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Paul Celan

Paul Celan: poesía después de Auschwitz

Este año se celebran dos onomásticas del poeta Paul Celan, que se suicidó hace cincuenta años y que nació hace cien

Es 1970. El poeta alemán de 49 años Paul Celan (seudónimo de Paul Anzcel), antigua víctima de la persecución nazi, se tira al Sena el 20 de abril. Había nacido el 23 de noviembre de 1920, en Czernowitz –en una región que era parte de Rumanía y que dependía del Imperio austrohúngaro; hoy en día en Ucrania–, es decir, hace cien años, y se convertiría en un poeta de culto, hasta el punto de ser considerado el más importante lírico en alemán de la segunda posguerra. Al menos para el eminente crítico literario George Steiner, que destacó su frase de que era imposible escribir poesía después de Auschwitz. Educado en casa en hebreo (su padre era un judío sionista y ortodoxo), y formado primeramente en medicina en Tours, al final se decantó por estudiar lenguas románicas.

El punto de inflexión para él llegó cuando las tropas nazis ocuparon la región y metieron a los judíos en guetos. Sus padres fueron enviado a campos de exterminio (allí murieron, él de tifus, ella asesinada), y el propio Paul acabó en un campo de trabajo en Moldavia. Al menos lo pudo contar, pues fue liberado en 1944 y se instaló en Bucarest, donde trabajó en una editorial. Más adelante, en Viena, publicó un primer libro que retiró enseguida a causa de un exceso de errores de imprenta. En 1948 se trasladó a Francia, obtuvo la nacionalidad e impartió clases de alemán en la Escuela Superior de París. En el plano más personal, se casó con la pintora Gisèle Celan-Lestrange, con la que tuvo dos hijos (el primero fallecido pronto), si bien el escritor le era infiel con la poeta austriaca, de gran prestigio también en el ámbito germánico, Ingeborg Bachman.

Cabe decir que Celan trabajó como traductor de textos político-administrativos y padeció de depresiones desde 1962, e incluso crisis de delirios; de hecho, llegó querer matar a su esposa, lo que lo llevó a él mismo desear que lo internaran en una clínica. Esta mente perturbada pero creativamente tan talentosa generaría una críptica obra, como su primer poemario, “Amapola y memoria” (1952), que incluye su poema más famoso, «Todesfugue», traducido como «Fuga de la muerte» (1948), una descripción del campo de exterminio nazi de Auschwitz-Birkenau a partir de la estructura musical de la fuga. En este sentido, el lector en español que desee conocer esta y otras de sus obras le será imprescindible acudir al catálogo de la editorial Trotta.

Un gran legado póstumo

En ella, encontrará los alrededor de ochocientos poemas que publicó Celan, unas “Obras completas” que se reeditaron este pasado julio y que condensan su pensamiento y su vida trágica; piezas muy influidas por asuntos teológicos, filosóficos, científicos e históricos y que, siguiendo la edición alemana de Beda Allemann y Stefan Reichert, vierte por primera vez al castellano y a una lengua extranjera toda la obra del poeta, pero también su prosa. De hecho, en Trotta también es posible conocer “Los poemas póstumos” (2003); y es que Celan destinó a la publicación apenas quinientos poemas, pero tras su muerte se encontró en su legado casi el mismo número de poemas póstumos, lo cual indica el grado de autoexigencia del autor antes de decidirse a publicar sus versos. Es más, se preocupó por señalar algunos textos con etiquetas del tipo de «¡No publicar!», «¡No publicar nunca!» o «Impublicable», si bien nunca destruyó estos poemas, sino que incluso los guardó y ordenó cuidadosamente, junto con todas sus versiones previas.

Existe otro tipo de textos gracias al volumen “Microlitos. Aforismos y textos en prosa” (2015), más la “Correspondencia con Nelly Sachs” (2007), esta una poeta alemana que recibió el premio Nobel en 1966 y con la que coincidió en su carácter de exiliado y de trayectoria personal atormentada. «La vida tiene la misericordia de rompernos», le escribió una vez ella a él. Y también: «Querido Paul Celan, nosotros queremos seguir aportándonos la verdad el uno al otro. Entre París y Estocolmo se extiende el meridiano del dolor y del consuelo»; un par de ejemplos que demuestran el grado de complicidad y amistad, pero también de dolor y búsqueda de salvación íntima, que los unió.

Su faceta como prosista, por otra parte, era hasta ahora poco conocida. Sólo dio apenas a conocer aforismos, más cercanos a los poemas en cuanto a extensión y estilo, pero escribió textos en el ámbito de los escritos poetológicos, y además en tres lenguas: alemán, rumano y francés. En “Microlitos” hay notas aforísticas, prosa narrativa, diálogos, notas para trabajos dramáticos o colaboraciones para la radio y entrevistas; una edición que ayuda a acceder a Celan como hombre y poeta, a su experiencia como lector y traductor, así como al mundo literario y artístico en el que se movió, a amigos y enemigos, revistas y editoriales. Unas páginas en las que destaca un caso de acusación de plagio que le persiguió durante la etapa final de su vida.

Asimismo, tenemos al alcance “Poemas y prosas de juventud”, que abarca sus diferentes periodos vitales: el primero, lo que Celan llamará más tarde «país natal», la Bucovina; luego, la estancia, entre 1945 y 1947, en la capital rumana, Bucarest, donde se ganaba la vida como traductor del ruso al rumano y publicó sus primeros poemas bajo el nombre de Celan; y, por fin, Viena, que fue una estación de paso antes de recabar en París, donde al final llegaría a la decisión, en un aciago día, de lanzarse al río desde el puente Mirabeau, hace cinco décadas.

Epistolario con material inédito
Este año Alemania ha ido celebrando el centenario de Celan con diversas publicaciones, como el libro “Algo absolutamente personal. Paul Celan. Cartas 1934-1970”, en que la autora Barbara Wiedemann ha seleccionado una serie de cartas del poeta, en concreto, 691, de las que 330 son inéditas, y que incluso nos llevan a la infancia del protagonista o a sus momentos, de sufrida soledad, como estudiante de Medicina en Tours. Pero sobre todo al lector le llamará la atención las epístolas relacionadas con otros autores alemanes, algunos de los cuales le ningunearon, o incluso se burlaron de él.
En las cartas es posible conocer a Erica Lillegg, esposa del surrealista vienés Edgar Jené, o Inga Waer, a quien le sugirió que viviera con él en Berlín en 1964. De hecho, se puede observar la inquieta vivencia amorosa que arrastró el autor, pues así se ve en dos misivas a Ingeborg Bachmann, en que hablaba de dejar a su mujer; unas palabras que vieron la luz por vez primera en Alemania hace solamente cuatro años.