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Sergio del Molino: “La pulsión homicida de Stalin se debía a la incomodidad que sentía con su cuerpo”

El escritor reconoce que «la condición de esta enfermedad me ha hecho peor, más solitario y misántropo. Los males crónicos te vuelven más egoísta»

El escritor Sergio del Molino
El escritor Sergio del MolinoCipriano PastranoLa Razón

En una geografía literaria situada entre la historia y la autobiografía, Sergio del Molino da cuenta de su larga batalla personal con la soriasis en «La piel» (Alfaguara) y se asoma, a través de sus páginas, a cómo esta afección ha modelado la psicología y el carácter de personajes que la sufrieron, como Stalin, John Updike, Nabokov o Cindy Lauper. «La condición de esta enfermedad me ha hecho más misántropo, más solitario, me ha hecho peor. Una de las consecuencias de los males crónicos y de la autoconciencia de tu propio cuerpo es que vuelve más egoísta a los seres y menos capaces de entender a los demás. Me costó mucho admitir que me influía, que era una enseña de mi identidad que debía asumir y sufrir».

–¿A qué parte del carácter afecta más?

–Sientes vergüenza y te vuelves susceptible a las miradas, crees que te están considerando peor, pero si te paras a meditarlo comprendes que los demás te ignoran, que, en realidad, la gente no está pendiente de ti. Pero te vuelves desconfiado, te obsesionas con la idea de que todo el mundo te juzga. Es una visión distorsionada de la realidad, la amistad y los intercambios. En las reuniones de trabajo, si sorprendes a alguien que te mira una mancha, no puedes pasarlo por lo alto y se te cruza por la cabeza que le das asco o repulsión, y te entregas a la autocompasión. Y a lo mejor esa persona no se había fijado en la mancha, solo en un punto fijo. Te forja la personalidad, te vuelve paranoico y te genera una tensión.

–Y no es así.

–Es más un problema imaginario que real. Yo tengo familia, no te vuelve solitario. Puedes tener una vida sexual y afectiva absolutamente normal. Le pasaba a Stalin, Updike, Nabokov... las mujeres viven más condicionadas, les pesa más.

–¿Influyó la soriasis en alguien como Stalin?

–Sostengo que sí. Entiendo perfectamente que un historiador o un psicólogo digan que no, pero mi visión como escritor es buscar conexiones insólitas y explicar una conducta a través de ellas. Sostengo que buena parte de la pulsión homicida de Stalin se debía a la incomodidad que sentía respecto a su cuerpo, y que el exterminio de tantas personas provenía de una rabia por su limitación física. Muchos historiadores menosprecian estos aspectos corrientes en las decisiones humanas y defienden que no depende de eso, que no juegan un papel en los procesos históricos, pero creo que si Stalin hubiera tenido otra piel y una relación diferente con su físico habríamos tenido una URSS completamente distinta.

–Esta enfermedad le llevó a la idea de «monstruo».

–Y a la idea negativa de esa palabra. Trato de insertarme en una tradición. Antes, la fealdad y la deformidad eran síntomas de maldad y amenaza. La sociedad te aislaba o exterminaba. Ahora eso ha ido cambiando para bien. Los vemos como compasivos. Comprendemos que la joroba de Quasimodo no era un motivo para tenerlo encerrado y que en realidad había que llevarle a un centro de educación especial y darle una tarjeta en la plaza de minusválidos. Hemos pasado justo al polo opuesto. Hoy la fealdad y la monstruosidad, no solo no son maldad, sino síntoma de bondad, porque también los monstruos tienen sus razones que son buenas.

–La monstruosidad ya no reside en el aspecto, sino en cómo eres.

–Ese es el tema de Stalin, que es un monstruo. Hemos redimido incluso a Darth Vader, el paradigma del mal, que oculta su piel destruida bajo un traje negro y no puede mostrar cicatrices, aunque al final salva a su hijo. Pero a Stalin es imposible redimirlo. A él no se le puede perdonar. Al moverme en la literatura siempre procuro levantar dudas, y aquí lo hago entre la fealdad y la moral.

–La piel también da el estatus social: los pobres la tienen más deteriorada.

–De eso vive una industria que tiene una enorme factura económica, como es la cosmética. Existen personas que intentan ingresar en una élite a través de una piel cuidada. Es un grado de distinción. Antes, los pobres que trabajaban en el campo, tenían la piel bronceada, y los aristócratas, blanca; cuando los pobres estaban empleado en fábricas y la tenían blanca, los empresarios empezaron a ir a la playa... Siempre ha sido un signo distinción. Es un código sutil, una distinción clasista, pero muy evidente. Creo que hay formas de hablar con la piel, incluso con la parte que enseñas y con la que ocultas de ella, si vas tapado o no, porque arroja algo sobre tu moral y lo que consideras aceptable. Hay una lectura religiosa y también refleja valores. Da pie a sutilezas, a muchos niveles, unas conscientes y otras por las que nos dejamos llevar. Esto hace que cuando conocemos a alguien, antes de cruzar una palabra, si viene expuesto o tapado, si se ha hecho un “lifting” o tiene la piel arrugada, sabemos ya algo de esa persona.