Mar de Azahar
Ubi sunt epistolae? ¿Dónde están las cartas?
Hoy hablaremos de epistolomanía de don Miguel de Unamuno porque gracias a ella podemos leer, casi día por día, su vida adulta
Los que me conocen saben que soy una firme entusiasta del género epistolar. Cuántas declaraciones de amor y de guerra… cuántas pasiones del alma y secretos escondidos se han confesado en esos trozos de papel.
Quién no ha oído hablar de Séneca y sus epístolas o de San Pablo y las suyas. De Montesquieu con sus Cartas Persas o Cadalso con las marruecas y Bécquer con las que escribió desde su celda.
Sentimientos, venganzas, desafíos, declaraciones que han surcado mares a bordo de bergantines, cabalgado a lomos de nobles corceles o deslizado entre nubes para alcanzar su destino. Palabras salidas del corazón de quien las escribe o de la parte más perversa de su mente.
La primera vez que leí este tópico literario medieval del ubi sunt era yo adolescente y lo hice de la mano de Jorge Manrique en sus Coplas a la muerte de su padre. No teníamos móvil ni internet y todavía escribíamos cartas en verano o misivas de amor y desamor cuando se nos rompía el corazón. He vuelto a escribirlas hace poco tiempo para mi última novela y les aseguro que es un placer refugiarse en ese género. Es como si todo fuera más puro y verdadero, como si las palabras brotaran solas y se entrelazaran entre ellas con una belleza inigualable.
Este invierno, para dar forma al proyecto del que les hablo, he leído varios libros que recopilan las cartas que se enviaban algunos ilustres personajes como Emilia Pardo Bazán y Benito Pérez Galdós; Carmen Laforet y Ramón J. Sender o las que compartía con Elena Fortún. También esas íntimas entre esta misma autora y su amiga Lilí Álvarez. He pasado momentos maravillosos con estos textos, pero me ha entristecido darme cuenta de que la mayoría de nosotros ya no escribe cartas. Eso por no decir que, la gran parte de la humanidad no escribirá una a lo largo de su vida y tampoco recibirá ninguna. Deberíamos pensar algo para ponerle remedio… Les emplazo a ello.
Hoy hablaremos de epistolomanía de don Miguel de Unamuno porque gracias a ella podemos leer, casi día por día, su vida adulta. Una existencia dividida entre el misterio y el destino, en constante diálogo con lo inalterable, con lo inquebrantable. La permanente necesidad de comunicación en maravillosos soliloquios a cuento de cualquier cosa: el entusiasmo por la lectura, una nueva novela, un pensamiento, una opinión, el dolor del alma… de la suya, envuelta en congojas e incertidumbres; puro romanticismo. Después de su milagrosa salida del Paraninfo de la Universidad de Salamanca, escoltado por Carmen Polo, don Miguel intuyó que acabaría asesinado en aquel arresto domiciliario al que le sometieron. No sabía cómo ni cuándo ni tampoco en manos de quién, pero sus premoniciones se cumplieron y él las hizo saber en siete cartas que mandó antes de morir.
Unas declaraciones del propio Unamuno aparecieron en el diario francés L’ Humanité, como si él mismo estuviera hablando desde el más allá: «Ya nunca más saldré a las calles de Salamanca. Me sacarán muerto de aquí, ya se lo he dicho al comisario encargado de mi vigilancia». Aunque esta historia ya la conocemos.
En cambio, lo que más me ha llamado la atención es un proyecto de la Casa-Museo de Salamanca que ha rescatado más de seiscientas cartas de mujeres, protagonistas de un material totalmente desconocido, que escribieron a don Miguel con los fines más diversos. Mujeres célebres y también anónimas le pedían ayuda para salvar condenados, consejos literarios, apoyo al feminismo, soluciones para los amargos escollos a la creatividad femenina… Nombres como el de María de Maeztu, Concha Espina, Emilia Pardo Bazán, Carmen Burgos, Margarita Xirgu o Clara Campoamor lo consideraban un gran pensador.
Pero al autor también le llegan centenares de misivas de mujeres anónimas; algunas intentan acercarse «íntimamente», otras, le cuentan sus quebrantos más mundanos. Desde una señora que se lamenta de su ingreso en un sanatorio mental, hasta aquella que le pide consejo porque su hijo quiere sacar unas oposiciones. Entrañables y comprometidas féminas que le piden su opinión sobre el divorcio o que le proponen sin la menor reserva que cambie el final de alguna de sus novelas porque no les ha gustado. Peticiones de autógrafos, postales de niños, epístolas de admiradoras que no quieren seguir siendo anónimas, versos, fotografías, dibujos… Cuartillas que salen del corazón de todas ellas para mantener con el filósofo esas conversaciones que él tanto deseaba.
Un corpus epistolar que no había sido estudiado hasta ahora y que nos permite conocer a un Unamuno próximo y entregado sabedor de su papel como activo interlocutor social de la época que le tocó vivir.
Así que ya lo saben, escriban y cuenten sus cosas, sin pudor… En cualquier caso, su corazón se reconfortará si lo hacen, se lo aseguro. Y si no tiene a quién remitirlas, envíenmelas a mí. Prometo contestarles.
Hasta dentro de unos días. Y no se olviden de una cosa: el mar les espera.