Crítica de “Nieva en Benidorm”: Domingo y nubes bajas ★★✩✩✩
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Dirección y guión: Isabel Coixet. Intérpretes: Timothy Spall, Sarita Choudhury, Pedro Casablanc, Ana Torrent, Carmen Machi. España, 2020. Duración: 117 minutos. Thriller.
Cuando el apellido de un cineasta se convierte en un adjetivo -hitchcockiano, godardiano, felliniano- es que su estilo se ha transformado en marca de fábrica. Ese inequívoco signo de personalidad puede ser también una jaula de oro: algunos autores, para ser fieles a sí mismos y a lo que se espera de ellos, utilizan sus tics y obsesiones como una camisa de fuerza. “Nieva en Benidorm” lleva tatuado en la frente “lo coixetiano”. Grita en una celda acolchada para arrancarse tan premiado sello, pero sin éxito: la tinta ha calado bien hondo en su piel. ¿En qué consiste “lo coixetiano”? Pues bien, el material es heterogéneo: una policía que recita a Sylvia Plath, un prejubilado adicto a los barómetros, un número de ‘burlesque’ con canción de Mina, ese color blanco que siempre esconde zonas sucias, una asistenta fantasmagórica, fondos urbanos desenfocados y, cómo no, el plano de una lavadora. “Nieva en Benidorm” es la viva esencia del cine de Coixet, con su ceremonioso amaneramiento, sus diálogos imposibles y sus crepúsculos sin horizonte.
Benidorm no es el paraíso de los jubilados británicos que votaron sí al Brexit, tampoco el parking terminal y soleado de los afiliados a los viajes del Imserso. Benidorm, claro, es la ciudad donde todo hijo de vecino vio a Sylvia Plath en bikini, allá por 1956, fuera de su campana de cristal. En manos de Coixet, Benidorm alimenta el tópico -el paseo marítimo convertido en pasarela para ancianos en chándal, la noche de alcohol de garrafa y botellón de ‘nightclub’ trasnochado- a la vez que intenta huir de él a toda costa, y en esa indecisión la directora catalana pierde la oportunidad de captar su exótica fotogenia, centrándose en la historia de Peter Riordan (Timothy Spall) que, en busca de un hermano que hace años que no ve, se descubre a sí mismo como un detective que llega demasiado tarde a todas partes. Tal vez no al amor, como sugiere su balbuceante relación con una antigua socia del ausente, fumadora y amante de las perlas que no parece tener muchas ganas de liarse la manta a la cabeza con un pobre tipo de Manchester.
Su aproximación pseudoamorosa, trufada de frases lapidarias, es lo más cerca que está la película de tener una trama, porque la búsqueda del hermano desaparecido, que frecuentaba malas compañías y trataba peor a sus empleados, apunta a un thriller que nunca despega. Tan errática como su propio protagonista, que parece emborracharse con sal de frutas, “Nieve en Benidorm” pretende retratar el despertar a la vida de un muerto viviente con el corazón de oro, al que Spall intenta insuflar de una humanidad un tanto cetrina con tan poca fortuna que la película arrastra los pies sin conocer lo que es la poesía. Por poner uno de esos símiles meteorológicos que sazonan el metraje, “Nieva en Benidorm” es tan insípida como una tarde de domingo con nubes bajas. No la resucitaría ni una gota fría en pleno invierno.