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Literatura

Biografía

La segunda vida de Clarice Lispector

Hoy se cumplen cien años del nacimiento de esta autora brasileña poseedora de una producción enigmática y un estilo inclasificable cuya relevancia crece con el tiempo

Fotografía facilitada por el Instituto Moreira Salles que muestra a la escritora brasileña Clarice Lispector.
Fotografía facilitada por el Instituto Moreira Salles que muestra a la escritora brasileña Clarice Lispector.--EFE

“Cerca del corazón salvaje” (1944), la primera obra de Clarice Lispector, supuso una aparición insólita en la literatura brasileña de la época, tan marcadamente folclórica y oral. Se trataba de una suerte de reconstrucción biográfica de su protagonista, Joana, un viaje al interior de esa mujer que no podía superar la muerte del padre. La conciencia, lo metafísico, lo innombrable es el campo literario de Lispector, que extendió su elegante personalidad a sus prosas e incluso artículos periodísticos. Como siempre ocurre en sus obras, la historia de sus personajes se difuminaba tras recuerdos, deseos y conversaciones que tenían un rasgo común: la formulación de preguntas que no admiten respuestas: «Al final, ¿qué importa más: vivir o saber que se está viviendo?».

Lo que entronca con el título que Benjamin Moser eligió para la biografía “Por qué este mundo. Una biografía de Clarice Lispector” (Siruela, 2009; en esta editorial encontramos todas las obras de la escritora), precisamente en la etapa en que Lispector da sus primeros pasos como autora con una mezcla de determinación e indecisión, como si tuviera claro que su destino es convertirse en escritora y a la vez se colocara voluntariamente en una situación que le va a llevar sólo a dudas y extrañezas. Ella misma lo describió así: «Era una adolescente confusa y perpleja, a la que le rondaba una pregunta muda e intensa: ¿Cómo es el mundo?, ¿y por qué este mundo?».

Esa ausencia de comprensión marca la trayectoria de la autora, que eleva el consuelo de la escritura a motivo literario gradualmente hasta llevarlo a sus últimas consecuencias en su obra póstuma “Un soplo de vida” (1978). Antes lo había ensayado en la kafkiana “La pasión según G.H.” (1964), en el romance de “Aprendizaje o el libro de los placeres” (1969), o en la delicada “La hora de la estrella” (1977), que cuenta la turbación de una provinciana chica en la ciudad carioca; un pequeño temor trascendente, pues su miedo a existir es y será universal.

«Escribo por mi desesperación y mi cansancio, ya no soporto la rutina de ser yo, y si no existiese la novedad continua que es escribir, me moriría simbólicamente todos los días», apuntó esta mujer de fascinante complejidad con la que el lector puede identificarse con su misma duda: quién soy. Esta permanente interrogación es particularmente arriesgada en “Un soplo de vida”, donde dice: «Mientras tenga preguntas y no tenga respuesta continuaré escribiendo». En el 2007 ya había aparecido una biografía previa a la de Moser: “Clarice. Una vida que se cuenta”(Adriana Hidalgo), de Nádia Battella Gotlib, que también investigaba sobre quién era en realidad esta mujer de tan extraordinaria elegancia y clase que llegó a crear novelas enigmáticas, hipnóticas, junto a una notable cantidad de narraciones cortas –seis libros de cuentos– y cuyos personajes se enfrentan a las extrañezas del día a día, al silencio de los gestos y el afán de comunicación.

Libros como estrellas

De este modo, se veía a la Clarice que, «al aislarse voluntariamente, se creaba un aura de misterio [...]: bellísima, sobre todo en su juventud; en cualquier época; seductoramente atrayente; antisocial, exquisita, complicada, difícil, mística, bruja...». Ambas almas, la pública y la íntima, confluyeron en ese libro. «Nací para escribir –dijo en una crónica periodística–. Cada libro mío es una estrella penosa y feliz. A esa capacidad de renovarme por completo a medida que pasa el tiempo la llamo vivir y escribir».

Por su parte, Moser puso mucho énfasis en la trayectoria vital de su hermana Elisa, también una mente privilegiada y autora de una novela basada en la emigración de sus más allegados, en el trasfondo sociopolítico convulso del Brasil de los años treinta o de la Europa de comienzos del siglo XX, o en declaraciones innumerables de todo tipo de personas que conocieron a Lispector y se crearon una opinión llena de deslumbramiento: «Lo menos que puedo decir es que era impresionante», dejó dicho el poeta Lêdo Ivo, que destacó su «belleza y luminosidad […] Yo no tenía ni veinte años y, bajo el impacto del libro, sentí que estaba ante Virginia Woolf».

Moser recogía este tipo de citas atravesando la trayectoria de la escritora desaparecida en 1977, el momento en que llegó a su fin por un cáncer de ovario sólo unas semanas después de publicarse “La hora de la estrella”, y nos daba las claves esenciales: sus raíces humildes en el pueblo ucraniano de Chechelnik (donde nació en 1920 en plena huida del hambre y la guerra), el sufrimiento descomunal de sus padres inmigrantes, su casamiento con un diplomático con el que pudo viajar por el mundo, su divorcio, la desgracia de padecer un incendio cinco años después en su habitación, lo que le dejaría graves secuelas…

Para una amante de lo cabalístico y de las matemáticas, de alguien que hacía lo posible para tender hacia el número siete y evitar el trece, de una supersticiosa que desde pequeña, cuando decidió ser escritora, ya se sentía una especie de visionaria, la muerte también la esperaría envuelta en simbolismos de vida y obra. Cuentan que de camino al hospital, acompañada de una amiga, fingió que en realidad se dirigía a París y que tenía muchos planes allí. Luego vendrían días de hospitalización en que su pulsión de escritura no iba descansar; presa de la intuición de un fin inmediato, dejaría anotado en un bello texto: «Muero y renazco».

La moralidad de escribir

La escritura era oxígeno y consuelo constantes para Clarice Lispector. «Querida, quien se dedica al arte sufre como los otros, pero tiene un medio de expresión. Si lo dices por mí, te equivocas. Yo sufro con el trabajo, pero no sólo es el trabajo, es porque no soy muy normal, soy una inadaptada, tengo una naturaleza difícil y sombría», le escribió a su hermana Tania. «Pero yo misma, con este temperamento y esta anormalidad a cada instante, si no trabajara estaría peor. A veces creo que debería dejar de escribir; pero veo también que trabajar es mi moralidad, mi única moralidad. Es decir, si yo no trabajase, sería peor, porque lo que me proporciona un cauce es la esperanza de trabajar», añadió en esa carta de 1946, desde Berna, como se pudo conocer gracias a la correspondencia de la autora con sus hermanas “Queridas mías” (Siruela, 2007).