Félix Ovejero: “El Gobierno aprovechó su guerra cultural, que es una batalla ideológica”
Cuando se cumple un año del inicio de la pandemia, el escritor hace repaso de la calidad y los costes de la gestión política de la crisis: “Un Gobierno con pocos escrúpulos usó los mecanismos perversos de la democracia”
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-Julio Valdeón: ¿Cómo ha sido la gestión de esta pandemia?
-Hemos visto un estado inoperante y que con el estado de las autonomías no había un ministerio de Sanidad, cuando teníamos una sanidad bastante razonable, que ha funcionado durante mucho tiempo. Me cuesta mucho atribuir a responsabilidades individuales actos que pueden depender de marcos institucionales, pero ha coincidido con un gobierno con pocos escrúpulos, que ha usado los mecanismos perversos de la democracia y ha aprovechado además su guerra cultural, que es una batalla de fondo ideológica. Se manejan bien en la propaganda y sabían que cualquier herramienta excepcional que pudieran crear, gracias al singular escenario provocado por el virus, se podía consolidar y convertir en algo definitivo. No olvidemos que llegaron contra la ley mordaza y miremos cómo estamos. Se han proporcionado las herramientas a tipos sin escrúpulos, sin control parlamentario y con la superioridad moral de la izquierda. Todo al servicio de la tesis de que la crítica moral frente a ellos no existe.
-Rebeca Argudo: ¿Y la respuesta social?
-Hemos sido extraordinariamente disciplinados, hemos asumido costes altísimos en derechos y libertades, algunos tan insólitos como encerrarnos tres meses, sin necesidad de enfrentarnos a la crudeza de la muerte. Es una situación singular. Se podría haber hecho a la Churchill: “Miren, aquí hay un drama, y yo les emplazo. Su obligación es esta”. Pero no ha sido el caso. Se nos ha ocultado el drama, las cifras, se ha escamoteado la gravedad y la información, ocultado la muerte, su imagen, y, a la vez, se ha pedido al ciudadano un comportamiento heroico en nombre de algo que no era otra cosa que la fiabilidad de la palabra del presidente.
-J. V.: ¿Había posibilidad de respuesta eficaz preservando todos los derechos y libertades?
-Hay diferentes maneras de volar. Se puede volar como un globo aerostático, se puede volar como un avión, como un ave… Pero todo eso es volar. Había muchas maneras de resolver, muchas respuestas funcionales. Pero todas requerían intervenciones. Cualquier respuesta institucional es el resultado de las motivaciones de los agentes y la administración de las reglas de penalización para que las acciones desemboquen en el resultado deseable. Las instituciones se generan para encauzar los comportamientos, porque no siempre se genera de manera espontánea la respuesta que resuelve el problema ni funciona la mano invisible. Entonces hay que establecer reglas o un sistema de penalización. Hay que reconocer la tensión entre proteger derechos y libertades, articular mecanismos de toma de decisión colectiva y obtener resultados. Y, en ese triángulo, lo deseable es preservar el máximo de derechos y libertades, mantener un grado de autogobierno razonable y resolver problemas.
-J. V.: ¿Estábamos en las mejores manos?
-Afortunadamente, esto le ha tocado gestionarlo a la izquierda. No porque la derecha lo hubiese hecho peor, sino porque la tensión civil, aun en el caso de que se hubiese gestionado mejor, habría sido brutal. Tuvimos un experimento natural no hace tanto, cuando la crisis del ébola. Si tú tienes dos situaciones idénticas en los aspectos relevantes y la respuesta ciudadana es diferente, te lleva a preguntar, entre otras cosas, si eso que llamamos movimientos cívicos no son otra cosa que correas de transmisión.
-R. A.: Como conclusión es desoladora.
-Sí, es una conclusión deprimente, pero para no caer en una actitud de resignación, pensemos en el contrafáctico, en el escenario mental ideal. Ampliemos el foco de los mundos posibles: existía otra posibilidad. La más sensata y cabal era un gobierno de concentración, no encanallarse ante un reto importante y depurar, de paso, nacionalismos con un sentimiento patriótico cimentado en retos reales.
-R. A.: ¿Se ha perdido el pudor del ejercicio de la mentira?
-La lista de mentiras es, efectivamente, interminable. Sería un inventario fatigoso. Se sienten impunes porque son los que administran la moral, tienen la justificación instrumental. Hay, además, un ejercicio propagandístico. Solo hay que ver los trucos retóricos de Iglesias, por poner un ejemplo, con el uso de adversativas que no tienen nada que ver entre ellas. No hay nada, es una inanidad ideológica. Sabemos que el votante es infantil, pero que una vez descubierto el truco el político lo rentabilice, lo utilice estratégicamente y lo aliente es la novedad perversa.
-R. A.: Gobierno asesino, socialismo o libertad, nos matan por ser mujeres, en España hay presos políticos… ¿Vivimos en la hipérbole?
-El debate está muy encanallado... las democracias modernas fueron diseñadas para trabajar con votantes ignorantes. Eso, en principio, podría funcionar. Imita el modelo del mercado. Como consumidor no necesitas saber cocinar para seleccionar al mejor cocinero. Los padres fundadores concluyen que un montón de ciudadanos, votantes mezquinos, elegirán a los mejores gobernantes. Pero el mercado político es un mercado de información asimétrica. No hay modo de especificar el contrato. Entre otras cosas porque el escenario de retos es futuro, con lo que la selección política genera preferencias por la mala calidad. Lo llamativo es que hemos encendido el debate ideológico cuando el nivel es más bajo que nunca. Palabras como socialismo, o neoliberal, o facha, ya no significan nada.
-J.V.: Dada la situación con las vacunas en Europa, ¿serías partidario de intervenir las patentes? ¿O corremos el peligro de desincentivar la investigación?
-En situaciones excepcionales no podemos hablar de arbitrariedad. No tiene porqué desincentivar. La lógica es la misma que se usó en tiempos de guerra. Otra cosa sería aplicarlo en la vida cotidiana. Y el debate sobre el sistema de patentes de vacunas y su liberalización existe desde hace tiempo, pues muchas epidemias afectan al Tercer Mundo. Como decía el nobel de economía, Robert Lucas, muy poco partidario de Keynes, cuando llega la hora de las trincheras todos somos keynesianos.
-J. V.: Un fenómeno asociado a la crisis fue el de los discursos de los filósofos del apocalipsis, que pronostican que el sistema colapsaba, que llegaba el fin del capitalismo, etc.
-Llegaron a decir que el virus era un invento para controlarnos, lo cual es una falacia funcional: que la pandemia provoque un aumento de los controles no explica el origen de la enfermedad, igual que el aumento del consumo de tranquilizantes después del 11-S no explica las causas del 11-S. Ya he visto muchas crisis finales del capitalismo.
-J. V.: Por no hablar de las críticas paleo científicas, que asumen el virus como una suerte de castigo bíblico, que fustiga nuestro desarrollo científico. Sí es cierto que la destrucción de la biodiversidad provoca que estemos más expuestos a las enfermedades zoonóticas.
-Incluso ese riesgo lo ha revelado el conocimiento científico. No es poesía. Alguien ha investigado y ha anticipado los posibles peligros en publicaciones académicas. Ahora, detrás de los retos ambientales hay problemas muy serios, que no podemos orillar. Aunque cuesta mucho modificar las pautas de comportamiento en aras de unos votantes que no existen y generaciones que ni siquiera conocemos. Hasta que no se estrechan los márgenes entre mi acción y las consecuencias no vemos respuestas, y para entonces la capacidad de respuesta democrática es más limitada. Las viejas ideas del club de Roma no estaban del todo fuera de lugar. No acertaron en los datos concretos, sí en las tendencias. Pero claro, lo contaba Diamond en “Colapso”, el vínculo entre las acciones y los resultados es muchas veces difuso, los procesos son lentos. Nadie premia las políticas preventivas porque no pueden rentabilizarse.