El judío que se salvó de la muerte por enseñar un idioma inventado
Vadim Perelman vuelve al cine con un filme que transcurre en un campo de concentración
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A Vadim Perelman no se le nota demasiado cómodo con la prensa. Tal vez sea porque “El profesor de persa” es su vuelta al ruedo cinematográfico después de muchos años de ausencia, y desconfía de las preguntas capciosas. Hubo un tiempo en que este director canadiense de origen ruso parecía que iba a comerse el mundo, con sendos dramas (“Casa de arena y niebla” y “La vida ante sus ojos”), protagonizados por Jennifer Connelly y Uma Thurman respectivamente, que aspiraban a ser oscarizables. Una acusación de abuso sexual le mandó al banquillo en 2006, y ahora, con esta tragedia ambientada en el Holocausto, que dice inspirarse en hechos reales, y que fue, al menos durante un mes (antes de ser descalificada) candidata al Oscar por Belarus, tiene la intención de regresar al género de las películas necesarias, “de las historias que han de ser contadas”, sobre el via crucis judío.
Uno de los atractivos de “El profesor de persa” es su punto de partida: un judío belga, que ha sido capturado por los alemanes mientras intentaba escapar a Suiza, llega a un campo de concentración dirigido por un oficial aficionado a la cocina y obsesionado por aprender farsi. La enseñanza del farsi es la única arma de Gilles para sobrevivir en el campo y obtener unos privilegios que los demás reclusos no tienen. Pero Gilles (Nahuel Pérez Biscayart) no sabe farsi, se lo tiene que inventar, y convencer a su superior de que las palabras que crea, creíbles fonéticamente, se corresponden con un significado relevante. “Fue el reto más difícil de la película, pero también el más estimulante”, confesaba Perelman en la última Berlinale, justo antes de la pandemia. “Con la ayuda de un lingüista ruso, nos inventamos una lengua cuya sonoridad fuera parecida al farsi. Elaboramos un diccionario con seiscientas palabras y una gramática propia”.
Le preguntamos a Perelman si no opina que el cine del Holocausto es un tema agotado, teniendo en cuenta que los alemanes llevan expiando su culpa desde los años setenta, cuando el Nuevo Cine Alemán obligó a los negacionistas y a los victimistas a enfrentarse con su memoria histórica desde infinitas perspectivas. “Creo que nunca serán suficientes. La herida que supuso el nazismo para la historia de Europa no se cerrará del todo si nos olvidamos de ella, y las generaciones más jóvenes necesitan saberlo todo si no quieren repetir los errores de sus abuelos y bisabuelos”, remata. ¿Eso quiere decir que ha repasado unos cuantos clásicos antes de filmar “El profesor de persa”? “Procuro no ver películas sobre el tema que voy a tratar. No me gusta que me influyan, es fácil dejarse mediatizar por un cine tan fecundo. Es obvio que si tengo que citar alguna, “Shoah” no puede faltar, aunque es muy distinta a la mía, claro está. Y de las más contemporáneas, admiro “Hijo de Saúl”, sobre todo el modo en que utiliza el fuera de campo y el sonido. En todo caso, mi planteamiento visual es mucho más clásico”.
Uno de los trabajos que ha de acometer el personaje de Gilles es convertirse en notario del censo de los judíos del campo. En una libreta los apunta con paciencia, como si ese gesto fuera un último homenaje a los que van a morir. Esa libreta protagoniza uno de los momentos más emotivos del filme, una secuencia que puede derramar más de una lágrima entre el respetable. “La película es un homenaje a las víctimas de los campos”, advierte Perelman. “Esos cuerpos que fueron torturados y masacrados merecían tener un nombre que el nazismo les robó. Les convirtió en números, les borró la identidad. Si hay algo por lo que puede estar orgulloso Gilles, es haber escrito esos nombres, conservar su memoria. Y todos los nombres y fechas que aparecen en el filme son reales”, recalca.