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“El horizonte”: luminoso regreso a los diecisiete

Delphine Lehericey mezcla su experiencia personal con una novela de Roland Buti para pintar el fin de la adolescencia en los paisajes de la Europa rural de los ochenta

Laetitia Casta protagoniza la cinta "El Horizonte"
Laetitia Casta protagoniza la cinta "El Horizonte"ImdbImdb

En eso que hemos convenido en llamar “coming of age” por puro contagio sajón, pero que en realidad podíamos encontrar ya en la “mayoridad” de las novelas de Carmen Laforet, cabe el fin de la adolescencia, sí, pero también la propia asunción de la muerte, las responsabilidades o, quizá de manera más hiriente, la culpa. En “El horizonte”, la realizadora suiza Delphine Lehericey se sirve de los formalismos del género y los traslada, con clínico “female gaze”, a la Europa rural de finales de los ochenta para adaptar una novela de Roland Buti, referente de las letras helvéticas.

Un fotograma de "El Horizonte"
Un fotograma de "El Horizonte"ImdbImdb

El debutante Luc Bruchez da vida a Gus, un crío enclenque que verá como, en apenas un verano, su vida cambiará para siempre. Hijo de un matrimonio de infelices, él (Thibaut Evrard) por la paupérrima situación del agro en el viejo continente y ella (Laetitia Casta) por un romance prohibido, tendrá que caer de maduro antes de que la situación acabe consumiendo a toda la familia a su paso y a él mismo, enrocado en no dejar de ser un machote a ojos de su mejor amiga. El cóctel, que en la campiña francófona bien podría traer soporíferos ecos de Rohmer, se vuelve gustoso por la expresión inocente de Bruchez y espirituoso bajo el atrevimiento de Lehericey, que explica así su filme. “Al leer la novela, encontré en ella bastantes vínculos y enlaces para identificarme, pero desde ahí lo transporté hacia lo personal. Los personajes me parecían muy duros, muy grotescos, así que los convertí en algo más propio, añadiéndoles experiencias de mi infancia”, explica la realizadora.

Autoficción relativa

Si bien la mirada infantil es la que enfoca la película, con cámaras clavadas a metro y medio del polvo, el relato de “El horizonte” también es uno de independencia y emancipación femenina: “La película cuenta dos momentos trascendentales en la vida de una mujer y su hijo, por lo que es imposible destacar la importancia de una perspectiva sobre la otra”, dice Lehericey sobre las dinámicas entre el personaje de Casta, lesbiana en el armario, y Evrard, marido violento y último estandarte de esa masculinidad que, con camisetas interiores y pelo en pecho, ya se entiende más como recuerdo arquetípico que como modelo real: “Me inspiré en mi abuelo y un poco en mi padre. No fue tanto un proceso de preparación como de alimentación de ese tipo de relación tan tóxica que a veces surge en nuestras vidas. Afortunadamente, no es algo que me haya ocurrido en lo personal ni me haya tocado de cerca, pero creo que es un tipo de hombre que todos conocemos. He buscado fotos, he escuchado historias del campo y a partir de ahí he intentado divertirme en la manera de lo posible”, añade Evrard sobre su colérico Jean.

La explosividad de su personaje, en consonancia de pasividad con los de Casta y Bruchez, forman una trinidad ejemplarizante sobre el fin de una era: no se trata tanto de cómo el niño se hace hombre, sino de cómo el hombre se transforma en algo que no le hubiera asustado de niño. Por supuesto, la visión de Lehericey evita que el relato caiga en los tópicos y, aunque cada vez sea más común, su película es uno de esos extraños casos en los que es la mujer la que interioriza el trauma de su propia naturaleza: “Sería absurdo negar que muchas cosas por las que pasa Nicole (Laetitia Casta) me han ocurrido a mí. Claro que hay más historias de hombres en el armario de que de mujeres, está en nuestra cultura, simplemente hay más hombres haciendo cine que mujeres, o al menos con mayor repercusión. La sexualidad femenina es la tesis de mi carrera y es lógico que se refleje también en mi cine”, remata la directora. Esa autoficción relativa que arroja como resultado “El horizonte”, con su calor asfixiante y sus paisajes bucólicos de ese verano al que jamás podremos volver, ha lugar en el “coming of age”, en la mayoridad y, por supuesto, en el “muy mía, para los tiempos que corren” con el que se despide Lehericey.