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El día en que Florencia se sumergió en las tinieblas

Hoy se cumplen 54 años desde que la ciudad italiana se vio amenazada por 600.000 toneladas de barro, agua y piedras
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Ni las más inquietantes obsesiones de Dan Brown en “Inferno” se pueden equiparar con el episodio que vivió Florencia en 1966. Si el autor de “El código Da Vinci” relata en dicha novela una aventura estremecedora a través del Palazzo Vecchio, el Duomo o los jardines de Boboli, impacta aún más algo que, aunque parezca víctima de la ficción, sí ocurrió en la realidad. Un día como hoy de hace 54 años, las calles de la ciudad italiana se sumergieron entre litros y litros de agua.
El visitante curioso que pasee por las calles de Florencia se percatará de una placa que permanece en la Piazza Santa Croce, entre otros rincones. “El 4 de noviembre de 1966, el agua del Arno llegó hasta aquí”, reza dicho recordatorio señalando el punto máximo que alcanzó el agua del río desbordado. Y se refiere a la última gran inundación que sufrió la ciudad desde 1557, año en el que el agua también llegó a gran altura, aunque menor que en el día del aluvión que hoy se conmemora.
“Florencia es un inmenso lago sumergido en las tinieblas, de aguas lodosas que se extienden por más de 6 kilómetros cuadrados en los barrios al norte del Arno y en un área indefinida en los barrios en el sur del río. La inundación afecta a dos tercios de la ciudad. Falta el agua, el gas, la energía eléctrica está suministrada solo en algunas zonas, el teléfono no funciona. La situación es dramática en las casas y en los hospitales. En las zonas que escaparon de la inundación escasean las provisiones alimentarias. En las demás, es imposible el abastecimiento”. Así decía una crónica con la que la agencia de noticias italiana ANSA relataba lo que había ocurrido.
En menos de 12 horas, Florencia se vio invadida por 80 millones de metros cúbicos de agua: el río arrasó con todo. El agua llegó a los 5 metros de altura y dañó tesoros inestimables de la ciudad, conocida por ser un museo en la calle no solo por sus edificios, sino también por su historia y esculturas que demuestran su indiscutible carácter de cuna del Renacimiento.
101 personas murieron y numerosas obras de arte -en todos los sentidos de la expresión- salieron perjudicadas. Si bien la primera pérdida fue irreparable, sí destacó un esfuerzo para paliar los desperfectos materiales: ciudadanos italianos y extranjeros donaron grandes sumas de dinero para recuperar y restaurar las obras dañadas. Todo ello, respondiendo a la alarma que lanzó, entre otros medios internacionales, la BBC: “El mundo está por perder Florencia, una de sus joyas”.
A quienes acudieron a salvar la ciudad se les nombró “angeli del fango” (“ángeles de barro”). Igual acudieron a los Uffizi para evacuar piezas del museo que sacaron libros y pergaminos de archivos o bibliotecas. Estos “ángeles”, muchos de ellos jóvenes estudiantes de arte, no solo eran fiorentinos, sino que algunos viajaron hasta Italia con el único fin de ayudar. Quizá pensarían lo mismo que en su día afirmó John Kennedy: “Vivo en el mundo, Florencia es también mi ciudad”. Asimismo, se contó con la colaboración de fuerzas armadas de diferentes países que entendieron cuán importante era salvar las joyas del Renacimiento.
5.000 familias perdieron sus viviendas, 6.000 negocios tuvieron que cerrar y se contabilizaron alrededor de 600.000 toneladas de barro, piedras y agua que amenazaron con destruir una de las ciudades más imponentes artísticamente de Italia.
Entre las obras y documentos afectados, destacan archivos de la Ópera del Duomo, la tercera parte de la colección de la Biblioteca Central nacional, localizada justo a orillas del Arno, así como archivos estatales, la Galería de los Uffizi, “Magdalena penitente” de Donatello, “Cristo Crucificado” de Giovanni Cimabue y “Puertas del paraíso” de Lorenzo Ghiberti.
Es característica en este episodio la imagen de la obra de Cimabue, que realizó el artista para ubicarla en Santa Croce entre 1275-1285. “Cristo Crucificado” estuvo más de 12 horas sumergido en el lodo, de tal manera que el agua hinchó la obra, agrietando con ello la pintura. Nada menos que un 60% de la obra se perdió, lo que conllevó 10 años de intensa restauración. Gracias a un minucioso aunque complejo trabajo, se logró devolver a la obra una apariencia cercana a la original.
El Arno se retiró totalmente de las calles de Florencia el 6 de noviembre del mismo año. Desde entonces, el episodio no solo ha servido para que la ciudad instalara diversas medidas de prevención en caso de nueva inundación. También ha inspirado a músicos, cineastas y artistas que fueron -o no- testigos del día en que Florencia se sumergió en las tinieblas.

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