Jawlensky, el pintor que buscaba el rostro de Cristo
La muestra reúne más de un centenar de obras de un artista que hizo del color una de las señas de su identidad
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Jawlensky llegó a la pintura como San Pablo al cristianismo: al caerse del caballo. Todavía era un niño cuando asistió al descubrimiento del icono de una Virgen en una iglesia polaca. Aquel rostro despertaría su vocación artística y alimentaría una vena mística que mantendría hasta el final de sus días. El segundo deslumbramiento se produjo en 1880, en Moscú, al acudir a su primera exposición de pintura. Ese momento supuso su gran encuentro con la pintura y definiría su porvenir.
Hijo de la aristocracia y con una pretensión inicial de convertirse en militar, Jawlensky torció el rumbo de su destino y lo abandonó todo por el arte. La Fundación Mapfre dedica una exposición al descubrimiento de este creador, apenas conocido en nuestro país, y recorre esa parte fecunda de su creación que suponen los paisajes y los rostros. Un acercamiento a un pintor que jamás se deshizo del todo del rapto místico que lo sobrecogió en su infancia y que permaneció con él hasta el final de sus días, cuando una artritis deformante le impedía trabajar y había que atarle los pinceles a las dos manos para que pintara.
En este tiempo, Jawlensky emprendió una serie de versiones que denominó «meditaciones». Un conjunto de óleos de reducido tamaño que giraban alrededor de un solo motivo: una sol cara con unos rasgos precisos; una faz que conservaba evidentes reminiscencias del de Cristo y que simbolizaba el rostro de la humanidad. A pesar de las formas básicas y de los colores arados de estos lienzos, al fondo de las composiciones lo que vibraba es el recuerdo lejano de aquel primer icono que vislumbró cuando todavía era un chiquillo. «Es una cara universal, la de Cristo. Llega a ese rostro en un momento vital, cuando siente muchos dolores y apenas puede moverse. Es inevitable que estas caras nos traigan a la memoria el rostro de Cristo de la Sábana Santa. Todo eso tiene que ver con la espiritualidad que siempre sintió y que culmina al final de su vida», explica Nadia Arroyo, director del área de Cultura de la Fundación Mapfre.
La fuerza del color
Jawlensky parte de la figuración habitual de su tiempo. Unos retratos inmersos en una atmósfera de misterio y envueltos por una bruma pictórica que enturbia sus rasgos, aunque mantenga la expresión y la psicología del retratado. Pero, más adelante, al alejarse del dibujo academicista, va encontrando su propio camino y avanza hacia un desprendimiento de los superficial. «En el proceso de su evolución -aclara Nadia Arrojo-, va cogiendo fuerza el color, algo que se puede apreciar en los retratos y paisajes de Murnau, en las cabezas de preguerra, con ese color ya tan expresionista, pero al mismo tiempo ya tan personal, Aunque algunos de los paisajes nos recuerdan a un Kandinsky, los bustos de preguerra que realiza son figurativos, pero, en cambio, el color tiene una fuerza y expresividad subjetiva». Jawlensky, que es deudor del postimpresionismo del que forman parte Cézanne, Van Gogh y Gauguin, irá evolucionando hacia un uso del color cada vez más intenso hasta aproximarse en algunos puntos al fovismo.
La exposición, sin ser una retrospectiva, aborda diferentes aspectos sustanciales de la obra de este artista ruso, marcado por las guerras y los exilios propios de la época. De su Rusia natal se trasladó a Alemania, donde entró en contacto con las vanguardias, pero con el estallido de la Primera Guerra Mundial, lo obligaron a dejar Berlín y marcharse a Suiza, donde se instaló con su familia. Desde allí realizaría una obra que iría alejándose de lo matérico. «Variaciones» es un conjunto de cuadros que parten de una sola perspectiva: un paisaje arbolado con un camino. Jawlensky regresaría a ese mismo lugar y repetiría sin cesar el óleo, pero cada vez sería diferente. Los colores irían cobrando protagonismo y la realidad iría desapareciendo dentro de unas formas geométricas cada vez más sencillas. El resultado es que casi alcanzó la abstracción más pura. Este camino sería el mismo que seguiría cuando acometiera «Meditaciones», al final de su biografía, cuando acometió ese rostro que muchos identifican con Cristo y que es una síntesis del icono ruso, la cruz y el sentimiento religioso. El círculo se había cerrado.