Fernando Savater: «Se necesita un Estado que coordine, no dieciocho o veinte»
Considera que Europa debería tomar nota y no «depender de mano de obra» de China y «producir su material sanitario»
Creada:
Última actualización:
El riesgo de analizar el futuro es que proyectemos nuestros deseos en él. Para ver la realidad hay que tener una mirada honesta y observarla con franqueza. La lógica necesita datos, ideas y herramientas intelectuales, pero no deseos, por buenos que sean, que lleven a conclusiones erróneas. La única manera de cambiar el mundo es verlo sin antifaces idealistas ni retóricas utópicas o sentimentales. El coronavirus ha abierto una crisis sanitaria y otra económica. El horizonte, hace meses despejado, ahora permanece cubierto de sombras. La provisionalidad y la incertidumbre hacen mella en los ciudadanos. Fernando Savater, autor de «La peor parte», reflexiona sobre lo que ocurre y, también, sobre esas muletillas que ahora se repiten en muchos foros.
–¿Cuál cree que va a ser la primera consecuencia, aparte, lamentablemente, de las víctimas, que esta epidemia traerá a las sociedades occidentales?
–Lo que me preocupa es lo mismo que a la mayoría de los ciudadanos: la enfermedad, que yo no tomo como algo metafísico. También las personas abandonadas y las que en este momento padecen otras enfermedades. Y, por supuesto, la crisis que va a haber después. Habrá muchos restaurantes y tiendas que cierren y que ya no podrán abrir después. La gente cree que abrir y cerrar negocios es igual que abrir y cerrar un grifo, y no es así.
–Se habla con frecuencia de China y de cómo frenó el Coronavirus controlando a sus ciudadanos.
–No podemos poner a China de ejemplo de nada. Lo que sabemos es que este virus se originó allí, que el doctor que lo descubrió murió y que no sabemos cuántos muertos de verdad ha habido en ese país. China es el lugar menos transparente y más opaco que hay. La gente está metida en casa, como en un gran hermano, por supuesto, porque China es totalitaria y está hipercontrolada. Es la dictadura perfecta. Tiene los métodos del comunismo aplicados al capitalismo. Pero nosotros vivimos en sociedades libres y abiertas. Resulta más complejo mantener a la gente quieta en sus casas.
–Pues ahora las mascarillas nos vienen de allí...
–Todos nos llega China. Este es el verdadero el problema: que el 90 por ciento de las medicinas están fabricadas en ese país. Las patentes son europeas, pero la fabricación es china. Si los chinos cierran la puerta, nos quedamos sin medicinas. El problema no es tanto la imitación sino que ellos hacen las piezas de las máquinas que nosotros construimos. Muchas fábricas utilizan piezas que provienen desde Oriente. Y si no las recibimos, la fábrica no funciona. Europa es más dependiente que nunca. Y como, además, no queremos hacer los trabajos manuales, se los quedan ellos. Además de que nuestros trabajadores quieren tener derechos y vacaciones. Allí las fábricas son más básicas y los trabajadores solo tienen trabajo, no derechos.
–La reflexión que debemos extraer de esto entonces es...
–Una consideración importante que debería tener presente la Unión Europa es que no tiene que depender de la mano de obra extranjera. Debe haber una producción autóctona de mascarillas y respiradores aplicando, como se hace ahora, impresoras en 3D y otros medios.
–Se escucha que China parece asentarse como potencia, mientras Estados Unidos se repliega.
–Ahora el imperialismo es el chino. Los americanos han exportado música, vaqueros, pero en general no ha sido una potencia característicamente imperialista. De manera espontánea, involuntaria, ha sido imperialista. Pero para los chinos su única esperanza es el imperio. Son muchos habitantes y su país está muy poblado. Los mercados están fuera. Sus posibilidades dependen de ir extendiéndose por el mundo. Aprovecharán estas circunstancias, mandaran médicos, quieren hacerse los imprescindibles. Lo estamos viendo. La deuda pública americana está en manos chinas, por mucho que Trump se enfade.
–¿Esta pandemia subraya las ventajas de un Estado firme?
–Lo importante no es un Estado fuerte, sino eficaz. Hay Estados «fuertes» que no lo son. Se necesita un Estado, no dieciocho o veinte. Es decir, una unidad que coordine, que distribuya las necesidades y según las necesidades. Es necesaria la solidaridad dentro de un país, en vez de que cada uno esté aislado. E importante que un Estado se imponga, más allá de las diferencias folclóricas y otras que nos creamos. No hay que pensar que hay una raya en el suelo y que al pasar de Alicante a Valencia estás en otro mundo. Con eso hay que acabar. Un Estado necesita eficacia en las medidas que se toman. Y que cuando se compren los test víricos no se los vendan estropeados, claro.
–¿Cómo repercutirá esta crisis en los nacionalismos?
–Digo de ellos lo que Borges afirmaba del terrorismo: nunca aprenden nada ni olvidan nada. Probablemente, en la intimidad personal de cada uno de ellos ya se dan cuenta de que es absurdo y de que el Estado es Estado en todas partes. Solo se benefician de los demás para sacar ventajas y luego tratan de separarse de otros.
–La gente también comenta que ahora seremos menos consumistas, un poco más responsables...
–Antes, cuando existían las plagas, creían en el castigo divino. Se decía que era un castigo porque la sociedad era lujuriosa y caía en los placeres de la carne, y que solo se dedicaba a fornicar y a la usura. Cuando había una plaga se pensaba que luego las personas ya no fornicarían ni serían avaras... La verdad es que los individuos seguían siendo iguales. En nuestro mundo pasará lo mismo. Todos volveremos a ser individualistas.
–¿La cultura ayuda a sobrellevar el confinamiento?
–La diferencia entre una persona culta y otra inculta es que el más culto necesita menos dinero para pasar las vacaciones. La gente que no dispone de cultura tiene que importarlo todo y por eso les sale más caro, porque tienen que ir a restaurantes, tiendas... La gente culta se entretiene con asuntos que no son muy caros, como un libro, paseando, hablando, escribiendo poseía en los márgenes. La cultura es una manera de ensancharse por dentro y no salir por fuera. Lo más barato y eficaz es tener cultura.
–Se escucha estos días que éramos una sociedad que vivía en el materialismo y de espaldas a la muerte, que la habíamos metido en el trastero.
–Nadie se pasa la vida pensando en la muerte y tampoco se debería pensar en la muerte, porque entonces no podríamos vivir. Pero si vas a un hospital, no ahora, cualquier día, y ves el panorama, te das cuenta de que la muerte está siempre. Ahora la vemos con mas claridad, como un miedo a algo concreto que nos produce angustia. Estamos con temor a una forma de muerte que se nos aproxima y que puede alcanzar a seres queridos. Pero, en cuanto pase, nos olvidaremos y la meteremos en un cajón.
–¿Y a usted cómo le afecta esta reclusión en casa?
–Desde hace muchos años, mi vida es estar en casa, viendo películas y carreras de caballos, leyendo... No hago más. Justo ahora que tengo la obligación de estar en el hogar es cuando me apetece irme (risas).