro tendremos síndrome de Estocolmo y algunos continuaremos apostando por el éxodo al balcón para aliviar la tensión.Kike Taberner

No tenía que haber sobrevenido este confinamiento para poner en evidencia el déficit de las relaciones vecinales. Los contactos desactivados por supuestas desavenencias se restablecen, de manera natural, mientras la frialdad queda aparcada en el trastero de los reproches gratuitos por la cruda realidad que atravesamos.

Habitan hoy las emociones compulsadas por un ejército de vecinos, en cuarentena, que se transforman durante una especial operación salida con destino a las terrazas. Los porqués del balcón que arman multitudes y rompen las costuras de la costumbre se transforman en saludos y guiños de solidaridad que se despliegan con rotundidad manifiesta. La vocación de mirar a la fachada de enfrente, con microscopio emocional, hace saltar lo inamovible y lo inmutable del cartonaje vecinal con vocación de aliviar tristezas y acelerar nostalgias plurales. A la espera de cómo será el día después.

El efecto invernadero que sufrían las relaciones se ha diluido. El paisaje de la comunidad de vecinos, principalmente, la quema de empatías y la deforestación de los contactos que se intensificaron en el pasado, causando un enfriamiento del trato, se han evaporado mientras la radiación vecinal ha resurgido.

El olvidado balcón y la discreta terraza, antes no hacían prisioneros fruto de las enjuiciada intimidad de algunos vecinos…. “Yo para ser feliz quiero un ático” me apuntan, se han erigido en la referencia, como palcos con abono emocional, de ovaciones entregadas donde los aplausos remasterizados de sentimientos se convierten en una banda sonora con royalties comprometidos. Nos convertimos en costaleros del agradecimiento eterno mientras asumimos la utilidad de esta querencia como terapia cotidiana.

Entre el silencio y los decibelios inestables, como liturgia habitual con la obligación de no cansarse, surgen anónimos artistas que se multiplican en tantos frentes: cantantes, músicos, djs, monologuistas, bingueros, mientras el público aprieta con sus aplausos. La historia contemporánea de los balcones es generosa en las fulgurantes apariciones de vecinos como artistas invitados a una romería colectiva. Tú sí que vales. Su efecto es notable, se acortan las distancias. El objetivo primordial es cumplir con el desafío demorado durante años, como vía rápida de acceso para, simplemente, conocernos.

La salida al balcón actúa como un factor irresistible de la llamada que nos mantiene en pie, con entusiasmo contagioso, incluso cuando aparece la desesperanza y el abatimiento al ver el balance de la pandemia. Mientras matamos el tiempo muerto con la sabiduría del (no) aburrimiento nos volcamos en el presente, en el aquí y en el ahora. Por el momento conviene autoengañarse y seguir convocando virtualmente al vecino desde la ventana en busca del aperitivo y del tardeo. Las cervezas y el maridaje vinícola a distancia, se alternan como brindis de tertulias encendidas donde hay la posibilidad de pedir la penúltima. Al abandonar las terrazas es como si echáramos el cierre al bar.

Cuando acabe este encierro tendremos síndrome de Estocolmo y algunos continuaremos apostando por el éxodo al balcón para aliviar la tensión. El insólito destierro casero hará que las terrazas coticen al alza. Tomen nota los arquitectos para la que se avecina.

Los balcones se han convertido en el punto caliente de la relaciones. Un hot spot, en tiempo real, que describe el musculo vecinal con credibilidad. De pronto, sin darnos cuenta, se diluyen los saludos estériles y aparece el fervor vecinal mientras sucumbimos a la complicidad para explotar los gozos de la vida que aún están a nuestro alcance.

¿Aprenderemos de todo esto?Quizás esta pregunta no tiene respuesta hasta volver a empezar. Esperemos que el regreso sea el reflejo de un pronóstico mil veces deseado. Los acontecimientos de los que estamos siendo testigos parecen querer responder a esta pregunta por si solos.

Confiemos en que no se nos olvide esta bendita epidemia de vecindad cuanto todo esto termine. No rebajemos la importancia de la afinidad conseguida. Nunca más desconocidos en el portal, ni timidez en el rellano de la escalera. En el futuro, adiós a la frialdad durante la espera del ascensor cuando la conversación aterriza en el silencio sospechoso de un escueto hola. Aunque el uso del obligado pixelado callejero impide la identificación de los vecinos pongamos que hablo de su comunidad. Siempre han estado ahí. Quién tiene un balcón, tiene un tesoro.