Gastronomía
Escapada a Los Madriles
Poseen la virtud de recordarnos el poder descomunal que ejerce la excelencia de su cotidiano cocido junto con un reconocido estribillo de tapas distinguidas
Como vivimos abrazados al presente de la «gastropolis» valenciana confinada, sin excusas (in)verosímiles para saltarse el cierre perimetral, fetichismos gastroviajeros aparte, nos trasladamos en busca de la cercanía. Por esta cuestión hay sobremesas que nacen con el destino escrito en las que el gusto habla con afectos viajeros por la experiencia vivida en Los Madriles Nueva Taberna (Avda Reino de València, 48) como referencia más que reconocida donde su cocido, con un caldo con voz propia, tiene a su favor la voz autorizada de la excelencia cotidiana construida sobre la base cualitativa de carnes y legumbres.
Pero hoy no solo vamos hablar que su oferta archiconocida, donde el vermú de grifo euforizante se maneja con sobresaliente habilidad y mueve el centro de gravedad del aperitivo con la hondura exacta. Ni de sus croquetas de cocido que transitan por la senda gourmet de manera ortodoxa ni de sus gildas distinguidas, de alto cabotaje, no hay sondeo que se les resista mientras se convierten en una antorcha gastronómica popular que ilumina inicialmente todos los encuentros. Aunque tampoco sobra hablar del vibrante estribillo de su carta de tapas maduradas y tradicionales que llegan a convertirse en un auténtico bálsamo de profunda huella donde hay que reseñar: los boquerones aliñados con las allegadas piparras en vinagre que originan mucho crédito entre los comensales y los calamarcitos plancha con ajitos tiernos y mayonesa kéfir que se mueven sin necesidad de balizas culinarias.
Si algo prolifera en este tiempo es el oportunismo inmediato. Cuando pisamos su terraza el pasado domingo pensamos como dicen los americanos « in the right place at the right moment». Estar en el sitio exacto y en el momento perfecto, seta de calefacción incluida y, haber tenido la suerte de estar en una encrucijada culinaria sabiendo que, para donde tiremos todo va a estar bueno: ensaladilla madriles, croquetas caseras de gambas y de queso Idizabal, anchoa del Cantábrico, cecina artesana y el pulpo a la brasa sobre parmentier.
Entre todos los dones de su carta no se nos ocurre ninguno mayor que su conseguido cocido. Para los que creen marchita y extenuada a la cuchara deben probar la lograda sopa con fideos o canelón de pollo, prueben esta última versión, que remoza por dentro los paladares. Nos recuerda al paraíso culinario abolido tras nuestra infancia en forma del puchero de madres y abuelas que todos añoramos en estas fechas. Su presencia tiene una escenografía variada, necesaria y apropiada que concita un consenso gustativo. Créanme menos ruidoso y empachoso que los tres vuelcos que nos anuncian en algunos locales de la capital madrileña. Por último, un justo derroche goloso con despliegue de liberación dulce que se establece en la recta final de la sobremesa: torrija con helado de turrón, brownie de chocolate o la tarta de calabaza.
La fidelidad gastrónoma que funciona en dos direcciones consiste en deber estar bien informados y tener buena memoria. Como la verdad se cuenta, se siente y se transmite, tras varios encuentros los dos últimos fines de semana, nos lleva a plantearnos ciertas cosas. No sabemos cómo será el mundo de la restauración cuando el coronavirus sea un mal recuerdo y desaparezcan las limitaciones.
Sin embargo, a juzgar por el comportamiento de los clientes, este restaurante seguirá siendo una referencia. Antes, ahora, durante y después. Taberna Los Madriles hay más que motivo para programar una escapada y no viajar.
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