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Ramón de la Serna, mucho más que el hijo de Concha Espina

La Fundación Banco Santander recupera la figura de un desconocido y prolífico escritor de la Generación del 14, un náufrago de la intelectualidad española del siglo XX cuya vasta obra aterriza por primera vez en el campo editorial

Su pareja, Eva Cargher, fue uno de los apoyos más fuertes que Ramón de la Serna tuvo en su vida
Su pareja, Eva Cargher, fue uno de los apoyos más fuertes que Ramón de la Serna tuvo en su vidaFundación Banco SantanderFundación Banco Santander

Entró en el universo literario a través de los márgenes, nunca desde el centro. La significación gratuita no iba ni con su personalidad ni con esa forma tan inquieta y expansiva que tenía de relacionarse con la palabra. Ramón de la Serna y Espina escribía para sí mismo sobre paradójicas e insondables preocupaciones humanas que experimentaban los demás. Nunca manifestó afán de protagonismo ni cultivó la necesidad de convertirse en un personaje conocido. Atrincherado en los vértices de su propio aislamiento, tal vez su exceso de humildad (que no de consideración hacia sus propias capacidades) y el injusto tratamiento de la memoria, que de forma aleatoria glorifica y ensalza unos nombres, mientras entierra otros con pala de acero, hayan propiciado que a día de hoy este escritor de la Generación del 14 cuyos orígenes se sitúan en la chilena ciudad de Valparaíso resulte un completo desconocido para muchos.

Cuarenta años después de que su mujer Eva Cargher consignara el legado de su ingente producción narrativa, teatral, periodística, ensayística y filosófica a Alfredo Pérez de Armiñán, sobrino nieto del autor, con la esperanza de que alguien reconociera los centenares de textos que había dejado a lo largo de su vida, es ahora cuando de manera orgánica y merecida se obra el milagro. La Fundación Banco Santander edita “La torre invisible. Antológica esencial”, un completísimo volumen prologado por la doctora en Estudios Literarios Daniela Agrillo, que durante siete intensos años se ha dedicado a estudiar en profundidad el archivo del escritor, en donde se han compilado la práctica totalidad de creaciones de este apasionante y prolífico fantasma literario que fue Ramón de la Serna.

Hijo mayor de la escritora Concha Espina, impregnado hasta la médula de la realidad de la vida europea que colonizó el periodo de entreguerras, adelantado, precoz en términos de pensamiento y maneras, moderno, germanófilo confeso, nada displicente, cultivado, ducho en idiomas (hablaba y traducía con soltura español, alemán, inglés, francés, hebreo, ruso y árabe), de “temperamento tremendo” en palabras del mismísimo Freud y de personalidad agarrotada y poco social, su curiosidad y perseverancia aligeraron pronto el talento de su muñeca.

Una relación complicada

La gestión profesional del parentesco directo con una mujer como Concha Espina, autora de renombre perteneciente a la Generación del 98 que había sido propuesta hasta en tres ocasiones para el Nobel, no fue en ningún caso una tarea fácil. El Madrid de los años treinta bullía culturalmente como el bostezo de un volcán y en mitad de todo ese trasiego de estímulos, el domicilio de la calle Goya en el que sus tres hermanos y su madre vivían se convertía hacia el ecuador de la semana en un lugar de peregrinación intelectual del que De la Serna renegaba. En “Los miércoles de Concha Espina”, calificados por Luis Aroujo-Costa, un asiduo devoto de estas reuniones, como “algo muy especial que no era ni un salón literario ni un salón social, sino todo junto o quién sabe si ninguna de las dos cosas”, acudían personalidades como Lorca, Machado, Ortega o Gerardo Diego.

Sin embargo, Alfredo Pérez de Armiñán explicó durante la presentación ayer del libro el rechazo sistemático que este tipo de ambientes le generaban a Ramón: “No le gustaba utilizar los contactos de su madre para conseguir las cosas. Su relación con ella era muy estrecha, hasta el punto de que lo consideraba un colaborador de su obra (de ahí la dedicatoria en “El metal de los muertos”, uno de sus trabajos más reconocidos) “A Ramoncito, mi queridísimo colaborador nervense”, porque cuando fue a escribir la novela a Riotinto, quien le ayudó a confeccionar la estructura fue precisamente su hijo”, subraya.

El reconocimiento mutuo siempre estuvo presente en la fluctuosa relación entre madre e hijo, pero en ciertas ocasiones resultaba imposible que el escritor no se sintiera presionado y cercado por la influencia materna: “Ella le admiraba mucho desde el punto de vista intelectual y cultural, le consideraba un ser superior, pero al mismo tiempo proyectaba sobre su cabeza una sombra literaria que podía llegar a oscurecer su propia valía. Cuando Concha publica la recopilación de cuentos “Copa de horizontes” bajo su autoría, escritos en realidad por Ramón, la tirantez entre ellos se hace un poco más profunda”, prosigue Armiñán.

Mientras, la vida continúa ingobernable. Entre viajes, corresponsalías en periódicos como “La libertad” o “El Sol”, traducciones y búsquedas obsesivas de perfección técnica, Ramón conoce en Berlín a Eva Cargher, judía alemana de origen rumano que permaneció hasta el final de sus días apoyando sus rarezas, sus aspiraciones de literato frustrado y sus difíciles recovecos de complejidad tardía. Por aquel entonces ya se había convertido en actividad frecuente transitar los ambientes bohemios de los que solían formar parte artistas como Paul Klee y Vasili Kandinsky. En 1922 celebran su boda en el distrito de Charlottenburg y de ese matrimonio nace una hija para la que la vida se apaga a los dos años como consecuencia de una tuberculosis antes de que hubiera empezado a asomar la luz.

Paloma, hija de Ramón de la Serna, fallecida con dos años
Paloma, hija de Ramón de la Serna, fallecida con dos añosArchivo personal de Ramón de la Serna

Revelador es el hecho de que a pesar del afán milimétrico y acumulador que poseía el escritor (guardaba toda clase de anotaciones, imágenes, recortes y recuerdos), no haya constancia en los archivos, más allá de la foto que acompaña este texto, de su existencia. Como si una rágafa de viento cálido hubiera borrado de repente las huellas de su breve paso por aquí. Tiempo después estalla la Guerra Civil y el autor de la aplaudida novela “Chao”, se queda en Madrid acompañado de su perro y de Eva, en cuyos “indianos vergeles” asegura el escritor dentro del único poema que escribió a su compañera, haber plantado lirios de poesía y unos sangrientos claveles. Durante esta etapa focaliza sus energías en la confección de “¡Viva Asturias!”, un relato de marcado carácter social sobre las revueltas obreras del 34. Al término del conflicto, hastiado y desencantado con el rumbo que estaba tomando ya no solo España, sino Europa, Ramón toma la decisión de marcharse a su país de origen y pasa más de treinta años emigrado de su propia sombra.

Como si de una suerte de premoniciones se tratase, el intelectual supo perfilar en “Sagitario”, uno de los tantos artículos que escribió para diferentes medios, la todavía incomprensible situación actual de sociedad post pandémica: “por quién sabe qué palanca, se aprieta un día la mandíbula de los frenos, y la máquina de la producción, aquí y allá, se para, porque tenía que ser. La “culpa”, si es que hay culpa, se diluye en tal forma que para desentrañar su última raigambre habría que practicar la disección por los flancos más inverosímiles, encontrar nuevas vías, salidas y veredas vírgenes, atajos y rodeos desconocidos… Nos encontramos ante esa cosa tremenda que es un hecho histórico para el que carecemos de perspectiva”. Su obra, casi completa, sale ahora en forma de inesperado regalo al mundo. Quien sabe si para facilitar la comprensión de las cosas inapreciables que nos rodean y que con tanta sabiduría diletante supo analizar, o simplemente para quitarle el hambre a las palabras.

Nombres parecidos para dos escritores muy distintos

Uno de los principales problemas que existe con el fascinante escritor desempolvado y que pueden inducir con facilidad al error es su homonimia con Ramón Gómez de la Serna. Esta coincidencia perjudicó ligeramente su reputación como escritor en vida. Ramón Gómez de la Serna, venerado autor y divulgador vanguardista, ya era célebre y prolífico cuando Ramón de la Serna volvió de Alemania y empezó a publicar pequeñas pero muy bien valoradas traducciones en España. De hecho, ambos se conocían, mantenían una buena relación y solían bromear de forma habitual acerca de esa homonimia hasta el punto de que el primero decía que, “bueno, hay quien piensa que yo he dejado de escribir como escribía y ahora escribo de otra manera y es que resulta que hay otro que se llama igual que yo”. Al tratarse de un escritor tan conocido como Gómez de la Serna, el chileno siempre se consideraba a sí mismo como “el otro Ramón”, para restarse mérito.