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Historia

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Carlos Borromeo, el santo que libró a Milán de la peste

El que fuera arzobispo de la ciudad italiana a los 26 años salió en procesión ante un terrible brote de esta epidemia en 1576 que dejó diezmada a la población

San Carlos Borromeo, Luca Giordano
San Carlos Borromeo, Luca Giordanolarazon

Milán sufrió dos brotes importantes de peste en los siglos XVI y XVII, y dos fueron los religiosos de la familia Borromeo que combatieron este mal: San Carlos, primero, y posteriormente su célebre primo, el cardenal-arzobispo Federico. Carlos Borromeo (1538-1584) fue designado Arzobispo de Milán a los 26 años, diócesis que ya administraba por lo demás desde los 22, habiendo participado activamente, como Secretario de Estado de Pío IV, en la reanudación del Concilio de Trento.

Hay un acontecimiento capital en su vida: la que se conoce como peste de san Carlos. Cuando el 11 de agosto de 1576 hacía su entrada en Milán Juan de Austria, gobernador de los Países Bajos, que marchaba camino de Flandes, estalló la noticia de que se había desatado un terrible brote de peste en la ciudad. Aquel mismo día prosiguió el gobernador su viaje y los milaneses comenzaron a aprestarse para luchar contra un enemigo sin rostro pero que iba a dejar diezmada a la ciudad. Borromeo, que se encontraba fuera de la ciudad, al saber la noticia decidió volver para tomar las medidas oportunas, extremadamente preocupado por lo que estaba sucediendo en Trento, Verona y Mantua, donde las primeras muertes ya se habían producido.

Aliviar a los enfermos

La situación era caótica y empeoraba casi por horas. Los lazaretos rebosaban ya de apestados, a los que faltaban no solo los auxilios materiales, sino también los espirituales. El arzobispo de Milán trató de aliviar tanto el alma como el cuerpo de los afectados, que se dejaban morir en las calles y a los que se abandonaba sin la menor de las consideraciones. La situación se agravaba y Carlos Borromeo no dudó en tomar medidas: él mismo salió a la calle y trató de consolar a los enfermos y vendió los objetos más preciados que tenía. Dicen incluso que cedió los cortinajes de su palacio para que se pudieran hacer vestidos.

Apenas descansaba y dormía escasamente dos horas para poder acudir personalmente a todas partes, visitaba todos los barrios alentando el ánimo de los que desfallecían, administraba él mismo los últimos sacramentos a los sacerdotes que sucumbían en aquella obra de caridad. Fueron tres las procesiones generales que se celebraron mientras la epidemia seguía cobrándose vidas, los días, 3,5 y 6 de octubre en Milán. Él propio Borromeo iba a la cabeza descalzo y vistiendo una capa morada. La peste no tenía visos de disminuir. Habría que esperar a julio de 1577 para darla por acabada.

Pero la peste siguió en aumento durante el otoño y todo el año siguiente de 1577. Hasta el 20 de enero de 1578 no se declaró su extinción. Por su extraordinaria conducta durante la peste, aquella dura prueba se denominó la peste de san Carlos.

Un santo en el Museo del Prado
Una de las múltiples representaciones pictóricas de San Carlos Borromeo está en el Museo del Prado, aunque no expuesto al público. Se trata de una obra de Ubaldo Gandolfi, discípulo de Felice Torelli, Ercole Graziani y Ercole Lelli en la Academia Clementina de Bolonia, que recibe la influencia decisiva en su obra de la pintura veneciana contemporánea, que pudo conocer directamente en Venecia en 1760, durante la estancia en la ciudad de su hermano Gaetano. “San Carlos Borromeo y la peste de Milán”, pintado en el siglo XVIII, es una aguada parda, con pluma, trazos de lápiz sobre papel agarbanzad (130 x 195 mm). La obra permite ver en primer término a dos sepultureros que arrojan a una fosa un cadáver semidesnudo; al fondo, un santo, posiblemente San Carlos Borromeo, bendice el cuerpo. Según consta en la información de la pinacoteca (sobre un texto extractado de Manuel Mena) “no es posible aceptar la atribución antigua del dibujo a Gaetano, ya que enlaza directamente con la técnica de Ubaldo, de trazos más fuertes y mayores contrastes luminosos. Por otra parte, los modelos y el modo de hacer las manos o los pies y las abreviaturas de los rostros coinciden con los dibujos de Ubaldo fechados en la década de 1760”. La obra procede del legado Pedro Fernández Durán y Bernaldo de Quirós, de 1931.
No es la única que alberga la pinacoteca, que también guarda un óleo de Luca Giordano fechado hacia 1702. En la obra el santo se sitúa en un ambiente palaciego señalado por el fuste de columna y el cortinaje que se ven a sus espaldas. Distribuye monedas a tres mendigos que, junto con el niño que sujeta la bandeja y el propio santo, forman el óvalo que define la composición. Al fondo aparece un tullido que se acerca para recibir su limosna. Según la información del museo “la pintura parece una reducción de la presente en la iglesia de San Antonio de los Alemanes de Madrid. De ella recupera la figura del santo y el tema tratado: la distribución de monedas entre una multitud de mendigos que extienden sus manos con avidez. La del Prado es de tamaño considerablemente menor que la de la iglesia, por lo que aparecen menos figuras, y estas se ven cortadas. A diferencia de las otras dos versiones conocidas, la que aquí estudiamos parece completamente autógrafa”.