Gastronomía
La Romana de Bétera, peregrinación irrenunciable
Las brasas, carnes y pescados, con sabio oportunismo se posicionan como referencia en la carta de este nuevo restaurante
Asentado el veranillo de San Miguel, a veces, basta un pequeño viaje de apenas 25 minutos desde el centro de Valencia para que pasen grandes cosas. Como un guiño a los acontecimientos que nos marca la propuesta y cargados de curiosidad programamos la visita. Hacemos cálculos premonitorios al conocer la hoja de ruta que nos lleva hasta el Restaurante La Romana de Bétera (C/ Pou Sant Jaume, 9). La expectación que genera la visita cumple sobradamente al conocer la transformación de la antigua Masía Romaní.
Nos disponemos a descubrir las ráfagas culinarias que nutren la carta de este establecimiento a través de una inmersión controlada. Inventariamos los platos y rebobinamos los sabores. Se manifiestan las iniciales querencias hacia la «ensaladilla rusa tradicional con quisquilla confitada al romero». Las expectativas también comparecen al probar la clásica pero acusadamente sabrosa «ensalada de perdiz escabechada».
La inercia favorable se precipita, aún más, al probar el curioso y conseguido «taco de merluza en tempura yema de huevo y alioli de cebollino»
La pujanza de su carta queda delatada desde el principio. Su propuesta es una apelación imperiosa al disfrute con una serie de platos donde manda la calidad del producto en una plenitud gastrónoma sin trampantojos como el «tartar de atún trufado».
Los decibelios gustativos son una premonición al probar la concluyente «viera con salsa beure blanc». Cualquier parecido con la autenticidad no está calculado.
Las brasas con sabio oportunismo se posicionan como referencia en la carta. Espoleados por el crédito que nos anuncian del «chuletón de vaca frisona», 45 días de maduración, nos inclinamos por la carne roja. Existe unanimidad entre los comensales al reconocer la reverenciada carne vacuna de Valdi (Ortuella,Vizcaya). La notable carta de arroces, mariscos y pescados espera el momento estelar de una próxima visita.
El final de la sobremesa nos demuestra que a los dulces no se le pueden poner fronteras y buscamos argumentos golosos legitimadores con el tradicional tiramisú.
La excelencia del producto y el trato familiar son dos características disociadas sino complementarias. Un guiño a los antiguos propietarios como el «roast beef y la paletilla de cordero al estilo Masía Romaní» polariza los recuerdos y aúna voluntades nostálgicas. El empeño emocional de los actuales gestores por mantener estos dos platos en la carta es más que un detalle. Eso sí, con reserva. Hay leyendas culinarias que conviene desterrar de vez en cuando.
En la cocina de La Romana se reescriben recetas tradicionales, actualizadas desde la diversidad, sin titubeos argumentales, que atesoran todas las virtudes de un buen plato: verdad y armonía. La adicción a otros platos como las croquetas de jamón ibérico y de bogavante, sepia con mayonesa, piparras y ortigas de mar en tempura, montadito de «steak tartar», coca de hojaldre, se presentan una y otra vez, dentro del patrimonio del disfrute, por fortuna, para quedarse. Hay platos que requieren una inspiración, y otros que se aprenden con la elaboración. En este restaurante se cumplen ambas premisas.
Nos asombra la búsqueda del equilibrio, sin escamotear la variedad de subterfugios culinarios. Todos los platos compiten para granjearse el privilegiado papel de favoritos.
Nos vemos inclinados a reconocer los méritos del servicio de sala, capitaneado por el propietario Miguel Orero, que maneja con destreza cualquier exigente propuesta, con sensibilidad sumiller y eficacia en la oratoria del consejo y del jefe de cocina y socio, Josue Urgel, al que hemos seguido su trayectoria en diferentes restaurantes donde desarrolla su hondura culinaria, de forma natural, entroncando producto, alta cocina y recetas populares.
Nada hay mejor para prolongar el exceso de satisfacción y en el mejor contexto imaginable como su conseguida terraza tras la remodelación del espacio de la antigua Masía Romaní. La solvencia del servicio de sala siempre está de guardia. Cuidan de todos los detalles mientras ofrecen una oportunidad para entronizar la coctelería en la terraza de manera harto transparente sin olvidar las innumerables oportunidades para establecer un concierto alambicado de "gin tonics".
Después de la visita reconocemos que el estilo y la confianza en su carta se despliegan, en paralelo, como una alfombra gustativa en la que a todos nos gusta pisar. Y hasta aquí las credenciales. No hace falta afiliarse a ninguna ortodoxia restauradora ni participar en ningún credo gourmet para mantener viva la querencia hacia a este tipo de nuevos restaurantes.
Los porqués evidentes de la sobremesa vivida revelan que estamos ante un establecimiento que invita a una peregrinación obligada.
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