Coronavirus
Diario de una cuarentena con niños: Día 23
Día XXIII: Los niños nos han descubierto, no sabemos dibujar un gato
Es sábado 4 de abril y no es un sábado cualquiera para los niños. Bueno, matizo, no hubiera sido un sábado cualquiera para los niños porque hoy empezaban las vacaciones de Semana Santa. Tampoco hay escenas de pánico ni padres hiperventilando porque no saben qué hacer con sus hijos hasta el Viernes Santo. Si se trata de buscar cosas positivas al confinamiento, que las hay, una puede ser que las familias nos ahorraremos dinero y dolores de cabeza haciendo sudokus para ver con quién se quedaban los niños el lunes. Aunque quizás, sí que contamos los días que quedan para el viernes, porque una cosa es estar en casa con trabajo y la otra, tener vacaciones y poder hacer algunas de las las propuestas que se envían por los grupos de whatsapp. Algunas, no todas, porque siendo realistas, para hacer todas las manualidades, leer todos los libros y ver todas las series que me han recomendado necesitaría ser un gato y tener siete vidas.
Así que los niños seguirán con sus padres, encerrados en casa, como en los últimos 21 días. Aunque Samanta Villar, en su programa de televisión, intentaba demostrar que se puede cambiar un hábito en tres semanas, con lo del confinamiento, lo de los 21 días no funciona. Esta noche hubiéramos preferido ir al Bar María a celebrar el cumpleaños de nuestro compañero David y hacer ver que nos bebemos el chupito de Jaggermeister al que se empeña en invitarnos, en vez de conformarnos con hacer “telebirras”, porque no me voy a emborrachar en familia. No quiero ser un mal ejemplo. Ya lo soy en otras cosas. Hasta la fecha, habíamos evitado con bastante habilidad que nuestros hijos descubrieran nuestras carencias dibujando. Cuando me pedían que les dibujara un elefante, conseguía despistarlos proponiendo jugar un partido de fútbol en el pasillo. Lo del fútbol siempre funciona. Pero ahora, además de ejercicios de matemáticas y leer cuentos, los profesores nos envían manualidades a diario, les parecerá divertido. Y si toca dibujar una jirafa de Kenya y tu hijo te pide ayuda, no puedes plantear jugar un partido de fútbol para escaquearte. La suerte que tenemos es que existe Internet y mil manuales en Youtube. Con este vídeo hemos logrado buenos resultados. Porque nuestros gatos eran miserables. Hace años, una tarde tediosa en la redacción alguien tuvo la brillante idea de dibujar gatos. Este fue el resultado. No diré cuál era el mío.
Uno de los gatos me recuerda a los fantásticos dibujos de Dom. Este niño se hizo “famoso” cuando tenía 7 años, a través de una fabulosa cuenta de Instagram, @thingsIhavedrawn, en la que su padre, Tom Curtis, recrea de manera digital cómo sería el mundo real -animales, coches, personas- si los dibujos de un niño tomaran vida propia.
Siempre que los veo se me saltan las lágrimas de risa. Nada que ver con el diario ilustrado de un confinamiento que está haciendo el ex batería de mi amigo Joan Queralt, que además de contar chistes es músico y en su cuenta de Instagram @jqueraltmusic toca una canción en directo cada día. Joan llama a su ex batería @chufiboy, porque dice que en vez de sangre tiene horchata en las venas, pero alguien capaz de ilustrar con tanto detalle la vida en cuarentena, lo que tiene es tinta corriendo en sus venas.
Para distinguir que hoy es sábado y no un triste lunes, he hecho una fideuà. Mis padres cocinaban muy bien y aprendí a cocinar con el olfato sin saberlo. Ahora sé porque dicen que es el sentido con más memoria. La fideuà estaba de rechupete, pero como también hicimos aperitivo, a Bruna le costó probarla. Tuvimos que recurrir al método del avión, aunque costó lo suyo que abriera la boca. Primero dijo que la pista de aterrizaje estaba estropeada, luego que había fantasmas y, finalmente, coronavius. En sólo 21 días, han integrado al coronavirus en sus juegos. Lo dibujan, lo persiguen y lo aporrean. En breve, en vez de jugar a peste alta, correremos unos detrás de otros y pillará quien tenga el coronavirus.
Pese a que en tres semanas, se hayan familiarizado con el microbio, lo de los 21 días sigue siendo una teoría de Maxwell Maltz alimentada por los gurús del coaching moderno. Una investigadora de Psicología de la Salud del University College London, Phillipa Lally, realizó un estudio en 2009 en el que pidió a casi un centenar de voluntarios que escogieran un hábito saludable que no hicieran y lo repitieran cada día. El tiempo que necesitaron para integrarlo automáticamente en su rutina varió de 18 a 254 días, pero la media fue de 66 días.
El 18 de mayo hará 66 días que los niños no van al colegio y estamos encerrados. Pero para entonces espero no habernos acostumbrado y poder salir a comprar rosas y libros. Porque nunca será tarde para celebrar Sant Jordi.
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