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Moby, de rey del exceso a la santidad

El músico, que durante años de éxito mundial tomó “horribles decisiones” publica nuevo trabajo sinfónico y se entrega a los derechos animales: “Encuentro culpa en todo lo que hago”. Acaba de publicar “Reprise”, su nuevo álbum
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Lleva sus brazos tatuados con un escandaloso mensaje en dos palabras: «Animal Rights». Ese es el verdadero propósito hoy en la vida del músico estadounidense Moby, un icono de la electrónica comercial en los 90, que desde hace unos años ha encontrado en los principios del ecologismo y el animalismo su prioridad vital. Claro, todo sea dicho, después de unas cuantas temporadas de esfuerzo consagradas a la noble causa del sexo, las drogas y la sordidez con el ahínco de un activista por los derechos... a la fiesta. Como si se tratase de un «straight edge» vegano, Richard Melville Hall, bisnieto de Herman Melville, está más orgulloso que nunca de haber sido bautizado con el nombre de la ballena blanca que el escritor convirtió en mito literario y no con el del atribulado capitán Ahab. Ahora, publica «Reprise» (29 de mayo), un álbum en el que lleva sus grandes éxitos al formato sinfónico con el sello de calidad de Deutsche Gramophon y presenta «Moby Doc» (Rob Bralver), un documental en el que cuenta sus cumbres y sus abismos, algo que ya ha tratado con poco pudor en dos libros autobiográficos. Padre suicida, ataques de pánico, drogas, «strippers», rehabilitación y activismo dan forma al arco vital del músico.
MI familia y otros animales
En parte, la vida de Moby puede leerse como una fábula. Su padre, un hombre culto pero alcohólico, convirtió su infancia en una pesadilla de la que solo se evadía con las múltiples mascotas que tuvo. En su madurez, el artista de 55 años se dedica al activismo en favor de los animales. «Estoy de acuerdo, pero cuando era niño, yo estaba aterrorizado con los humanos y solo me daban paz los animales, la música y los libros. Medio siglo después, sigo evitando a los humanos y con las mismas tres actividades. El trabajo de mi vida ha sido luchar por mejorar su bienestar porque siento que cualquier cosa que pueda devolverles no es nada comparado con lo que ellos tienen que padecer y con el consuelo y la alegría que me han proporcionado», explica el artista, que ha vendido más de 20 millones de discos y que marcó una época con su sonido, que fue calificado de «electrónica inteligente» con una desagradable perífrasis marketiniana.
Terapia y meditación
Moby experimentó, de la noche a la mañana, una explosión comercial de la que se volvió esclavo. Se olvidó del «okupa» y del marginal que había sido hasta entonces y se entregó al estrellato, el desaforado consumo de drogas y todos los clichés de la vida de la «rockstar» precisamente menos inteligente. Experimentó un descenso a los abismos de la auto indulgencia, la insatisfacción y el vacío. Y de paso a una sensación de fracaso tan completo que abarca sus intenciones suicidas. «Todo lo que he vivido, ser un alcohólico y un drogadicto, y tomar decisiones horribles y actos vergonzosos, ha contribuido a la perspectiva que tengo actualmente. Se aprende mucho más de los errores, porque el éxito contiene una ilusión que asegura que lo que sea que estés haciendo, lo estás haciendo bien. Y a veces es justo lo contrario», explica el autor del megaéxito «Porcelain» que huye de la moralina. De su loca espiral de excesos ha hablado en sus autobiografías y también lo hace sin tapujos en la película que próximamente se estrenará en salas y plataformas, pero en el filme habla menos de cómo logró redimirse: «Terapia, meditación, lecturas, Alcohólicos Anónimos... Tuve que mirarme de frente porque, para conseguir cambios, tienes que deconstruir tu vida».
Uno de sus antecedentes vitales, era, claro, el de su padre, quien, un buen día, cuando escucha que su mujer no le aguanta más y que se va de casa con el pequeño Moby, borracho y loco arranca su coche, pisa a fondo, y lo estrella contra un muro de ladrillo. El pequeño se queda con su madre, la única persona de su vida. Pero cuando ésta fallezca, unos años después, Moby estará tan hundido en su toxicidad que se pierde el funeral sumido en un coma resacoso. Y, claro, está el otro antepasado, el gran Melville. «Cuando yo solo tenía 10 minutos de vida, mi padre me dio mi apodo familiar. Él me puso lo de Moby y es muy divertido que así fuera. Desde entonces, me sentí atraído por la figura del escritor y he mirado mucho su vida. Estoy extrañamente orgulloso de ser parte de la alegoría de ’'Moby Dick’', y me encanta que me llamen como a la ballena, porque ésta representa la naturaleza desconocida. Y de eso trata mi vida», explica. «Hay un monólogo en el libro en el que el capitán, que es un hombre racional del siglo XIX, le grita al universo. Yo lo veo como un precursor del existencialismo, porque él dice que todo lo visible es una mentira, que no hay verdad en lo que vemos. Por eso odia a la ballena, porque ésta realmente no se preocupa de las cosas de los humanos. No le importamos y eso le vuelve loco. Estoy feliz de llamarme Moby en vez de Ahab. Esto mi padre lo hizo bien».
¿Mejor ser, pues, como la ballena, para encontrar la paz? «Buena pregunta. Mi situación es acomodada y es muy difícil cultivar la paz si te mueres de hambre, pero hay que preguntarse otra cosa: mucha de nuestra miseria viene por cuestiones que nos autogeneramos. Ideas que asumimos. Me hace pensar en Mark Twain cuando dijo: “Mi vida se ha llenado de increíbles desdichas y desgracias, algunas de las cuales incluso sucedieron”. Y al final nos espera la muerte, que es la institución más justa que nunca haya existido». Moby siente la culpa del maltrato que reciben los animales en su país y en el mundo. «Desde luego. Pero es que mi vida entera está llena de la culpa por no hacer más. Amo hacer discos, leer libros e ir a la montaña. Pero todo lo que hago tiene algo de culpa asociada porque siento que debería utilizar cada minuto de mi vida haciendo el mundo un lugar mejor y tratando de ayudar a los animales. Siento que no hago lo suficiente».

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