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Crítica de “Onward”: El nuevo hechizo de Pixar ★★★★✩

larazon
La Razón
  • Sergi Sánchez

    Sergi Sánchez

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Dirección: Dan Scanlon. Guión: Dan Scanlon, Jason Headley y Keith Bunin. Voces: Tom Holland, Chris Paratt, Octavia Spencer. EE.UU, 2020. Duración: 102 minutos. Animación.
Al final de «Inteligencia Artificial», al robot David, que se ha suicidado en una Tierra sumergida, los alienígenas que lo rescatan millones de años después le conceden un deseo: reencontrarse con su madre durante veinticuatro horas para expresarle su amor. Al Ian de «Onward» le ocurre algo parecido con su padre, que murió antes de que naciera: por fin, en su dieciséis cumpleaños, un hechizo le permite resucitarlo, conocerle, decirle todo lo que nunca le ha dicho, durante un solo día. Ese será el rito de paso a la edad adulta.
Por supuesto, el hechizo saldrá mal, y finalmente solo se recompondrán las piernas paternas, pero he aquí que el tema de «Onward», a la que se ha tachado injustamente de título menor y derivativo dentro de la producción de Pixar, se forja a la sombra de «Coco»: cerrar el duelo es un gesto que abre y recompone toda una trayectoria vital, la de la reconciliación con la memoria y, al menos en este caso, nos conduce al reconocimiento del amor fraterno, porque, recordémoslo, «Onward» acaba siendo también la historia de Barley, el hermano desastre de Ian adicto a la espada y brujería.
Uno de los grandes hallazgos estéticos del filme es convertir a un par de piernas –es decir, a un personaje desprovisto de mirada– en el centro emocional de la película. Es un milagro de la animación que el espectador perciba en esas piernas a un padre que no puede ver a sus hijos, con una expresividad cómica propia de un «cartoon» de Tex Avery (o de un corto experimental de Norman McLaren). Cierto es que los primeros minutos de «Onward» pueden recordarnos demasiado al universo de «Shrek», con todas esas criaturas de cuento élfico olvidando la magia que es la razón de su existencia en una operación de desplazamiento que pretende denunciar la práctica comodidad de la civilización capitalista, encarnada en esa vida en los suburbios que adormecía los superpoderes de «Los increíbles».
Pero adquiere su propia personalidad cuando se convierte en una improbable «road movie» (o, si se prefiere, una «buddy movie») disfrazada de misión artúrica, con parada y fonda en lugares tan encantadores como el restaurante temático, con personajes tan inolvidables como el policía centauro y con un clímax que incluye a un dragón hecho de cemento grafiteado y un abrazo, visto a distancia, que es un hermoso acto de generosidad fraternal. Puede ser que a Pixar le exijamos mucho más que a nadie a nivel creativo, pero sería cicatero por nuestra parte no reconocer la brillantez de este conmovedor divertimento.

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