¿Por qué los políticos quieren ser Churchill?
Boris Johnson también ha recurrido a la épica de su oratoria. el primer ministro británico todavía continúa inspirando a los políticos, sepamos las razones
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A Pedro Sánchez le pasaron para el anuncio del estado de alarma por TVE una adaptación del más famoso discurso de Winston Churchill. El presidente español dijo que «aunque nos abrumen las cifras de contagio, resistiremos. Aunque nos preocupe el impacto económico, (...), resistiremos. Aunque nos cueste mantener la moral en pie. Unidos resistiremos los golpes de la pandemia. Jamás nos rendiremos y venceremos». Las palabras de Sánchez copiaban a las que pronunció Churchill en la Cámara de los Comunes el 4 de junio de 1940, en la que aseguraba que «defenderemos nuestra isla, cualquiera que sea el coste; lucharemos en las playas; lucharemos en los aeródromos; lucharemos en los campos y en las calles; lucharemos en las colinas; nunca nos rendiremos». Churchill empleó aquellas palabras tras el desastre de Dunkerque (Francia). La moral británica estaba decaída y Churchill empleó la retórica para transmitir a los compatriotas que son capaces de salir adelante si se mantienen unidos y se esfuerzan. Era la exaltación del sentimiento identitario para un sacrificio común en aras de un bien superior: la supervivencia. Por eso dijo: «Si todos cumplimos con nuestro deber, si nada se deja al azar, y si se adoptan las mejores medidas, tal y como ya está ocurriendo, volveremos a demostrarnos a nosotros mismos que tenemos el ímpetu imprescindible para defender la isla que habitamos, para capear la tempestad bélica y para sobrevivir a la amenaza de la tiranía». Así, se convirtió en el líder de un esfuerzo común.
El uso de esas palabras por parte de Pedro Sánchez se debió a su deseo de que la pandemia fuera vista como una guerra y a eludir su responsabilidad en la tardanza para tomar medidas. De ahí el uso del lenguaje bélico en sus primeros discursos tras la declaración del estado de alarma. «Libramos una guerra contra un enemigo común que diezma la salud de los ciudadanos», dijo, y animaba a los españoles a «combatir al único enemigo que nos amenaza en esta guerra, que es el virus y sus estragos sanitarios, económicos y sociales». Los españoles, afirmó, lograrán vencer «esta guerra contra un enemigo criminal que arrebata vidas, siembra devastación económica y desolación humana». Por esta misma razón, se entiende el nombre de «comisión de reconstrucción», como si el país hubiera sido destruido por una contienda o un terremoto, cuando en realidad se ha paralizado y necesita «reactivación» o «recuperación». Pablo Casado también utilizó las palabras de Churchill el 18 de marzo en el Congreso, aunque solo para parafrasear: «Ahora solo podemos ofrecer esfuerzo, sudor y lágrimas» –aunque la cita no es exacta–, y añadió el «nunca nos rendiremos». Algo parecido dijo Pedro Sánchez días después, el 28: «Todo lo que puedo ofrecer es sacrifico, resistencia y moral de victoria», dijo copiando el famoso discurso de Churchill del 13 de mayo de 1940 en el que soltó: «No tengo nada que ofrecer, excepto sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor». Lo que sí hizo Churchill fue pedir que se tomaran medidas contra el peligro nazi, mientras Chamberlain «apaciguaba» a Hitler y dejaba que invadiera los Sudetes.
En el Reino Unido también se está usando la figura de Churchill, quizá con más sentido que en España. Boris Johnson, primer ministro británico, dijo que la pandemia era la peor amenaza para el país desde 1945. Por eso, y en un discurso en el que demostró sus dotes oratorias, pidió a sus compatriotas que demostraran el mismo espíritu que sus padres y abuelos contra la Alemania nazi. A raíz de esa referencia surgió la propuesta de formación de un Gobierno de «coalición contra el coronavirus», como el que encabezó Churchill para enfrentarse al enemigo. La diferencia con el caso británico es que Boris Johnson conoce bien a Winston Churchill. No en vano publicó una biografía del líder conservador, «El factor Churchill. Un solo hombre cambió el rumbo de la historia», que vio la luz en español en 2015. Johnson cuenta que Churchill era un hombre altivo y violento, un periodista y escritor sin escrúpulos. De hecho, se pasó del Partido Conservador al Liberal, y luego salió de este para volver al primero cuando le convino. Tuvo una mala relación con su padre, lo que le traumatizó porque le despreciaba, y quizá de ahí venía su deseo de ser reconocido, de acaparar el poder y demostrar ser alguien. Churchill era descendiente de los duques de Marlborough, nacido en un palacio y sin grandes problemas económicos. Eso no impidió que defendiera que la política adecuada para sostener la democracia era mejorar la vida de todos los ciudadanos. Sufrió depresión severa agravada por el consumo de alcohol. Churchill la llamaba «mi perro negro», al que calmó con larguísimas jornadas de trabajo.
El primer discurso que pronunció en la Cámara de los Comunes como Primer Ministro, el de «sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor», no fue bien acogido. Los conservadores no le apreciaban, y solo fue aplaudido por los laboristas, el único partido en el que no había estado. «No voy a durar mucho», dijo Churchill al ver la reacción de sus compañeros de grupo. La esposa de un parlamentario conservador escribió que los suyos «miran a Churchill con total desconfianza (...) odian sus fantochadas radiofónicas». Lo cierto es que consiguió convertirse en la voz de la resistencia, insuflar valor y capacidad de sacrificio. Era la imagen del Reino Unido y de la derrota futura del nacionalsocialismo. Es conocido que Winston escribía sus discursos. Preparaba sus textos metido en la cama, bebiendo y fumando. Tardó seis semanas en elaborar el primero político. En realidad, aunque intentaba memorizar sus alocuciones, la mayor parte de las veces leía los papeles. Esta dependencia quedó patente en 1909, cuando tuvo que sentarse en su escaño al quedarse atascado en un discurso. Churchill dijo en una ocasión que «las palabras son las únicas cosas que perduran para siempre». No tenía razón; también los desastres provocados por negligencias, como él bien supo por sus fracasos en la batalla de Gallipoli (1915) y de Noruega (1940). Pero era consciente de que no hay peor error en el liderazgo público que levantar falsas esperanzas que pronto son barridas.
Casas, trabajo y protección
Ganada la guerra, Churchill creyó que podía vencer en las elecciones de 1945. Los laboristas hicieron una campaña socialdemócrata, de intervención económica y gasto público, prometiendo a los británicos lo que más deseaban tras unos bombardeos que habían destruido las ciudades: casas, trabajo y protección para todos. Acusó al laborismo de querer restringir las libertades individuales y de convertir al Gobierno en un vigilante permanente, como la Gestapo. Clement Attlee, el candidato laborista, le dio las gracias por los servicios prestados al país, pero indicó que sus ideas eran liberales, tomadas de Friedrich von Hayek y su «Camino de servidumbre». Attlee enfatizaba en sus discursos el origen austriaco del economista y hacía énfasis en el «von». Otra vez el valor de las palabras, pero sobre todo de las promesas. El lema electoral de Churchill había sido «Ayúdale a terminar el trabajo», dirigido a que los británicos no olvidaran su liderazgo en la guerra. Los laboristas apelaron al futuro y a que sus compatriotas pasaran página. Los mítines eran compaginados por discursos radiofónicos. Churchill dijo por las ondas que los socialistas aborrecían la libertad, y Attlee contestó: «Cuando anoche escuché el discurso del primer ministro, en el que hacía una parodia de la política del Partido Laborista, me di cuenta enseguida de cuál era su objetivo. Temía que los que habían aceptado su liderazgo en la guerra estuvieran tentados, por gratitud, de seguirle. Le doy las gracias por haberles desilusionado». Las palabras que funcionaron en la guerra no sirvieron para la contienda electoral.