En consulta con Enric Valls

¿Por qué sufro?: el dolor como parte de la vida

La vida es un proceso de dolor y felicidad, pero cada individuo reacciona de una manera diferente ante la misma situación

¿Por qué sufro?: el dolor como parte de la vida
¿Por qué sufro?: el dolor como parte de la vidaDreamstime

El pasado jueves, me encontré a una vieja amiga de un trabajo anterior mientras me dirigía a un centro escolar para impartir una charla. A primera vista, pude observar en ella un aspecto físico algo desmejorado respecto la última vez que la vi (hará unos 10 años).

Tras ponernos al día (a grandes rasgos) de lo que había sido de nosotros en este largo tiempo, me comentó: “Enric, tengo una pregunta que me lleva rondando bastante tiempo por la cabeza, ¿Por qué sufro? Me he pasado toda la vida sufriendo y parece que los problemas vienen a mí…”.

Mi padre decía que «la vida es un valle de lágrimas». Cuando era pequeño no lo entendía muy bien, pero ahora que ya llevo un largo recorrido por el sufrimiento humano, reflexiono sobre ello y pienso: ¿Por qué lo interpretamos automáticamente como una visión pesimista de lo que es el destino de la vida humana?; ¿Por qué no lo entendemos como algo positivo relacionándolo con la alegría, el optimismo y placer y un sinfín de satisfacciones? Lo cierto es que la vida es un proceso de dolor y felicidad, de satisfacción y de sufrimiento; pero, no obstante, estas situaciones no se dan por igual ni en la vida de cada persona ni en los diferentes grupos de edades.

Durante millones de años, la esperanza media de vida ha sido entre 25 y 35 años, y la tasa de mortalidad del 60% para los recién nacidos y niños. La muerte, la oscuridad, la expiración y el fin aparecían en cualquier momento del ciclo vital y no perdonaban a nadie.

En nuestros tiempos, sin embargo, la vida ha cambiado. En los países desarrollados la mayoría de las personas llegarán a edades tardías, desgraciadamente en los países subdesarrollados no, pero eso da para otro artículo.

Todos vivimos situaciones que nos generan dolor, y ante esto, tenemos dos opciones: vivirlo y trascenderlo o generar un gran sufrimiento, compuesto por pensamientos y emociones negativas que, con frecuencia, está causado o aumentado por nosotros mismos.

Por dos razones muy sencillas según el psiquiatra americano Gleen Cooper: la actitud ante el dolor y/o el significado que le damos a ello.

Podemos tener una sensación positiva o negativa. Cada individuo reacciona de manera diferente ante una misma situación. Mientras una persona siente una intensa tristeza ante el dolor que está experimentando, otra puede encararlo de una manera distinta y salir fortalecida y más madura, reforzando así su capacidad de resistencia o resiliencia. El dolor se afronta con optimismo, interiorizando la situación como parte del transcurso de la vida; aceptándolo, gestionándolo y siguiendo hacia adelante con actitud. Porque no es más optimista el que menos ha fracasado, sino quien ha sabido encontrar en la adversidad, en los problemas y complicaciones un estímulo para superarse, fortaleciendo su voluntad y dedicación.

“Todo requiere esfuerzo y el optimismo es la alegre manifestación del mismo, de esta forma, las dificultades y contrariedades dejan de ser una carga, convirtiéndonos en personas productivas y emprendedoras” decía mi querido Martin Seligman.