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Coronavirus

“Toda nuestra cultura tiene su origen en las pestes”

La filósofa Amelia Valcárcel reflexiona en esta entrevista sobre una pandemia que “aún no sabemos si será una calamidad o una catástrofe”

Amelia Valcárcel, filósofa
Amelia Valcárcel, filósofaAna Laura Santamaría

Amelia Valcárcel (Madrid, 1950) está deseando que termine el confinamiento para llevar flores a las cajeras del supermercado. Mientras tanto, dedica su tiempo, un concepto al que da vueltas nuevas, a leer en compañía de sus seguidores de Facebook el «Decamerón». A razón de dos cuentos por día. Miembro del Consejo de Estado y catedrática de Filosofía Moral y Política de la UNED, Valcárcel es un referente del feminismo español. Este año no acudió a la manifestación del 8 de marzo por sus diferencias con la deriva ideológica, tal y como ella ha explicado en varias ocasiones. Pero cree que los que acusan al 8-M de los males de la pandemia «solo están buscando un chivo expiatorio».

-¿Cómo lleva usted el confinamiento?

-Es un paréntesis en el tiempo. En general, produce una sensación del tiempo divergente, de otra naturaleza del anterior y del que seguirá. Por eso, la gente más mayor lo compara con la sensación que les produjo la guerra civil. Creo que se refieren a un tiempo detenido, una especie de paréntesis que se abre dentro del tiempo normal. Me ha hecho entender bien también alguna de las apreciaciones de Henri Bergson. Es un filósofo realmente extraordinario del siglo XIX y XX, aunque no sea el que esté más de moda ahora. Es oportuno en estos momentos. Parte de que la conciencia del ser humano del tiempo es laxa, no precisa, aunque hayamos aprendido a medirlo. En este sentido, se habrá dado cuenta de que estos días aparentemente vacíos se llenan continuamente, por un lado. Y, por el otro, uno tiene todo el tiempo para sí y apenas puede hacer nada con él. Toda la duración ha cambiado de onda.

-¿Nos estamos apañando bien para comunicarnos?

-Vivimos un tiempo de redes sociales que, en realidad, son una extensión de la telefonía, que nos acompaña desde hace mucho más tiempo. Nos lo ponen más fácil pero no difiere mucho. Lo que no puedo imaginar es cómo vivieron una situación tan especial como esta en otros momentos de la Historia. Para entenderlo tengo que irme, por ejemplo, a la introducción del «Decamerón», cuando Bocaccio cuenta la peste de Florencia. O a Tucídides. Todo el sistema saltó por los aires. El nuestro no lo ha hecho. La situación no es tan grave, estamos viviendo una distopía que ojalá sea breve.

-¿Va a cambiar algo sustancial en la sociedad?

-Depende. Malthus tenía un padre que era muy progresista y confiaba mucho en la naturaleza humana. A él no le pasaba lo mismo. Cuando escribió los ensayos sobre la población afirmó que las grandes catástrofes nunca cambiaban nada. Solo hacen más acusados los rasgos de la situación anterior y a mayor velocidad.

-¿Y usted qué piensa?

-Volviendo al Decameron, el nacimiento de la literatura se lo debemos a la Peste Negra. Sin ella, Bocaccio no habría compilado las cien novelas que forman el «Decamerón». La gran peste sirvió precisamente para eso. Para que una gente que estaba escribiendo en latín se pusiera a hacerlo en toscano, de manera que todo el mundo lo entendiera. Y para que ciertos relatos orales se arreglaran por escrito, se construyeran de nuevo y mutaran. Así nació todo el relato del que nace nuestra cultura completa. Tiene origen en la peste. Y esto es bastante notable. Los periodos de paréntesis a veces los hemos aprovechado para grandes cosas.

-¿Ha sacado alguna conclusión de cómo nos estamos comportando?

-Estamos practicando tal cantidad de virtudes que me admira. Las situaciones de confinamiento son muy duras, exigen nervios templados, programar la jornada, vencer la abulia que se pueda presentar, organizar el espacio que compartimos. La gente se está apañando de una forma admirable, incluso con puntualidad. Un minuto antes de las ocho ya abren las ventanas, esperando para aplaudir. También observo la virtud de la prudencia, al margen de lo que se pueda vocear en las redes. No ha habido escenas de acaparamiento de verdad. Como es lógico, hay miedo. Pero lo tenemos agarrado bien por el collar para que no se desate. Y lo que no sé es cómo se llama la virtud de creer que los chinos nos están diciendo la verdad. Esta es ahora importantísima.

-Ja ja ja, ¿no les cree usted?

-Nos enfrentamos a algo que no conocemos y quien sí lo conoce no es una fuente fiable. Pero lo más peculiar es que todas las grandes pestes nos han venido por el mismo lugar, por la Ruta de la Seda. Habría que forzar a China a saber qué es lo que vende en sus mercados y qué come porque es peligroso y luego nos afecta a todos. Vivimos en un mundo global, la peste es rauda. Ya no es como antes, cuando hacían falta años para ver las consecuencias devastadoras de una mala práctica. No me puedo creer, de ninguna manera, que España tenga el triple de muertos que China.

-¿Esto nos va a unir o puede polarizarnos todavía más?

-Depende de cómo nos lo tomemos, de si se da o no la voz de «sálvese quien pueda». Este relativo parón de dos o tres meses puede venirnos hasta bien si se toman políticas consensuadas europeas de resistir. Estábamos desmontando demasiado lo que necesitamos que funcione.

-¿En el sentido de lo público?

-Todo ello. En el fondo, el que te puede sacar de esta situación es el Estado. Cuanto más lo debilites, peor. Naturalmente, un Estado transparente, abierto y democrático. Lo que no tiene sentido es que los chinos nos vengan a hacer ahora alarde de la superioridad de su modo de vida con la que están armando. Uno de los padres de esta situación es la autocracia.

-¿Corremos el riesgo de caer en un proteccionismo feroz?

-No. Las sociedades abiertas son sumamente fuertes. Nosotros somos hijos e hijas de los griegos, que son nuestros verdaderos padres. Se inventaron todo, desde cómo construir, cómo esculpir, hacer teatro, hasta cómo narrar la historia y por supuesto buena parte de nuestras formas políticas. Tenemos que creer a Esquilo, que se preguntó cómo era posible que los griegos, que eran cuatro gatos, que no estaban de acuerdo en nada y tenían gran afición a pelearse entre ellos, hubieran sido capaces de vencer al rey de Persia. Lo explica en la magnífica tragedia «Los Persas»: las democracias son invencibles.

-¿No cree que estemos en una situación tan grave?

-Es excepcional, pero aún no es terrible. La gripe asiática, que a mí me dio tiempo de coger en el año 57, se llevó por delante a dos millones de personas. La llamada gripe española, que en realidad es la de las trincheras de la Gran Guerra, fue catastrófica. Lo que esta tiene peor es que era perfectamente evitable.

-¿Está de acuerdo en que cada generación necesita su propia crisis para consolidarse?

-Creo que cada generación tiene un momento de autorreconocimiento. Para la mía, aunque yo era un poco jovencita, fue el 68. Algunas de las siguientes lo han estado buscando desesperadamente sin encontrar nada. Es mucho pedir que una generación se autorreconozca en una banda musical. Para otros fue la reunificación europea. Ahora bien, ¿esto de ahora es un verdadero desafío? No. El desafío es que no ocurra nunca más.

-¿No le da miedo que se pueda quedar mucha gente atrás con la crisis que se avecina? Sobre todo las mujeres.

-La libertad de las mujeres camina por un suelo que fabricamos a medida que lo andamos y que depende de cómo sean de fuertes las libertades públicas. Imagínese en Irak. Si tienes que salir al mercado, donde no sabes lo que te vas a encontrar, si harina o nada, para poder dar de comer a tu familia, ¿qué tiempo te queda para ejercer tu profesión? Tu prioridad es volver viva. Y con algo.

-¿Qué deberíamos hacer?

-No podemos permitir el sálvase quien pueda porque, entonces, no se salva nadie. Ni el primero que lo dice. Y si tenemos que fabricar bonos europeos, que se fabriquen. Al fin y al cabo, nos los van a comprar los chinos. La situación es inédita, pero hay que pensar en la cantidad de calamidades que hemos pasado sin pedirle a nadie que pare. Esta es la primera vez que lo hacemos. Hemos decidido parar. La salida, por lo tanto, también tiene que ser inédita.

-¿Qué tal lo está haciendo el Gobierno?

-A mí no me gustaría formar parte ahora de ningún Gobierno, de ningún tinte o color: debe de ser terrible. No creo que nadie en su sano juicio lo desee. Hay que apoyar y ayudar. Lo bueno de la democracia es que permite el contraste de las opiniones. No siempre decide bien, pero siempre lo hace de una manera más informada.

-Usted fue una de las feministas que no quiso ir a la manifestación del 8-M por motivos ajenos al coronavirus. ¿Cree que fue un error celebrarla?

-Eso es un chivo expiatorio porque ese mismo día la gente fue a no sé cuántos partidos de fútbol, iglesias, reuniones familiares, mítines y banquetes... Cuando de todo eso eliges una sola cosa, es que estás buscando un culpable. Una conducta, por otro lado, que parece habitual en las desgracias y hoy en día. Por señalar, a mí me gustaría saber desde cuándo la OMS tuvo conciencia de que esto sería un problema grave. Porque son los que tienen la obligación de saberlo y avisarlo. Pero eso lo sabremos bien cuando todo pase y podamos medir si ha sido una calamidad o una catástrofe.