Gastronomía
Napicol, en el nombre de la cuchara
La excelencia no se despega de la hoja de ruta marcada por Chemo Rausell, dónde la cuchara es querida, respetada y admirada
En el epilogo del otoño invernal asistimos al auge y resurrección de la cuchara. Las terceras jornadas de cuchara y guiso del restaurante Napicol, en el Barrio de Roca (C/San Isidro, 28) de Meliana sirven para evaluar con evidente éxito la recurrente vitalidad culinaria de la gastronomía de cuchara y su permanencia como causa común de gastrónomos exigentes y garantía de convivencia gustativa.
La memoria culinaria de la cuchara es algo sencillo, pues permite distinguir el bien y el mal gustativo de manera natural. Sin ella el abismo de la indiferencia comensal se abriría entre nosotros. Dicho esto y nos apoyamos en la extorsión tolerada de los paladares más exigentes de la asociación gastro-enológica, El Gran Colpet, que nos acompañan durante las jornadas, nos atrevemos a decir que el cocinero Chemo Rausell es un albacea de la cuchara y un señor celador de las legumbres.
La excelencia culinaria es un principio innegociable en la gastronomía de cuchara y el restaurante Napicol es un claro ejemplo donde los paladares caen derrumbados de satisfacción. En este envidiable contexto, en plena huerta valenciana, asistimos a una carrera ya iniciada hace cuatro años por la preservación de la cuchara.
Hace falta poco tiempo para saber si las propuestas que han salido de la carta tienen mayor o menor alcance. Razones que no se nos hacen desconocidas después de probar la «ortiga asada amb fesols i naps» mientras el aperitivo «brioche de sepia encebollada» todavía sirve de conversación.
La restauración de cuchara necesita de unos combustibles muy específicos y determinantes, las legumbres, sin los cuales no termina de prender. Nos proponen un viaje atávico al fondo de la gastronomía de cuchara. Hágase la cuchara y la legumbre se hizo estrella. La cocina de Napicol se convierte en una refinería del buen gusto para muestra el «flan de guisante lág y escabeche».
La gastronomía de cuchara es una pequeña orquesta. Sin la menor intención de convertirse en una estrella la legumbre cumple con lo primero y además se forja un destino (no) buscado que le conduce al universo gourmet. Un oficio para el que se ha curtido en mil jornadas.
Más allá de las legítimas reivindicaciones los (des)conocidos garbanzos con bacalao y espinacas nos generan una profunda satisfacción. En un tiempo de identidades gastrónomas fuertes, de gourmets solitarios, la cuchara se convierte en eterna nostalgia como especie recurrente.
El fricando de lengua y lentejas y la sopita de galets y galera también forman parte de esta mayúscula sobremesa altamente centrifugada de criterio y buen gusto. Las expectativas se ven superadas al probar un peculiarísimo gazpacho de perdiz y col. Hay más que motivo para repetir.
Las sorprendentes «fabes en sopa de ajo y rosiñoles» cuyo anclaje en este territorio mediterráneo es más nostálgico y retórico, hacia la cuchara como patria querida, nos cautivan. La fabada sobre interpretada progresa sin nubarrones tras enfrentarse a una dura prueba de esfuerzo gustativo. No es descartable que alguien, a no mucho tardar, quiera volver a degustarlas.
Aunque no hay que olvidar que la gastronomía de guisos y cuchara es infinitamente más cosas que simplemente un obsceno derroche cualitativo de las legumbres tras probar la conseguida versión de «Liebre a la Royal» que cierra el encuentro.
El mundo culinario de la cuchara en otoño es todo aquello que ocurre entre la información meteorológica y los encuentros gastronómicos. La primera nos arruina el fin de semana con su pronóstico borrascoso y la segunda nos consuela con el avistamiento de la excelencia con un menú arrollador, tranquilo, silente y perfectamente conforme para los paladares más exigentes que quieran conocer el esplendor de la cuchara de manera minimalista y gourmet.
Probamos, aprobamos, comprobamos y solo reprobamos la falta de días para disfrutar más de estos platos. Aunque nos confirman la presencia de varios platos de guardia en la carta del restaurante. Napicol: hágase la cuchara y la legumbre se hizo estrella.
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