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Bécquer: ni poeta marginal, ni incomprendido, ni ajeno a la política

Una nueva biografía, firmada por Joan Estruch Tobella, arroja luz a los aspectos falseados de la vida de Bécquer
La Razón
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Parece que el destino sigue jugando a mantener semioculta la biografía de Gustavo Adolfo Bécquer, así como el contexto real de toda su creación literaria. Podríamos decir, recurriendo a la elegancia de su propia poesía, que su figura nos llega siempre como “cendal flotante de leve bruma”.
Las numerosas actividades culturales organizadas en algunas ciudades para conmemorar el 150º aniversario de su muerte –y también el de su hermano Valeriano, fallecido tan solo tres meses antes que él- constituían el marco idóneo para que la comunidad académica, con la información veraz de la que dispone hoy, pudiese llegar al lector corriente desmontando esa deformada y pintoresca semblanza de Bécquer que nos ha legado la historia, y en la que se ha vertido tanta imaginación como en cualquiera de sus Leyendas. Pero no ha podido ser: la crisis del coronavirus ha deslucido y mermado las numerosas celebraciones previstas de la efeméride. Por desgracia, el cultural Año Bécquer que el Ayuntamiento de Sevilla tenía planificado ha quedado tan desdibujado como, por ejemplo, la Ruta de Bécquer que la Diputación de Soria había presentado en FITUR, y que permitía seguir los pasos literarios y pictóricos de los hermanos en la provincia castellana.
Lo que no ha impedido la pandemia es la reciente publicación, en la editorial Cátedra, de una biografía titulada “Bécquer. Vida y época en la que el profesor Joan Estruch Tobella ha estado trabajando durante años. Precisamente, él fue el preparador en esta misma editorial de las Obras Completas de Gustavo Adolfo, reunidas en un formidable volumen que incorpora las facetas menos conocidas del autor sevillano -como las de crítico o dramaturgo- y que permite descubrir en él una extraordinaria versatilidad todavía hoy poco ponderada.
Pero Estruch Tobella no solo es un gran conocedor de la trayectoria literaria de Bécquer, sino también uno de los más puntillosos desmitificadores de su biografía, en la cual, según él, “se han impuesto algunos tópicos legendarios que distorsionan la realidad y que obstaculizan la lectura profunda de sus textos”. ¿Y cuáles son esos tópicos? Pues bien, aquí viene lo que para algunos será una sorpresa: ni fue un autor marginal, ni un incomprendido, ni un soñador ajeno a la vida política del momento, ni un escritor espontáneo con caprichosos arrebatos de inspiración, ni un creador estilísticamente aislado de las corrientes literarias de su época. Es más: en muchos aspectos fue casi todo lo contrario.
La aureola de poeta maldito y olvidado se difumina de inmediato si tenemos en cuenta que, a poco de llegar a Madrid, con apenas 18 años, Bécquer empezó pronto a labrarse una importante carrera en el periodismo (la prensa en aquella época era el sustento económico de casi todos los escritores). A tal fin, contó con la inestimable protección y ayuda de un peso pesado del Partido Moderado: el ministro y diputado Luis González Bravo. Fue él quien iba a ocuparse de una primera edición de las Rimas que nunca pudo ver la luz porque, al caer su gobierno, una turba asaltó su casa y el manuscrito desapareció (Bécquer volvería a escribirlo en 1868, recurriendo a su memoria y recomponiendo aquello que escapaba a ella). También fue González Bravo quien le consiguió en dos ocasiones un puesto de censor de novelas. Y, para ello, el ministro no dudó en transgredir la normativa que impedía ejercer este trabajo sin el título de licenciado (Bécquer no lo tenía). “Era un cargo cómodo y estaba muy bien pagado –explica Estruch Tobella-. Cobraba 24.000 reales al año; es decir, diez veces el sueldo de un maestro rural”.
Agradecido, Bécquer afilaba su pluma en sus crónicas parlamentarias para el diario “El contemporáneo” cargando especialmente contra la Unión Liberal, el partido de centro que dirigía O’Donnell y que suponía un serio obstáculo en las aspiraciones de los moderados. Incluso llegó más allá: en 1865 se publicó un único número de un diario satírico de cuatro páginas titulado “Doña Manuela”, en abierta alusión a la mujer de O´Donnell, Manuela Bargués, en el que Bécquer, de manera anónima, se burlaba del general presentándolo como una persona sometida a los dictados y caprichos de su mujer, que sería, según exponía en el mordaz libelo, quien tomaba en realidad las decisiones políticas que luego ejecutaba su marido. Cuenta el profesor Estruch que el hijastro del general, Aureliano Vinyals, “acusó al poeta de ser el cerebro de “Doña Manuela”, y le puso ante la disyuntiva de retractarse o batirse en duelo con él; el escritor tuvo que publicar un mentís en el que negaba todo vínculo con “Doña Manuela”, y así pudo librarse del duelo”.
Tampoco las circunstancias relacionadas con el fallecimiento de Bécquer casan bien con esa imagen de escritor pobre y abandonado al infausto destino. La muerte –sobrevenida probablemente por tuberculosis, aunque se haya especulado también con la sífilis- le sorprendió nada menos que en el barrio de Salamanca, en la calle Claudio Coello. “Estaba alojado en un piso grande y luminoso, uno de los primeros que dispusieron de agua corriente –cuenta el profesor Estruch-. En la planta baja del inmueble estaban las oficinas del marqués de Salamanca, promotor del gran proyecto urbanístico que lleva su nombre. El marqués alojó gratuitamente al poeta y a su familia en el piso. La prensa de Madrid se hizo amplio eco de la muerte de Bécquer, presentándolo como un gran poeta. En el momento de su muerte, era director de la revista “La Ilustración” de Madrid y del periódico teatral “El entreacto””.
Ciertamente, casi todo en torno a su vida se ha idealizando y tergiversado. Incluso se instaló en el imaginario popular una musa que probablemente nunca lo fue: la famosa Julia Espín, que durante mucho tiempo se dijo que había inspirado sus “Rimas”. Aunque parece demostrado que el poeta sevillano y esta joven aspirante a cantante de ópera se llegaron a conocer, hoy resulta complicado sostener aquello de que fue su eterno amor no correspondido. “La relación no fue ni muy íntima, ni intensa, ni duradera en el tiempo, por lo que resulta difícil saber siquiera si pudo enamorarse o no de ella –aclara Estruch Tobella-. En cualquier caso, no parece que fuera una persona relevante en su vida como escritor”. Además, insiste el profesor Estruch en que tampoco se ajusta a la realidad esa imagen de poeta que escribe de manera espontánea, desbordado por sus sentimientos de desamor: “Él decía a este respecto algo muy significativo: ‘Cuándo siento, no escribo’. Lo que quiere decir con esto es que escribe sometiendo esos sentimientos a la reflexión y a la técnica; buscando la perfección artística. Es una literatura hecha con calma, con rigor, que busca trascender los sentimientos de la mera experiencia personal”