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Historia

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Charles G. Gordon: un mártir victoriano

La muerte en Jartum de este icono de la mitología imperial británica oculta muchas sombras

Una representación de "La muerte de Gordon, Perry Miniatures", 28 mm. Pintads por Javier Gómez «El Mercenario», colección de Jacinto Antón
Una representación de "La muerte de Gordon, Perry Miniatures", 28 mm. Pintads por Javier Gómez «El Mercenario», colección de Jacinto AntónJavier Gómez

Cualquiera que haya tenido la ocasión (y el buen gusto) de haber visto la película «Kartum» (1966, con Charlton Heston y un Laurence Olivier en modo «blackface») o haber leído «Las cuatro plumas» (1902) de A. E. W. Mason, además de haber gozado de una adolescencia feliz estará familiarizado con los sucesos de la Guerra mahdista (1881-1899), que estalló en el Sudán como consecuencia del avance incontenible de un movimiento fundamentalista islámico de base. El clímax de dicha revuelta no sería otro que el asedio de Jartum y la muerte el 26 de enero de 1885 del oficial al mando de su defensa, el popular general Charles George Gordon, que fue inmortalizada en la fabulosa viñeta de figuras de 28 mm de la marca «Perry Miniatures» que protagoniza nuestra pieza de hoy (en España se puede adquirir en Atlántica Juegos, 14,65€ sin pintar). Una muerte que tiene todos los ingredientes de la perfecta tragedia victoriana: el martirio del héroe abnegado, ejemplo de rectitud cristiana, abandonado por su timorato Gobierno cuyo sacrificio, sin oponer resistencia, a manos de «salvajes», transformaba una cruenta derrota y una afrenta nacional en una suerte de victoria moral ante sus enemigos. Léase el Mahdi o el liberal Gladstone, cuyo gabinete no tardaría en caer por la presión popular. La imagen de su solitaria figura, esperando serenamente su destino en lo alto de la escalera del palacio del gobernador frente a la barbarie, con claras reminiscencias a la Pasión de Cristo, se convertiría en encarnación de los valores civilizadores victorianos y en justificación no solo de la posterior reconquista del Sudán en 1898 (calificada precisamente de «reparación»), sino también de la ulterior expansión imperial británica en África.

Contra el mito de Gordon

Tras haber aplastado la rebelión Taiping en China e intentos previos de insurrección en Sudán (y de paso acabar con la esclavitud), Gordon era ya una celebridad en la Inglaterra imperial antes de que el Gobierno recurriera a él para evacuar (que no defender) Sudán ante el empuje mahdista para regocijo de la opinión pública. A pesar de sus logros pasados, su nombramiento, sin embargo, no pudo ser más errado. El celibato que mantuvo durante toda su vida, interpretado como un rasgo de piedad cristiana, podría esconder, para algunos historiadores, una supuesta homosexualidad reprimida, que parece confirmar el hecho de que gustara rodearse de jóvenes agraciados. Por otro lado, no hablaba árabe y a pesar de su anterior presencia en el país, desconocía las costumbres y la idiosincrasia del Sudán e incluso llegó a confesar que todos los negros le parecían iguales, hablando de sus propias tropas sudanesas.

Tampoco pudo haber leído peor la situación al declarar, a su llegada, que Jartum (como se cuenta en este especial) era tan segura como El Cairo o Kensington Park, cuando su mera presencia y su decisión de permanecer y defender la ciudad en contra de los designios del Gobierno precipitarían la crisis. Las numerosas versiones sobre su final no pueden ser más divergentes con respecto al mito, desde que cayó luchando como un soldado, tras vaciar dos tambores de su revólver, hasta que trató de escapar mudando su uniforme por las ropas de un «ansar» y mezclándose con la turba en el caos del combate, hasta que fue descubierto. Pero si en algo coinciden la mayoría de las fuentes es en un hecho obviado por sus hagiógrafos: el Mahdi no deseaba su muerte. De hecho, dio órdenes expresas de que se respetara su vida y montó en cólera cuando le fue entregada la cabeza cortada de su enemigo, motivo por el cual algunas de las versiones de los hechos son tan confusas ¿qué indisciplinado «ansar» estaría dispuesto a reconocer su responsabilidad y enfrentarse a la ira de su líder? Como si el destino de ambos hombres estuviera entrelazado, Muhammad Ahmad moriría de tifus apenas seis meses más tarde. En 1898, tras culminar definitivamente la reconquista del Sudán, otro insigne héroe victoriano, lord Kitchener, haciendo gala de sus valores civilizadores, vería frustrado su sueño de convertir el cráneo del Mahdi en un tintero cuando sus intenciones trascendieron a la escandalizada opinión pública. Tendría que conformarse con el de su menos mediático sucesor, el Califa.

Para saber más:

«Jartum»

Desperta Ferro Historia Moderna

Nº23,

68 páginas,

7 euros