Rubén Amón: «Los toros representan todo lo ofensivo para la sociedad de hoy»
Su libro «El fin de la fiesta» se ha convertido en un sólido alegato en defensa de la tauromaquia
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Rubén Amón (Madrid, 1969) tiene esqueleto de baloncestista, mirada tardo infantil y una inagotable curiosidad para discernir información, ópera o libros. Su más reciente batalla, «El fin de la fiesta» ( Debate), contiene un sólido manojo de argumentos para la defensa de la tauromaquia. «Los toros son la conspiración perfecta, pues reúne todo lo que hoy incomoda a la sociedad», sentencia un Amón que enhebra en las obra tesis con la facilidad de quien conoce los entresijos del toreo.
–¿Sobrevivirá la fiesta?
–Los toros tienen hoy una doble amenaza, compatible además. Por un lado, un ataque de la clase política desproporcionado. Creo que el Gobierno ha llegado a prevaricar, junto a la pasividad de Ciudadanos que en su momento se apuntó a los toros, y la agresividad despiadada de Iglesias, unido a la propia inercia hostil de la sociedad. Por otro, la implosión concretada en la endogamia del mundo taurino y su pasividad para crear vínculos con la sociedad, pensando que los toros iban a ser eternos porque sí. A pesar de ello, hay futuro para la fiesta.
–¿Y cómo se asegura dicho futuro?
–Este enigma se puede despejar mirando a Francia. Es un ejemplo de resistencia, como un modelo de vanguardia, con una protección legal y una defensa estructurada de la fiesta para salvar todos los malentendidos contra ella, desde el animalista al político.
–Habla del fin de la fiesta...
–Es polisémico. Puede parecer una provocación por un lado, aunque lo que me interesa es hablar del destino o la finalidad de la misma. No es una epitafio sino una defensa a ultranza. Como en « El hombre tranquilo», en un momento dado necesitaba comprometerme. Sobre todo, ante la manera desesperante con la que los toros se defienden a sí mismos.
–¿Quién quiere que lea el libro, los taurinos o los anti?
–Intento convencer a los antitaurinos. De hecho, me dirijo al agnóstico, quien debería estar preocupado por el recorte de libertades que encierra la frase «prohibir los toros». El libro es una llamada al ciudadano cuya libertad está amenazada. Los toros al final son lo de menos; lo que me preocupa es que nos determinen nuestra libertad en una sociedad que tiene graves problemas con la tolerancia y la libertad de expresión.
–¿Debemos avergonzarnos los aficionados a los toros?
–En absoluto. No debemos pedir perdón ni negociar nada con la sociedad. No me gusta la obsesión por edulcorar el espectáculo, los indultos sin justificación o la necesidad de tener que dar argumentos para que nos respeten. No me interesan las razones económicas, ni las de la preservación de la especie, sino las del vigor y autenticidad de este espectáculo.
–¿La idea suya de la tolerancia tiene que ver con la tercera España?
–Me sitúo en la España incómoda, que molesta, provoca, escandaliza. Por eso, cuando algunas Comunidades prohíben la entrada a los menores están describiendo esta fiesta como algo prohibido, y es lo que me interesa. Los toros representan todo lo ofensivo para la sociedad actual. Incluyen a veces el tedio, la falta de respuesta inmediata en la sociedad de las prisas. Por no hablar de la muerte de toreros, que además legitima todo esto. El aficionado a los toros, y son datos de hábitos culturales del Ministerio de Cultura, es, frente a lo que se cree, un espectador culto, viajado, leído y con una visión crítica de las cosas.
–Los toros siempre se han manipulado políticamente...
–Sin duda. Ahí está el célebre caso del toro de la alternativa de Manolete que se llamaba «Comunista», y luego «Mirador» en la España de Franco. Aquí ha habido un gran malentendido, sobre todo, con la izquierda, que no suele reparar que los toros vienen de la Ilustración y que supusieron una subversión de las jerarquías con el torero como encarnación del pueblo. Todo por miedo a la tradición. Es chocante el tratamiento vejatorio que ha dado la izquierda a los proletarios del toreo en esta pandemia.
–¿Qué encarna la figura del torero en esta sociedad contemporánea?
–La de un héroe de verdad. La tauromaquia desafía el dogma de la homogeneidad social que confunde el derecho a la igualdad con la mediocridad. Esa que crea héroes virales de actos tan absurdos como el bombero salvando un lagarto de la piscina. O que considera heroico quedarse en casa en la pandemia. Por contra, el torero es un héroe que tiene vocación, el cuerpo lleno de costuras, y además es masculino frente a la confusión con el machismo, lo cual es otro malentendido.
–Y otro es el que se alarma por lo irracional que es el toreo.
–Claro. Cuando a mí me dicen que los toros son irracionales, contesto que naturalmente. Es su razón de ser. El arrebato artístico de quien se pone ante uno es evidentemente irracional.
–La muerte está presente.
–Hoy se esconde la muerte y los toros la tienen muy presente. Sin ella sería como una misa sin eucaristía. Los toros son cruentos pero no crueles, tienen mucha gravedad porque pasan cosas serias. Me encanta esa imagen poética de una tarde de toros en los que la sombra va ganando espacio al sol.
–¿Hemos abandonado ya la idea de fiesta nacional?
–Los toros no son solo españoles, pero son muy españoles. Hay toros en otros países, aunque tiene mucho que ver con nuestra forma de ser. Este es un país que no ha dado grandes filósofos ni músicos, pero sí mártires, místicos y toreros. Es un reflejo del país del que no podemos avergonzarnos.