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El libro maldito: “Diario de una buena vecina”: Doris Lessing, la Premio Nobel que se cachondeó de los editores

Presentó «Diario de una buena vecina» bajo seudónimo para mostrar a los jóvenes autores cómo funcionaban las editoriales
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Doris Lessing, una salvaje, sí. En la literatura y en la vida. Siempre me cayó bien esta mujer arropada de dignidad. Cuando la conocí no le interesaban las preguntas de periodista. Solo mi brazo para que la ayudara a pasear por aquella cuesta. Los reporteros le venían con cuestiones de feminismo, pero a ella solo le interesaban los escaparates de las mercerías.
–¿Te importa?– me decía.
–Para nada.
Cuando la invitaron a comer no permitió que el cocinero cumpliese con el ritual de turno porque lo quería hacer ella. El resultado: cogió aquel platazo y le reventó el costillar al cochinillo ese. Debía gastar ochenta palos. Doris Lessing, una señora. Criticó el comunismo antes de que se pusiera de moda entre esa intelectualidad francesa de bulevar y pose, y dejó a su marido, un tipo con fe de partido al que eliminó el KGB en un atentado, cuando todavía no era frecuente entre las mujeres por razones que son obvias. Nació en Persia, se crió en Sudáfrica y luego se marchó a Londres. Cultivó una literatura sin concesiones, más dura que el pedernal y nunca hecha para contentar a nadie. Lo políticamente correcto de ahora ni sabía lo que eran ni ganas que tenía de aprenderlo.
En «La buena terrorista» puso a escurrir a las pijazas que acababan ayudando a terroristas, y en «Las abuelas» daba cuenta de cómo dos ancianas, más maquiavélicas que el mismo Maquiavelo, se enrollaban con los nietos de cada una. Mar, playa y sexo. Unas viejas de lujo. La adaptación cinematográfica suavizó el tema y recurrió a unas abuelas con planta, o sea, Naomi Watts y Robin Wright, a las que no rechazaría ni un santo, pero, claro, eso es hacer trampa... Está la Lessing del «Cuaderno dorado», tan uña y carne con el feminismo, pero la que se prefiere es esa escritora canallesca y más traviesa que el «Joker» que asoma por el «Diario de una buena vecina».
Una broma pesada
Corrían los ochenta, Doris Lessing estaba consagrada y decidió desnudar al mundo editorial. Cansada de presenciar cómo se rechazaban a los escritores jóvenes y estos entraban en una perpetua depresión, decidió partir una lanza por ellos, que se lo merecen, ¿verdad? Así, con un par, escribió esta obra y la mandó con un seudónimo a las editoriales. Todos declinaron publicar el manuscrito. Cuando descubrieron el pastel se montó una gorda. Antes de que Banksy sacara a relucir los cinismos del mercado del arte, Doris Lessing se los sacó a los sellos editoriales. El tema es que adujeron que no tenía tanta calidad y esto y lo otro y lo de más allá. Lo cierto es que el texto es implacable. Lessing tuvo la valentía de escribir sobre la vejez, algo que casi nadie toca (J. M. Coetzee lo ha hecho, siguiendo su estela: ambos son de Sudáfrica y ella lo admira), y también tuvo los machos de ofrecer un retrato sin paliativos de qué es una persona mayor con todas sus ruindades y quejumbres, nada de Hollywood. Y, por supuesto, sacó los colores a los sistemas sociales. ¿Alguien da más?

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