En consulta con Enric Valls
Claves para gestionar el duelo, especialmente en Navidad
En estas fechas está permitido, extrañar personas, necesitar espacio y sentir nostalgia
Carmen, no se encuentra bien. Acaba de fallecer su abuelo al que tanto admiraba desde pequeña. No quiere llorar, huye de sus amistades y de su pareja, quiere estar sola. Se encuentra muy nerviosa e irritable con todo su entorno. Entra en mi consulta con una mirada pérdida y con boca desencajada. En plena sesión me comenta que las fiestas navideñas le generan asco, rabia y mucho dolor. No soporta ver reír a la gente, oír villancicos ni hablar de felicidad. Durante el transcurso de la sesión me comenta que ha tenido una pelea muy intensa con su compañera de trabajo simplemente por preguntarle cómo estaba. Teme perder el control y siente un vacío interior muy fuerte el cual denomina como «un agujero profundo».
Carmen está pasando por una etapa de negación y enfado. Carmen está en pleno duelo.
El término “duelo”, deriva del latín y equivale a dolor. Payás (2007), define el duelo como “la respuesta natural a la pérdida de cualquier persona, cosa o valor con la que se ha construido un vínculo afectivo […] se trata de un proceso natural y humano y no de una enfermedad que haya que evitar o de la que haya que curarse”.
Según Echeburúa y Herrán (2007) en un duelo normal, los síntomas comunes son la tristeza, la culpa y la soledad. También se puede sentir desinterés por la relación con el mundo exterior. La personalidad, el apego con el fallecido y las circunstancias de la muerte determinan la intensidad de los síntomas que suelen desaparecer gradualmente, desde los seis meses hasta un año.
La diferencia entre un duelo normal y patológico, se detecta cuando las reacciones emocionales son tan intensas que impiden el buen funcionamiento de la persona por sufrir síntomas infrecuentes como pensamientos suicidas recurrentes y alucinaciones auditivas o visuales con el fallecido.
¿Qué entendemos por pérdida o duelo?
Las pérdidas son parte de la vida. El duelo es un proceso que nos ayuda a recuperarnos. El duelo nos ayuda a reaccionar ante una pérdida, que puede ser laboral, relacional o de un ser querido.
«El dolor es un camino no un pozo», decía un conferencista italoamericano. Qué razón tenía. Efectivamente, en ese proceso, la presencia externa pasa a ser una presencia interna, es un vínculo interno y eterno.
Debemos de darnos permiso a conectar con el dolor y cada dolor es individual. No podemos compararnos con otro conocido o familiar. Cada persona tiene su tiempo y su proceso. Dichas etapas las identificó Kubbler Ross en los años 90 como la negación, el enfado, la negociación con uno mismo, dolor o depresión y aceptación como último paso son cruciales para esa superación, pero, ¿qué podemos hacer?
Tres claves:
1-Reconocer la pérdida: Primeras veces sin la persona. Trabajar la culpa y el autoreproche. Gestionar y digerir la rabia contra uno mismo.
2-Abrirse al dolor: Después de una perdida, dejamos de ser iguales. Algo se va con nosotros. Cambios en la concepción de la vida, fe o ideas sobre la muerte.
3-Refexionar: Evaluar nuestras emociones y darnos permiso para sentirlas.
El duelo no hay que forzarlo ni evitarlo. El duelo no es una enfermedad. Debemos de poder hablar, llorar, gritar sobre él.
Y recuerda, en estas fechas está permitido, extrañar personas, necesitar espacio y sentir nostalgia.
Si observas que no puedes controlar estos aspectos como Carmen en un inicio, no dudes en acudir a un profesional o si conoces a alguien que lo padezca ofrécele una mano.
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