Joe Biden, apuesta segura
El candidato demócrata es el principal favorito, sobre todo, porque no hay país que aguante otros cuatro años de Donald Trump
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Lo bueno de Joe Biden es que suceda lo que suceda unos y otros dirán que estaba cantado. Seguro que gana. Seguro que pierde. Los mismos que no paraban de repetir que va gagá cacarean ahora que el jueves, durante la Convención demócrata, repartió alpiste dialéctico y exhibió la convicción de un general Patton y la mandíbula prieta del bueno James Burton cuando dibujaba un solo de guitarra en su Fender rosa. Jugar a capitán a posteriori con Biden resulta tan sencillo que debería de descalificar a sus campeones. Si pierde pues menudo candidato. Un anciano que no sabe hablar sin traspapelar las frases. Un títere de sus enemigos y sus teóricos amigos y los arquitectos de la cancelación y la izquierda reaccionaria, que lo querían de testaferro para todos sus disparates. Un hombre bulto. Alguien que no ha hecho otra cosa que hacer bulto y brillar gracias al brillo que recibía de Obama y otros. Un tipo que nunca tuvo una puñetera idea. Que no puede sino presumir de empatía, simpatía, calidad, como fórmula para ocultar la pobreza del discurso. Alguien y al que Donald Trump va a machacar en los tres debates y del que no dejará ni la suela de sus zapatos, ñam, ñam. Si gana, pues que cómo no iba a ganar si la la república agoniza sobre palafitos carcomidos por la procesionaria iliberal y menudo discurso que largó en la Convención y a ver quién es el guapo que sostiene que Trump es algo más que un jugador de fortuna, un corsario, un caradura y un vendedor de coches usados haciendo eses y saltándose todos los semáforos al borde del precipicio. Biden o la apuesta segura. Biden o la quiniela perfecta, rellenada por un multimillonario capaz de jugar y pagar las 4.782.969 posibles de la quiniela. Con Joe Biden es tan fácil acertar como columpiarse. Los partidarios de pronosticar a toro pasado y rematar lances con el mando a distancia dirán el 3 de noviembre que se veía venir, que ya lo dijeron ellos, que sin ser un argonauta de Jasón ni un recluta en el ejército de Ulises todos sabíamos que volvería a casa. Lo que no está tan claro es si el hogar del que hablan es el Despacho Oval o el asilo, la Casa Blanca o la jubilación. Boy-scouts de una ciencia social sin otro anclaje que sus intuiciones pronostican huracanes futuros y lanzan ingeniosos sus cuchillos sobre el perímetro del candidato. Imperturbables como camelleros en mitad del desierto levantan el hocico y asumen que el oasis está cerca. Olvida concretar si se refieren a la salvación contable, real, que traen los acuíferos o si más bien piensan en el paraíso de ultratumba, reservado a los náufragos perdidos entre las dunas. No hay sitio para Biden que no esté copado por los imperturbables adivinadores. Y yo, que no tengo acciones de una petrolera, ni me juego otra cosa que el honor, remato esta pieza como mi propio vaticinio. Biden ganará porque no hay país que resista otros cuatro años de Jesús Gil blondo. Biden perderá porque le falta chicha y porque el poder siempre desgasta al que no lo tiene. Ahora que llegue el 2 de noviembre y a cobrar en las ventanillas. Más o menos como en 2016, cuando no acertamos una y los corresponsales, analistas, locutores y listos de guardia quedamos todos como chimpancés o gibones delante de un acertijo.