Andrés Suárez: «La realidad nos defraudó y necesitamos la palabra»
Presenta su disco homónimo en el Circo Price, dos tardes seguidas en Inverfest con las entradas agotadas y las más estrictas medidas de seguridad
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Andrés Suárez (Ferrol, 1983) publicó su disco homónimo al salir del confinamiento, durante esas semanas raras en las que nos movíamos como un boxeador en el undécimo asalto, tratando más de reconocer el entorno que de recomponernos. El disco salió «un poco de aquella manera» aunque Suárez pudo presentarlo en algunas fechas veraniegas en terrazas y teatros con ofensivo olor a lejía. «No es que hayamos cumplido las medidas de seguridad, es que las extremamos. Si nos decían que no podíamos pasar de un cincuenta por ciento de aforo –algo que cambiaba según las comunidades autónomas–, nosotros no metíamos al cuarenta, sino al treinta por ciento», dice en conversación telefónica antes de la presentación oficial del trabajo en Madrid, los próximos 20 y 21 de enero en Inverfest. «Me hace mucha ilusión poder hacerlo en mi casa, en esta ciudad que amo y donde vivo desde hace 12 años. Ya lo pude hacer en mi tierra, pero Madrid es muy especial», dice apenas unos minutos después de haberse arrepentido de cambiar Lavapiés por Torrelodones, donde ahora vive, con medio metro de nieve todavía en la puerta. «Estoy muy feliz aquí, pero si me lo llegan a avisar...», bromea.
Reserva de papel higiénico
En su casa de las afueras es donde pasó el confinamiento, una larga y absoluta soledad de tres meses, experiencia que se ha reavivado durante estos días de colapso blanco. «Miro la vida por la ventana a ver si alguien me avisa de cuando termina esta bromita –dice sarcástico–. Puede ser ’'El show de Truman’', yo qué sé. Parece que estemos dentro de HBO o de Netflix... Es que la vida desde febrero o marzo del año pasado se ha vuelto alucinante. Todavía tengo diez toneladas de papel higiénico de las primeras semanas aquellas... fueron semanas terroríficas», recuerda Suárez, que se sacudía los consejos de que escribiera un par de libros o un par de discos aprovechando el confinamiento. «Era imposible que me sentase a escribir. Mi madre es sanitaria y yo no sabía si se podía morir cualquier día en el hospital. Mi mejor amiga es neumóloga y ha adelgazado 12 kilos», cuenta el músico, que explica que esa es la razón de que se extremen las medidas de seguridad. «Las exageramos. Y eso que según tengo entendido, de todos los conciertos que se han hecho este año solo ha habido contagios en uno. Para mí, sería necio no hacer exactamente lo que hago. Conciertos, porque la cultura es segura y la necesitamos, y, por otro lado, máxima seguridad. Porque pienso en toda esa gente que se juega la vida por curarnos a nosotros y no podemos faltarles al respeto». Sin embargo, la responsabilidad también le obliga en otro sentido: «Yo respeto a los compañeros que no quieren subirse a tocar así, es entendible. El olor a desinfectante no es el mejor ambiente. Pero yo me aferro a tocar porque tengo 15 trabajadores en mi empresa y entre ellos hay gente que son abuelos, que están esperando a que salga a tocar para llevar comida a casa. Si la solución es hacerlo así, yo lo tengo clarísimo».
Obligarse a reír
A pesar de los malos ratos y de lo absurdo de estos últimos meses, Suárez no ha perdido la ilusión en el porvenir. «No, porque hay que obligarse a reír. Porque la realidad nos defraudó de tal manera que necesitamos la palabra. Y reírnos. Sé que las familias que lo han perdido todo pensarán que estoy diciendo una idiotez. Y tienen razón, porque yo no sé lo que es eso. Pero trato de no dejarme llevar por la corriente depresiva porque entonces sí que lo pierdo todo», comenta Suárez. «Si no creyese en el futuro, ahora mismo terminamos esta conversación y me meto en la cama. Pero si la gente tira para adelante, ¿cómo no voy a hacerlo yo?», se pregunta. Otra cosa es que a veces cueste. «Lo que más triste me puso fue que, en cuanto salimos del confinamiento ya estábamos otra vez los rojos contra los azules. Y en ese momento se acabó la cursilería de ’'todos saldremos mejores’'», comenta el gallego. «Pero fue en ese momento cuando vi claramente quiénes están en mi patria. los que salieron a ayudar a la gente a hacer la compra o a repartir comida, a hacer algo por la comunidad. El que era bueno, sale bueno de la pandemia; el que era un hijo de puta, sale igual. Eso no va a cambiar. Pero nos ayuda a ver que sí que existe la gente que echa una mano». La música es, precisamente, una expresión de comunidad. «Yo estuve cuatro meses solo encerrado. Y no sabes las ganas que tengo de abrazar y de lo que es abrazar... ¡hasta de tener familia numerosa me han entrado ganas!».