Opinión | A través del espejo

Valencia, un «skyline» de cenizas

Saquemos de esta fatalidad enseñanzas y certezas que nos ayuden a esquivarla, pero vivamos conscientes de que existe

Dado de alta el bombero ingresado en el Peset y solo permenece otro más ingresado tras el incendio de Valencia
Dado de alta el bombero ingresado en el Peset y solo permenece otro más ingresado tras el incendio de ValenciaEuropa Press

La fatalidad sale de la intimidad del individuo cuando se produce un suceso que afecta a muchas personas, y más, si se produce en unas circunstancias extraordinarias. Pero la fatalidad también es mirar el móvil mientras se conduce y morir cuando estabas avisando de que ya llegabas o coger el tren que acaba saliéndose de la vía.

La pena, el dolor por ese hecho que no avisa, deja un vacío inmenso, una rabia que algunos tratan de aplacar buscando culpables.

¿Cómo pudo un edificio moderno arder como si fuese una pira en tan poco tiempo? ¿Por qué diez personas han tenido que morir cuando solo pasaban la tarde en su casa?

El incendio del pasado jueves quedará grabado en la memoria colectiva de Valencia como un suceso trágico en el que, por mucho que duela decirlo y sin que pueda servir de consuelo a las víctimas, podría haber pasado mucho más. Si en lugar de las cinco de la tarde se inicia a las tres de la mañana hubiesen muerto todavía más personas. Y si los bomberos no hubiesen arriesgado su propia vida para salvar la de otros, también. Desde el 22 de febrero nos faltan diez.

En estos tres días que han trascurrido desde el incendio, he visto relacionar este terrible suceso con la especulación urbanística de un barrio que quiso crecer y convertirse en residencial, como si los que allí viven hubiesen comprado una papeleta que dijese que su vida en algún momento dejaría de ser perfecta.

He contemplado perpleja las ansias de algunos políticos que no quieren desaprovechar la cuota de pantalla que dan estos sucesos, como si no fuese obvio que ellos no tienen nada que aportar a la gestión de este asunto y que solo vienen a figurar.

Afortunadamente, también he constatado cómo la solidaridad de los valencianos hace más grande a esta ciudad y eso hace que todo lo demás no importe demasiado.

El «skyline» de Valencia es hoy menos menos brillante, uno de los edificios que indiscutiblemente lo conforman ha quedado casi reducido a cenizas. Saquemos de esta fatalidad enseñanzas y certezas que nos ayuden a esquivarla, pero vivamos conscientes de que existe.