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Marius Jacob, el ladrón que inspiró el último bombazo de Netflix: “Lupin”

Fue una estrella entre los bandoleros franceses de la primera mitad del siglo XX y el modelo en el que se fijó Maurice Leblanc para construir al personaje más famoso de sus novelas. Él mismo narró su historia en varios escritos que han quedado de legado
Omar Sy en el segundo episodio de "Lupin"
.Netflix

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Las masas siempre han necesitado un oráculo que los mueva; y si antiguamente eran los sagrados sacerdotes los que se encargaban de dirigir las suertes de sus fieles, en el siglo XXI son Netflix y sus secuaces los responsables de ello. Tampoco es que sean modas eternas, ni siquiera duraderas, pero sí lo suficientemente fuertes como para “romperla” durante unas pocas semanas. Luego ya vendrá otra serie o película que hará olvidar a la anterior y así sucesivamente. En estas, la última producción que ha dado en el clavo es “Lupin”, un ladrón de guante blanco que se propone vengar a su padre después de que una familia rica no fuera con él todo lo honesta que se esperaba.
El protagonista en cuestión es un Assane Diop –interpretado por Omar Sy (“Intocable”), que vuelve a cotizar al alza– inspirado directamente en las aventuras de Arsène Lupin, el ratero estrella de las novelas detectivescas del francés Maurice Leblanc, quien, a su vez, cogió el molde de un tipo de carne y hueso, Alexandre Marius Jacob: primera espada entre los bandoleros históricos de nuestros vecinos galos.
Si Jacob, nacido en Marsella el 27 de septiembre de 1879, es recordado todavía hoy no es por ser un simple ladrón, sino un ladrón de los listos. Junto a otros compañeros anarquistas, entre los que se encontraba su propia madre, puso en práctica una de las redes de “robo científico” más elaboradas del siglo pasado. Tanto como para inspirar historias más allá de Lupin, también la de “El ladrón”, de Georges Darien; además de iluminar las actuaciones de diferentes generaciones de rebeldes sociales hasta nuestros días.
Todo ese universo “jacobino” se recoge por completo en “Por qué he robado y otros escritos” (Pepitas de calabaza), donde el ladrón cuenta sus propios entresijos. Una recopilación de textos en los que muestra la clase de hombre que era y los motivos que le impulsaban en su actividad. No se anda por las ramas. Es claro: “Antes que mendigar aquello a lo que tengo derecho –escribía en el fragmento que da nombre al volumen–, he preferido sublevarme y combatir metro a metro a mis enemigos, haciendo la guerra a los ricos, atacando sus bienes”.
“Habrían preferido que yo me sometiera a sus leyes (...) Entonces no me llamarían ‘bandido cínico’, sino ‘honrado trabajador’. Valiéndose de la adulación, ustedes me habrían otorgado incluso una medalla al trabajo. Los curas prometen un paraíso a sus estafados; ustedes son menos abstractos y por eso ofrecen un trozo de papel mojado. Les agradezco mucho tanta bondad y tanta gratitud, señores. Prefiero ser un cínico consciente de sus derechos que un autómata o una estatua”.
Sus palabras bastan para apartar la cortina de humo que convierte la actividad de un hombre consecuente en un personaje mitológico. Estas narraciones, cartas y declaraciones (seleccionadas por la editorial francesa L’Insomniaque) van desde la época dorada de “Los trabajadores de la noche” hasta su puesta en libertad tras una larga estancia en el presidio de las Islas del Diablo.
Detenido en 1905, fue condenado a trabajos forzados a perpetuidad en el penal de la Guyana, aunque pudo eludir parte de la condena y regresar a Francia en 1928 gracias a la acción de sus compañeros y de otras personalidades. Ya más tranquilo, vivió trabajando como vendedor ambulante de telas, pero sin apartarse de sus afinidades anarquistas.
No dudó en dar detalles de su pasado: “¿Y en la celda el detenido no se masturba hasta perder la razón? Yo sé algo de eso. He pagado nueve años de aislamiento, con grilletes en los pies, y en total trece años de régimen de celda. No me da ninguna vergüenza confesarlo, me la pelaba al menos dos veces al día. Es cierto que he evitado la pederastia, quizá también porque he podido estar muy cerca de las mujeres de los agentes y funcionarios”, confesaba en enero de 1932 en “Yo no soy un ciudadano”.
Sin pruebas firmes que lo verifiquen, se cree que en 1936 estuvo intentando ayudar a sus colegas en Barcelona, pero lo que sucedió en la vida de Jacob, tanto en este periodo, como el posterior de la ocupación nazi de Francia, sigue siendo un misterio que terminó el 28 de agosto de 1954 en Bois Saint-Denis. Antes de quitarse la vida fue claro con sus amigos: “Os dejo sin desesperación, con la sonrisa en los labios y la paz en el corazón. Sois demasiado jóvenes para poder apreciar el placer que proporciona irse gozando de excelente salud, burlándose de todas las enfermedades que acechan a la vejez. Allá están todas estas asquerosas reunidas, listas para devorarme. Pero voy a defraudarlas. Yo he vivido y ya puedo morir”.