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Un “dream team” para resucitar la ópera

La Scala de Milán cambia su estreno por una gala reivindicativa con más de 20 grandes artistas y una selección de arias, ballet y canto
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La ópera nació por última vez el 7 de julio de 1990. Aquel día, la víspera de que Alemania y Argentina disputaran en Roma la final del Mundial de fútbol, tres de los mejores cantantes líricos del momento se dieron cita en las Termas de Caracalla. Luciano Pavarotti, Plácido Domingo y José Carreras, los tres tenores, convirtieron la ópera en un espectáculo de masas. Teloneros del mayor acontecimiento deportivo planetario, piezas inesperadas de la idolatría global comandada por la televisión. Para bien o para mal, el trío de estrellas acercó al público de sofá y pantuflas un producto antes reservado para las élites. Llegaron a 800 millones de espectadores, vendieron cinco millones de discos y emprendieron una gira que los convirtió en los Beatles del «bel canto». La ópera vive ahora un momento muy distinto, pero la apuesta que hizo ayer La Scala tenía un objetivo similar: renacer. La diferencia es que en aquella ocasión se trataba de internacionalizar el negocio, ahora solamente de sobrevivir.
Faltó Kaufmann
Por primera vez en sus más de 250 años de historia, el teatro milanés ha tenido que suspender su estreno. Aunque en su lugar, ayer, celebró una gala con una selección de los mejores nombres del momento. Un total de 24 tenores y sopranos, de los que se cayó a última hora quizás el más grande, Jonas Kaufmann. Aunque para hacerse una idea del nivel, el encargado de sustituirle con el «Nessun Dorma» de Turandot fue Piotr Beczala, otra de las mejores voces de la actualidad. En la selección también estaba Plácido Domingo, casi como un homenaje a su carrera, en su décima presencia de la inauguración milanesa. Uno por uno, algunos con actuaciones en directo y otras grabadas, fueron interpretando algunas de las arias más reconocibles de las óperas más populares. El repertorio comenzó con Verdi, siguió con Donizetti, tanteó a Wagner, pasó a Bizet, y se encaminó a su final con Puccini. El recorrido, en el que se intercalaban drama y teatralidad, concluyó con el «Guillermo Tell» de Rossini, la misma ópera que celebró en 1946 el fin de la Segunda Guerra Mundial.
Las imágenes de aquel concierto se proyectaron de nuevo ayer en el escenario de La Scala, convertido ya en los últimos años en una especie de set cinematográfica, de la mano del director artístico Davide Livermore. El también director del Palau de les Arts de Valencia fue el encargado de construir un año más una escenografía onírica más cercana al universo audiovisual que al clasicismo de la ópera. La velada comenzó con imágenes grabadas con dron de las calles de Milán, una de las ciudades italianas más castigadas por la pandemia, de las que se pasó al himno italiano cantado por los empleados del teatro.
La orquesta, dirigida por Riccardo Chailly, daba la espalda al escenario para dirigir a un coro instalado en la platea, con sus correspondientes medidas de distanciamiento. Casi medio centenar de miembros del coro han contraído en estos meses la covid-19, por lo que se trataba de rendir homenaje a todos, incluidos a ellos. Y en un día para la conmemoración no faltó una recreación de los estudios de Cinecittà, que recordaban a Federico Fellini en este 2020 en el que se celebraba el centenario de su nacimiento.
Un amistoso de estrellas
Una serie de monólogos protagonizados por figuras de la cultura italiana intercalaron las actuaciones. A decir verdad, contribuyeron más a convertir el espectáculo en fingido que a enriquecer la puesta en escena, pero ya hemos dicho que el objetivo número uno era la redención. Y se pasaron con la intencionalidad. En cuanto a lo musical, tampoco hubo momentos memorables. La selección de voces tenía el interés por ver quién se impondría a los demás, pero inevitablemente restaba continuidad a la actuación. Faltaba el «crescendo» de un personaje con el avance de los distintos actos, que termina con un aria emocionada. Todo muy construido, muy dirigido, como si en lugar de la final de la Copa del Mundo, la ópera diera paso a un partido amistoso entre los amigos de Messi contra los de Cristiano Ronaldo.
Con fines benéficos e intención de redimirse, claro. La más brillante, de largo fue la soprano cubano-estadounidense Lisette Oropesa, que interpretó el aria «Regnava nel silenzio» de «Lucia di Lammermoor». La ópera de Donizetti, a la que habían consagrado en este 2020 la «prima» de La Scala antes de que llegara la pandemia, se vio relegada a una actuación más.
Hubo tiempo para volver a ver a Plácido Domingo interpretar «Andrea Chénier», con una escenografía propia de «El gran dictador» de Chaplin, o al barítono Carlos Álvarez haciendo de «Otello» con imágenes de la Casa Blanca en llamas. Hubo ocasión de escuchar al peruano Juan Diego Flórez y de admirar a las jóvenes y bellas Kristine Opolais, Rosa Feola o Elina Garanca. Sonaron «La donna è mobile», «E lucevan le stelle» o el «Nessun dorma», a modo de himnos imprescindibles. Aunque uno de los momentos culminantes fue el increíble ballet futurista de Roberto Bolle. Fue un espectáculo para todos. Llevaba el título de «A riveder le stelle», como en la «Divina Comedia» de Dante. Las estrellas estaban en el escenario. Otra cosa será que asomen tras todo un año de paso por el infierno y el purgatorio.