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«Naufragios de Álvar Núñez»: La conciencia del presente ★★★★★

Pepón Nieto, de pie, junto a parte del elenco de la función que narra la historia de Cabeza de Vaca
Pepón Nieto, de pie, junto a parte del elenco de la función que narra la historia de Cabeza de VacamarcosGpunto

Autor: J. Sanchis Sinisterra. Directora: M. Mira. Intérpretes: J. Noguero, P. Nieto, K. Garantivá, M. Sánchez, C. Sanchis... Teatro María Guerrero, Madrid. Hasta el 29 de marzo..

No creo exagerar si digo que esta obra tiene prácticamente todo lo mejor del mejor Sanchis Sinisterra que hayamos conocido. Siempre a vueltas con la forma y con el punto de vista para hallar, tal vez, la manera más honesta y más libre de contar una historia, y a vueltas, por tanto, consigo mismo en la relación que ha de establecer con su obra, el dramaturgo puede resultar a veces excesivamente prolijo con sus disquisiciones formales a la hora de hacer llegar al lector/espectador los temas que realmente quiere abordar.

Pero resulta que en «Naufragios de Álvar Núñez» (escrita en 1991 y pendiente de estreno) ya había dado con el equilibrio perfecto. Al menos eso cabe pensar después de ver la brillante, ágil y directa dirección que ha hecho Magüi Mira del texto. Es verdad que el autor sigue aquí reacio a dar las cosas mascadas y persiste en desafiar toda estructura convencional de la narración, generando así una deliberada ambigüedad que obliga al espectador a recomponer la historia de una manera casi personalizada. Lo que pasa es que ese espectador dispone esta vez de muchas más herramientas, y eso hace que esa reconstrucción sea más placentera y enriquecedora.

Argumentalmente, todo emana de una fantasmagoría sin asentamiento lógico posible; y, sin embargo, uno puede entender muchas cosas en esa ficción inverosímil. El conquistador Álvar Núñez Cabeza de Vaca aparece en el escenario como un hombre de hoy en día. Puede ser un actor, un personaje o un loco. En cualquier caso, es un ser atormentado, transido por el delirio, por el recuerdo persecutorio, o por no se sabe qué acechante forma de pensamiento. En el espacio se cruzan la aparente realidad del protagonista en el presente y un atribulado pasado como expedicionario en el Nuevo Mundo. Parece que ni él mismo sabe cuál de los dos planos es el real. Sin embargo, en ese descabellado y fascinante discurrir de acontecimientos pasados y presentes, se atisba el contraste entre este cómodo mundo occidental de hoy y aquel otro saqueado en ultramar hace siglos; y empieza uno entonces a inferir el sentido sólido y profundo de la obra: la culpa y su forma de trampear la Historia. Una culpa que se instala en la corriente continua del tiempo desbordando el momento puntual de la Conquista y que, partiendo de los individuos concretos que la protagonizaron, se extiende a toda la sociedad primermundista que debe a ella hoy sus privilegios.

La abstracción es brutal, pero al mismo tiempo es inteligible. Y lo es, en buena medida, porque la puesta en escena cautiva de principio a fin, tanto por la belleza y claridad que atesoran las escenas en su propia composición plástica como por el preciso ritmo con el que se simultanean y se suceden –solo hacia el final se ralentiza la acción más de lo debido–. Obviamente, en ese poder de fascinación que ejerce la propuesta, tiene mucho que ver el equipo artístico al completo: no pueden ser más convenientes y reveladores, por ejemplo, el movimiento escénico, la luz y la escenografía. Ahora bien, una producción de tamaña envergadura requería innegociablemente, además, el fantástico y lujoso reparto que tiene. Y digo «reparto» y no «elenco» porque pocas veces puede verse un plantel de actores tan bien escogidos de acuerdo a los personajes que tienen que interpretar.

Lo mejor

El sorprendente giro final, que hace recordar un conocido cuento de Cortázar

Lo peor

Es innecesario, y algo tramposo, hacer de la indígena un modelo inmaculado de bondad