Rubén Turienzo: «“Ambición” es una palabra maltratada»
El consultor ha publicado «Haz que suceda» (Alienta), un libro que contiene un sistema de herramientas para alcanzar los objetivos que se planteen
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«Si crees que no hay esperanza, seguro que no la habrá. Si crees que existe un instinto de libertad, encontrarás oportunidades para cambiar las cosas». Es la cita de Noam Chomsky con la que arranca «Haz que suceda» (Alienta), un manual que no te pone a dieta, sino que contiene una receta con 25 ingredientes para cocinar un plato con el que cambiar la forma de pensar. El último de Rubén Turienzo no es el típico libro de autoayuda. Tampoco el mapa de un triunfador. Es, más bien, el paracaídas de un superviviente. Dicen del autor –un chico de barrio que exprime cada oportunidad– que hace posible lo imposible, viendo lo que otros no ven, aunque estén mirando.
–Quiero que suceda, ¿cómo lo hago?
–Lo primero, define qué quieres que suceda de manera que sea un objetivo poderoso pero tangible para trazar una estrategia que ayude a alcanzarlo.
–¿Y si no puedo?
–El itinerario que planteo en el libro permite darse cuenta de que el objetivo, tal y como está planteado, no es realizable. Entonces puedes optar por otro o por adaptar el inicial. Yo no soy de los que piensan que si quieres, puedes, aunque creo en la vida como una mejora continua. Por eso cada año me planteo nuevos objetivos.
–¿Suele cumplirlos?
–Hasta ahora, casi todos, menos los relacionados con la pérdida de peso y mi estado físico, que se me atragantan. Sin embargo, he de decir que este año lo he conseguido.
–¿Usted cuánto sueña?
–Mucho, y a lo grande, a 10 o 15 años vista. Puede parecer una locura, pero echando la vista atrás... aquella persona creería imposible ver donde estoy ahora.
–¿Cuál es la distancia entre los sueños y la realidad?
–Soñar es bueno. Y todo el mundo es libre de soñar lo que desee. No obstante, hay que abrir los ojos y ponerse a trabajar. Cuando ven el esfuerzo que conlleva el cumplimiento del sueño muchos bajan los brazos.
–Porque el éxito no depende del azar, sino del hacer.
–Exacto. Todos los días hay que acercarse a lo que se desee. No creo en los soñadores, creo en los escultores que pulen las piedras a martillazos.
–Usted habla mucho de objetivos, pero, ¿cuál debería ser el principal?
–(Piensa) Vivir en plenitud y ofrecen el máximo potencial a nuestro entorno.
–Vivir en una búsqueda continua de objetivos, ¿no puede frustrar?
–Sí, por eso es tan importante la moderación. Hay que plantearse objetivos estresantes que obliguen a cambiar de hábitos o que requieran un aprendizaje, y equilibrarlo con el disfrute de otros retos que se vayan cosechando, porque hay gente incapaz de pararse a gozar de lo que tiene. Con un objetivo grande y dos o tres pequeños al año es suficiente.
–¿La ambición entiende de equilibrios?
–Sí. La codicia, no. Ambición es una palabra maltratada, por desgracia tiene una connotación negativa. En realidad, todos tendríamos que ser más ambiciosos de lo que normalmente somos.
–¿Qué la mata?
–Valorar más el objetivo que la huella que vamos a dejar por lograrlo, caer en el egoísmo, en un individualismo exacerbado que no es nada bueno. Siempre hay que pensar en el daño que podemos hacer a todos lo que nos rodean.
–¿Y el dinero?
–También. Que el fin último sea el dinero resulta un gran error. Tampoco soy de los que piensan que no da la felicidad, nunca he visto a alguien triste encima de una moto de agua. Otro error es creer que la falta de dinero anula las oportunidades. De hecho, la gente con pocos recursos usa la creatividad para sacar más partido al poco dinero que tiene.
–Anteriormente escribió «El pequeño libro de la motivación». ¿A usted qué le motiva?
–Ver crecer y ayudar a la gente que quiero. No busco ninguna costura a quienes les va bien, sino que les miro para ver cómo aprender. Detrás de todo éxito hay un aprendizaje.
–Dice que hay un día en la vida que lo cambia todo...
–Así es. Y hay que ser valiente para darse cuenta de que ese día ha llegado y decidir cambiar. Porque lo más triste es llegar a ese día, verlo pasar y no atreverse a dar el paso.