Sonidos del Turia

Un dulce pasticcio

Director: Fabio Biondi. Reparto: Emöke Baráth, Eleonora Bellocci, Michaela Antenucci, Fabrizio Beggi, Ann Hallenberg. Europa Galante. Auditorio: Palau de la Música de Valencia. Sala Iturbi. 11 de marzo de 2025

Un momento de la velada del martes en el Palau de la Música de Valencia
Un momento de la velada del martes en el Palau de la Música de ValenciaPalau de la Música

La noche valenciana del 11 de marzo, tras un día de juego entre lluvias y claros, pareció transportar al público a una ciudad festiva y de armonías barrocas, evocando la esencia de la Venecia natal de Antonio Vivaldi. No solo su música, sino también su faceta como impresario, cobraron vida en un ambiente que, incluso en lo climático, parecía integrarse en el espectáculo. En plena efervescencia de las fiestas falleras y con el eco del recién concluido carnaval veneciano, el Palau de la Música se transformó, por una noche, en un auténtico teatro de ópera, con una programación que, con acierto, ha sabido dar cabida al género lírico.

El público, congregado en la Sala Iturbi, se mostró entregado desde el primer minuto y expectante ante el placer de la oralidad y la música. No era una gran multitud, pero quizá por ello la experiencia resultaría más intensa, más recogida, como si el espacio se hubiera adaptado a quienes verdaderamente ansiaban descubrir una de las facetas no tan conocidas de Vivaldi. En esta ocasión, gracias a Argippo, RV 697, con libreto de Domenico Lalli, una obra que permanecería en el olvido hasta su redescubrimiento hace pocos años y que arroja luz sobre la dedicación de il prete rosso a la ópera, con frecuencia eclipsada por su inmensa producción instrumental, como si de una de las nubes de aquella jornada se tratara.

La velada comenzó con la sinfonía para cuerdas y bajo continuo en Do mayor, RV 112, compuesta en la década de 1720, que sirvió como obertura y preparó el terreno para la ópera. Argippo se inscribe en el extenso corpus lírico vivaldiano, que supera el medio centenar de títulos. Algunas de estas óperas fueron concebidas ex novo, mientras que otras, como esta, responden al formato de pasticcio, procedimiento habitual que permitía reelaborar y reutilizar fragmentos musicales preexistentes, incluso de otros compositores. Lejos de restarle autenticidad, este carácter no resalta sino la habilidad del maestro véneto dentro de los códigos teatrales del siglo XVIII.

Y si Valencia se imbuyó aquella noche en el fulgor artístico de la famosa ciudad de los canales, su Sala Iturbi obró un doble traslado: en el continente, al Teatro Sporck de Praga, donde Argippo se estrenó en 1730; en el contenido, a las fastuosas cortes del imperio mogol de la India, escenario de pasiones que vertebran la trama. Pero no fue solo la geografía la que tejió este juego de arias, sino la fantástica interpretación de Europa Galante, que, bajo la dirección de Fabio Biondi, construiría un discurso entrelazado de tensión y relajo, de vértigo y delicadeza, integrándose su director en la orquesta con la naturalidad de quien respira la música desde dentro. Figura bien conocida en la ciudad, Biondi supo dotar a la obra de un equilibrio entre el rigor historicista y una expresividad casi teatral, en la que no faltaron gestos en lo personal, y bariolages, trinos, pizzicati y diferentes técnicas de arco al servicio del texto.

El continuo, soporte armónico a lo largo de la pieza, brilló especialmente en los recitativos, sosteniendo con solidez el discurso dramático.

Si bien la ópera no destaca particularmente por el contraste entre sus arias —en su mayoría de escritura y ejecución rápidas—, el elenco vocal supo imprimir carácter a cada número. Emöke Baráth (Argippo), Eleonora Bellocci (Osira), Michaela Antenucci (Silvero), Fabrizio Beggi (Tisifaro) y Ann Hallenberg (Zanaida) conformaron, en conjunto, un reparto de notable calidad técnica. A pesar de tratarse de una versión concierto, la entrega del equipo lograría trascender la ausencia de escenografía, de modo que la imaginación del público elevara el telón sin esfuerzo para sumergirse plenamente en la narración.

Destacó Fabrizio Beggi, cuya presencia vocal se complementó con una dicción clara y una proyección bien equilibrada con la orquesta. Por su parte, Ann Hallenberg, de gran solidez interpretativa, logró compenetrarse a la perfección con la agrupación instrumental, y en simbiosis con su compañero tenor, especialmente relevante en su papel de hija de Tisifaro.

Emöke Baráth brilló por su expresividad y por una muy correcta ejecución de la coloratura, mostrando gran seguridad sobre el escenario y una actitud que reforzó la intensidad dramática de la obra. También Eleonora Bellocci y Michaela Antenucci ofrecieron una interpretación refinada y técnicamente precisa, si bien algo más moderada en cuanto a sonoridad en comparación con sus compañeros.

Fue, en definitiva, una velada destinada al oyente atento más que al espectador casual; una noche en la que el lenguaje vivaldiano habló sin concesiones a la indiferencia y en la que la música cautivó a quienes se entregaron por completo a su fascinación.