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Henry Every, el pirata con el que nació el capitalismo

Aquel corsario, que poco tenía que ver con una hermanita de la caridad, inspiró a los filibusteros de la edad de oro de la piratería que aterrorizaron el Caribe a principios del siglo XVIII pero, además, logró variar el modelo económico mundial tras robar un barco al Imperio mongol, como explica Steven Johnson en su nuevo libro
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En esta tiranía de lo políticamente correcto que cruza ahora Occidente derribando estatuas, quemando libros y pintando placas, cambiando el lenguaje y eliminando películas, hay una evidente degradación de la cultura, de la Historia y de la visión del hombre. El historiador digno se acerca a su objeto de estudio con el máximo distanciamiento, sin creerse en la posesión de la verdad, y sin insultar o despreciar al que piensa diferente. Lo contrario es hacer ideología.
Steven Johnson es uno de los grandes escritores científicos del momento. Este norteamericano ha encontrado una fórmula muy peculiar para explicar una idea o una teoría: tomar un tema popular, investigarlo a fondo como lo haría un académico y presentarlo como demostración. A eso le añade, claro, un ritmo narrativo envidiable. No en vano, Johnson tiene detrás de sí a una gran editora, Courtney Young, que ha acompañado al autor durante la elaboración y promoción del libro.
De haber seguido la corrección política, Johnson no habría escrito este libro, titulado «Un pirata contra el capital» (Turner, 2020). Es la historia de un ladrón, violador, asesino y esclavista, un racista que no dudaba en sus tiempos de descanso en secuestrar africanos para llevarlos a las Bahamas. El personaje, el pirata Henry Every, es abordado en el libro sin prejuicios actuales, sino como lo que fue: un pirata. Contarlo de otra manera hubiera sido mentir para moralizar, lo que, insisto, no es digno.
La tesis del libro es que el gran robo del pirata Henry Every a una expedición mogola (india) cambió la geopolítica mundial y, en consecuencia, inició el capitalismo global. La idea parte de una de las enseñanzas de Edward Said, mentor universitario de Johnson, quien sostenía que las instituciones occidentales habían cambiado por su contacto con Oriente. Aquel robo globalizó la seguridad del comercio internacional, dentro de lo que cabe, a riesgo de conflictos entre países.
La historia de Henry Every es muy novelesca, como cabe a todo ese halo romántico que se ha dado a la piratería, obviando, como decía, su vertiente asesina, violadora y esclavista. Inició su andadura en la Royal Navy, y su primera acción documentada data de 1689 contra Francia, a bordo del «HMS Rupert» como guardiamarina. Luego se dedicó al tráfico de esclavos saltándose el monopolio de la Royal African Company, fundada en 1660.
Volvió a la Marina en 1694 para una expedición anglo-española. Sin embargo, al no pagarle por adelantado lo que le habían prometido, se amotinó con su tripulación, robó el barco «Charles II», y lo rebautizó como «Fancy». Pusieron rumbo al Océano Índico, donde operaba otro pirata conocido, Thomas Tew. Por el camino fueron asaltando barcos y capturando esclavos. Dejaron atrás el Cabo de Buena Esperanza, y de Madagascar fueron a las Islas Comores. Every sabía que se trataba de un lugar de paso entre la India y La Meca. Eran peregrinos acaudalados. Nuestro pirata se alió con otros cinco y reunió casi medio millar de hombres. La presa era el «Ganj-I-Sawai», un navío mercante de madera, propiedad de Aurangzeb, el Gran Mogol. El nombre del barco significaba «Tesoro excesivo», lo que era todo un anuncio.
El «Ganj-I-Sawai» iba acompañado de 24 naves, que fueron neutralizadas, hasta que se enfrentó al «Fancy». El barco mogol llevaba 80 cañones y 400 soldados. La lucha duró tres horas. Algunas de las riquezas se encontraron pronto, como «las pirámides de lingotes de oro y plata, los barriles de valiosas especias», pero otras no. Pensaron los piratas que habría tesoros ocultos y, cuenta Johnson, se dedicaron a torturar a los pasajeros durante días, además de violar a mujeres y hombres. Como escribe Johnson: «Every y sus hombres eran violadores del peor orden».
Los crímenes se fueron acumulando: motín, asesinato, tortura, robo y violación. El enfado del emperador Aurangzeb por la situación le llevó a encarcelar a los ingleses, a expropiar las propiedades de la Compañía de Indias y a bombardear Bombay, ciudad británica. La compensación fue incrementar el dinero del trato comercial y declarar a los piratas «enemigos de la raza humana».
Sin embargo, los delincuentes disolvieron la sociedad y cada uno siguió su destino. Algunos acabaron en la horca y otros estafados. Henry Every no dejó rastro, lo que dio pie a la leyenda. La interpretación novelesca cuenta que sus hombres le regalaron una princesa india, con la que se desposó y desapareció. Johnson deshace este cuento, y dice: «Si la tripulación del Fancy regaló una princesa india a Every, es más que probable que la violase», pero no se sabe nada más, solo la leyenda: «El rey pirata y su novia sarracena», en la república pirata de «Libertalia».
Fuera de la leyenda, Johnson cuenta el resultado geopolítico de aquel episodio. Aurangzeb, el emperador mogol, aún vivió hasta 1707. «Después de mí, el caos», y así fue. El desorden y la guerra civil en el Imperio fueron aprovechados por la Compañía de las Indias Orientales para hacerse con todo el territorio tras la batalla de Plassey en 1757.
¿Por qué caen los imperios? El autor nos da una explicación cierta aunque no novedosa. El motivo es que las riquezas no se invierten, sino que se quedan «concentradas en manos de las élites», escribe, con lo que tras un lujo efímero se produce el estancamiento, y posteriormente la decadencia. Es la lección del capitalismo como forma superior de la economía.
El Imperio mogol era una autocracia con todas las apariencias externas de riqueza que mantenía un sistema de producción medieval incapaz de competir o de crear más riqueza. Los tesoros se podían acumular, como cuenta Johnson a través del diario de William Hawkins, un enviado de la Compañía de Indias Orientales, pero no se reproducen. «Esta moneda es enterrada en el país –señalaba el inglés– y no vuelve a salir».
Johnson da con la clave capitalista: el modelo de crecimiento deja de ser la acumulación, para ser la inversión. Por eso, dice, con el cambio económico quien acaba dominando la India es la Compañía de las Indias Orientales, no el Reino Unido. Esto se produjo, precisamente, por el robo pirata de Henry Every a la familia reinante del Imperio mogol. Los ingleses tuvieron que resarcir a las víctimas con una mejor relación económica que acabó imponiendo un modo de producción y comercio distinto. Esa idea de la compensación fue instalanda a los británicos en la India hasta que sustituyeron a los mogoles y asentaron su dominio durante doscientos años. Nació entonces la corporación multinacional moderna.
El episodio del robo de Every también permite a Johnson ahondar en algo que los historiadores vienen señalando tiempo atrás: el modo de vida pirata se basaba en la igualdad, la libertad y la fraternidad, dejando a un lado, claro, su amplio desprecio por los derechos humanos. Alejados de la autoridad, escribe el historiador Marcus Rediker, los «piratas crearon una cultura de hombres sin amo».
Esto les convirtió en objeto novelesco y popular de la época. Johnson cuenta cómo el pirata se convirtió en «mito de la clase obrera». Primero fue a través de la canción, y luego con «panfletos, biografías, transcripciones públicas de juicios y hasta obras de teatro». La «hazaña» de Every llegó a Inglaterra y al resto del mundo como la aventura de ladrón de ricos que escapa de la justicia y desaparece con una fortuna.

Enemigos de toda la humanidad

La piratería pasó al Caribe cuando el Mar Rojo y el océano Índico dejaron de ser rentables por la presencia de la Royal Navy, que cuidaba de la Compañía de Indias, y el refuerzo de los otros países. En el tribunal de Old Bailey fueron juzgados algunos piratas de la tripulación de Every. El juicio se utilizó para culminar la narrativa contra esa delincuencia y nombrarlos «enemigos de toda la humanidad». Para completar la política, el rey Guillermo III emitió en 1701 una orden de apresar a todos los piratas, unos dos mil. En esa orden se indicaba que los delatores serían perdonados, y recibirían una recompensa. Sin embargo, en su última línea hay una cláusula de excepción: todos menos Henry Every. No le faltaba razón, ya que aquel hombre inspiró a los filibusteros de la edad de oro de la piratería que aterrorizaron el Caribe a principios del siglo XVIII.