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Isaak Bábel, el escritor al que Stalin persiguió hasta matarlo

Páginas de Espuma publica en «Cuentos completos» por primera vez en España toda la producción de uno de los principales autores rusos depurados por el régimen soviético

Isaak Bábel trabajando en sus cuadernos, en 1933
Isaak Bábel trabajando en sus cuadernos, en 1933Georgii Grigorievich Petrusov (1903-1971)

El 16 de julio de 1936 falleció Maksim Gorki y con él también desapareció la suerte de Isaak Bábel, su protegido literario. Stalin no tardó en ordenar la detención de Bábel, quien confiaba que al menos no pusieran trabas a su obra. «No me da miedo que me detengan. Solo pido que me den la oportunidad de trabajar», le dijo a su compañera sentimental. Stalin sabía que el autor al que perseguía se había reunido con intelectuales troskistas, social revolucionarios o extranjeros, como Malraux o Gide. Incluso se sospecha que Bábel podía haber sido, por su origen judío, un daño colateral del pacto de no agresión firmado por la URSS y Alemania de agosto de 1939. Lo único que se sabe con certeza es que el autor fue condenado y ejecutado por el stalinismo el 27 de enero de 1940. Tras su muerte, sus obras fueron prohibidas en las repúblicas soviéticas.

Sin embargo, todos aquellos que pretendían, con el dictador Josef Stalin a la cabeza, eliminar la memoria de Isaak Bábel se verían hoy sorprendidos al comprobar la reivindicación que se sigue haciendo de alguien que hizo del relato breve un arte. La editorial Páginas de Espuma publica ahora la mejor herramienta para conocer a Bábel con la publicación de «Cuentos completos», un monumental volumen de más de mil páginas en el que también se incluyen sus reportajes, diarios y relatos cinematográficos. Es la primera vez que el lector español puede tener la totalidad de la producción conocida de un escritor que ha tenido y sigue teniendo numerosos seguidores. La labor de reunir su obra completa ha recaído en Jesús García Gabaldón, Enrique Moya Carrión, Amelia Serraller Calvo y Paul Viejo, quienes firman la traducción de los textos de Bábel.

Pero, ¿quién era este autor que supo llamar la atención de nombres como Saul Bellow, Borges o Antonio Muñoz Molina? Para García Gabaldón, este «Maupassant judío de Odessa» es el responsable de una producción que representa «un inagotable canto a la alegría de vivir». Tampoco se queda corto este filólogo, en la introducción de este volumen, en el momento de buscar sinónimos con los que definir a Bábel: «Obstinado, irónico, paciente, vivaracho, lenguaraz, ilusionista, mago y prestidigitador de la palabra, orgulloso, lleno de amor propio, profundo observador de la condición humana, amante de la verdad y de la justicia, gran oidor, excelente conversador y fabuloso narrador oral».

Deseo y pasión

Pero Bábel es también alguien que necesita la literatura como forma de subrayar su alegría de vivir, uno de los grandes ejes de su narrativa. Ajeno a integrarse en el mundillo literario de su tiempo, optó por la literatura, pero sin dejar de lado un compromiso ético y social, algo que a la larga le traería trágicas consecuencias. Para él la existencia es un espectáculo que quiere vivir hasta el final. Eso es lo que hace que quiera conocer con todo detalle, con todas sus aristas, al ser humano y que se deje arrastrar tanto por el deseo como por la pasión. La clave de todo eso se encuentra en un estilo que va reelaborando con el paso de los años. El mismo Isaak Bábel reconoció en una entrevista a Konstantín Paustovski, en el verano de 1925, que «puedo escribir un cuento sobre lavar la ropa blanca y, quizá, puede sonar como la prosa de Julio César. Todo está en la lengua y en el estilo. Parece que se me da bien». Para aclarar esa afirmación puso un ejemplo: «Tomo una cosa insignificante, una anécdota, una historia del mercado, y hago de ella una obra de la que no puedo separarme. Juega. Es redonda como un canto rodado. Eso se debe a la cohesión de las partes. Y la fuerza de esa cohesión es tal que no se rompe ni con un rayo. Leerán ese cuento. Y lo recordarán. Se reirán, no porque sea divertido, sino porque uno siempre quiere reírse del éxito de una persona».

El escritor sabe que su mejor herramienta es la realidad. De ella se sirve para escribir sus cuentos, los mismos que habían fascinado a Gorki cuando se conocieron en Petrogrado en 1916. Quien era considerado el primer gran escritor ruso de su tiempo no dudó en acoger a Bábel como su protegido y amigo. Por esa razón le brindó las páginas de su revista «Létopis» para publicar sus cuentos, aunque uno de ellos, «Mamá, Rimma y Ala», será acusado de pornográfico y de incitar al odio por parte de las autoridades legales del ya caduco régimen zarista.

Nuestro hombre se sirve de lo que tiene más a mano, de la vida, de todo lo que lo rodea para escribir. Él mismo explicaría que «no tengo imaginación. Lo digo completamente en serio. No sé inventar. Debo conocer hasta el último detalle, de otro modo no puedo escribir nada. En mi escudo está grabada la premisa: “¡Autenticidad!”. Por eso escribo tan lentamente y tan poco». Escribir puede resultarle asfixiante, un grandísimo y doloroso esfuerzo hasta el punto de señalar que «después de cada cuento, envejezco varios años. ¡Nada de mozartiano, de alegría ante el manuscrito, de vuelo ligero de la imaginación!».

Desagradable realidad

A Bábel le atrae la realidad, aunque esta sea a veces desagradable. Eso es lo que hace que en las páginas de este libro también encontremos la persecución que sufren los judíos en los últimos años del Imperio Ruso, pero también la violencia que hay tras la Revolución que él vive en primera persona, la guerra civil, lo que fueron los llamados planes quinquenales, el padecimiento de un pueblo que sin recursos de ningún tipo pasa hambre... Todo ello hasta ver las garras del monstruo, el terror personificado en Stalin. Es, por tanto, incómodo para el poder.

Uno de los mejores críticos de Bábel. Alexánder Voronski, también víctima de la represión stalinista, señala que uno de los grandes méritos del escritor es su capacidad de narrar desde el silencio. Con el triunfo de la Revolución dirigida por Lenin, Bábel tuvo que prescindir de cualquiera inclinación hacia la vanguardia para ponerse al servicio de un nuevo estado totalitario. Se le sugiere que comience a andar por el camino del realismo socialista... Pero aquello era algo imposible de cumplir.

De nuevo, García Gabaldón nos da la pista al recordar que «Bábel no podía cumplir ese encargo, pues estaba decidido con firmeza a hacer de la literatura un arte al servicio del hombre y de la vida, no del poder establecido». Eso es lo que provocó que se le fueran cerrando muchas puertas porque no había espacio a la libre creatividad. Tuvo que buscar refugio en la industria cinematográfica para poder trabajar. Fue en el campo del séptimo arte donde colaboró desde 1924 hasta poco antes de ser detenido. Redactó, por ejemplo, la adaptación para la gran pantalla de «Mis universidades», de su querido Gorki. El cine le permitió ganar dinero cuando pasaba hambre. Bábel diría de esa experiencia que «se han revelado en mí, inesperadamente, dotes especiales para el cine, y en este terreno soy ahora el rey».

Pese a viajar por Europa y escribir un estupendo diario de sus impresiones vividas en París, Bábel no quiso marcharse de su país. Su mujer, su hermana y su madre emigraron a Bélgica y Francia, pero él no dio un paso para huir. Tuvo algunas oportunidades: las últimas, en 1932 y 1935, cuando fue autorizado a viajar al extranjero, pese a la oposición del mismísimo Stalin a que realizara estos desplazamientos. Era mejor, para Bábel, seguir en Rusia, porque, «a pesar de todos los inconvenientes, me siento bien en mi país natal. Aquí se vive pobremente, y en muchas cosas es triste, pero es mi material, mi lengua, mis intereses. Dar una vuelta por el extranjero, sí, estoy de acuerdo, pero hay que trabajar aquí». Y en Rusia, en la URSS, siguió trabajando hasta que Stalin dijo basta y decidió que lo mejor era fusilarlo tras un falso juicio.

Odio a muerte a un narrador

Bábel fue detenido el 16 de mayo de 1939. Hoy puede saberse algo más de la persecución sufrida por el escritor gracias a la documentación que se guarda sobre su persecución y muerte en los archivos de la KGB. De esta manera se ha podido concretar que fue Stalin personalmente quien siempre le tuvo en el punto de mira. Las autoridades soviéticas acusaron a Bábel de ser un trotskista, además de haber trabajado como espía para Francia y Austria. El 1 de septiembre de 1939, sabiendo que su suerte está prácticamente echada, no dudó en escribir una larga carta al todopoderoso y temido Beria, el comisario del Pueblo de Interior de la URSS y ejecutor de la represión stalinista. En ese texto, su «Autocrítica», intentaba convencer a Beria de que todo había sido un error: «La Revolución me reveló el camino de la creación, un camino de trabajo feliz y útil. El individualismo, enraizado en mí, mis erróneas opiniones literarias, la influencia de los troskistas, en la cual caí a comienzos de mi labor literaria, me hicieron desviarme de ese camino». No pudo ablandar al sanguinario Beria. Stalin firmó una lista de 346 ejecutados añadiendo «a favor» como nota. Bábel era el número 12 de la lista. Fue asesinado el 27 de enero de 1940. Tras su muerte, Stalin ordenó la destrucción de todos los manuscritos del escritor. Isaak Bábel era rehabilitado por la Unión Soviética el 18 de diciembre de 1954. Fue exonerado de toda culpa.