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Así fue la verdadera experiencia de los niños salvajes de “El señor de las moscas”

Después de muchas propuestas y negociaciones, la reputada productora New Regency, encargada de títulos como “12 años de esclavitud”, consigue los derechos cinematográficos de la historia real de los seis supervivientes de Tonga
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  • Periodista. Amante de muchas cosas. Experta oficial de ninguna. Admiradora tardía de Kiarostami y Rohmer. Hablo alto, llego tarde y escribo en La Razón

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La dimensión y luminosa hondura del valle oceánico sobre el que se asienta el Reino de Tonga tan solo es un adelanto geográfico de la belleza universal que alberga su superficie en forma de anillos volcánicos, atolones de coral, arrecifes vírgenes y pequeñas formaciones rocosas que invitan una y otra vez al naufragio del espíritu y del cuerpo. Dentro de las 176 islas que forman parte del onírico escenario insular se encuentra Ata, una minúscula formación rocosa rodeada de malditismo y enrarecida energía. Olvidada durante años, la remota existencia de este lugar que poco o nada pudiera parecerse a ese paraíso tropical vinculado de forma automática con los parajes polinesios, cobró sentido de forma milagrosa el mismo día en el que un bote de jóvenes estudiantes procedentes de un internado de estricta tradición católica en Nuku’alofa, capital de Tonga, arribaron.
Sione, Stephen, Kolo, David, Luke y Mano pasaron ocho días a la deriva, antes de aterrizar en la isla, en una humilde embarcación que habían birlado a un viejo pescador de la zona con el objetivo de poner rumbo a Fiji, Nueva Zelanda o cualquier escenario distinto al de la capital del reino que fuera capaz de proporcionarles un tipo de entretenimiento con el que poder romper la losa del aburrimiento. “Los muchachos habían establecido una pequeña comuna con jardín de alimentos, troncos de árboles ahuecados para almacenar agua de lluvia, un gimnasio con curiosas pesas, una cancha de bádminton, corrales de pollo y un fuego permanente. Todo gracias a la construcción propia, una vieja cuchilla y mucha determinación”, indica el Capitán australiano Peter Warner en el fragmento de sus memorias en donde describe la forma de agrupación que habían sido capaces de establecer estos chicos, a pesar de su corta edad, cuando en el invierno de 1966 a través de sus binoculares, los descubre.
“Somos seis y creemos que hemos estado aquí 15 meses”, dijo uno de los supervivientes reales al ser rescatado
Un niño desnudo de largas melenas con aspecto asalvajado y selvático se introduce en el agua seguido de los restantes compañeros para llegar al barco de Warner pocos minutos después y articular exhausto y excitado: “Mi nombre es Stephen. Somos seis y creemos que hemos estado aquí 15 meses”. Concentración de adolescentes en una isla, reparto espontáneo de tareas, creación improvisada de una sociedad comunal aparentemente organizada, jerarquización de los instintos y obligado ejercicio de supervivencia y convivencia en el limitado marco de un trozo de tierra rodeado por agua. Los citados ingredientes parecen responder, en efecto, a la base de un conocido plato literario llamado “El señor de las moscas”. La diferencia es que ésta última no ocurrió.
En la historia ficcionada publicada en 1951 y ampliamente consensuada por la crítica como uno de los grandes clásicos del siglo XX, William Golding lleva a cabo una peligrosa disección de la arbitrariedad que mueve el corazón de aquellos que ante la posibilidad de pararse a la hora de llevar a cabo una acción deplorable deciden seguir, es decir, de la mera existencia de personas cuya naturaleza es mala, por maniqueo que pueda resultar este concepto.
Mientras que en el transcurso del episodio verídico excelentemente documentado por el historiador Rutger Bregman primó la fraternidad de los supervivientes, la empatía grupal y el compromiso mutuo de resistencia, en la novela se retratan, con la oportuna colaboración de los tiempos (cabe recordar que durante la década de los 50 y los 60 toda esa generación de hijos nacidos de la guerra seguía cuestionándose sobre el nazismo y las atrocidades cometidas), todos los afectos contrarios. “Por primera vez en la isla se abandonó a ellos; eran espasmos violentos de pena que se apoderaban de todo su cuerpo. Ralph lloró por la pérdida de la inocencia, las tinieblas del corazón del hombre y la caída al vacío de aquel verdadero y sabio amigo llamado Piggy”, perfila el escritor hacia el final del relato.
Puede que sea esta imperiosa necesidad de creer en los buenos la que haya motivado a una productora de cine tan prestigiosa como New Regency (estudio encargado de la cinta “12 años de esclavitud”) a la reciente victoria en la batalla por los derechos cinematográficos de este apasionante acontecimiento. Bregman, en unas declaraciones concedidas a The Guardian, ha asegurado sentirse emocionado con el acuerdo después de que docenas de cineastas quisieran hacerse la historia: “Era realmente importante para todos nosotros que entendieran que se trataba de una historia de Tonga. Que había razones culturales muy profundas por las que estos niños pudieron sobrevivir como su espiritualidad o su educación. Cuando tomamos la decisión, fue un momento muy emotivo para todos nosotros”. A pesar de que no se han hecho públicos los nombres de los potenciales directores que podrían encabezar la propuesta, el historiador ha garantizado que cuatro de los supervivientes, Sione (actual pastor de la iglesia de Tonga), Mano, Tevita y Luke, actuarán como consultores del proyecto.
El historiador confiesa además que donará íntegramente la parte económica que perciba a una organización benéfica de Tonga y se muestra extremadamente orgulloso y agradecido con la atención que está recibiendo una historia como esta que la gente de Tonga lleva décadas contando a través de la arraigada y ya extinta costumbre de la tradición oral. Los niños salvajes del reino encontraron en los peces, los cocos, los pájaros domesticados y los huevos de aves marinas succionados, los alimentos necesarios para sobrevivir a una nueva realidad a la que lograron adaptarse con esperanzadora armonía. Ahora el cine interviene para honrar la memoria del Pacífico. Para impedir que muera el recuerdo. Para poner imágenes y movimiento a un episodio rescatado del fondo del mar que subraya la cara más fraterna, colectiva y afectuosa del ser humano.

¿Cuántas veces se ha llevado a la pantalla la obra de Golding?

Hasta el momento solo hay constancia de la existencia de dos versiones cinematográficas de la obra de Golding. La primera de ellas, ambientada en la idílica belleza de las playas caribeñas de Puerto Rico y dirigida por el Premio Príncipe de Asturias de las Artes 2019, Peter Brook, se mantuvo bastante fiel a la esencia primigenia de la novela, alzándose con la Palma de Oro en el Festival de Cannes. Para su reparto, el director quiso contar con la participación de actores infantiles no profesionales que fueran capaces de otorgar esa frescura, irracionalidad y naturalidad requeridas. A diferencia de la línea monocroma de la versión de Brook, en 1990 Harry Hook se atrevió con una adaptación menor en color.