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Rosalie Varda: “La militancia de Agnès pasaba por derribar las barreras del género”

La Filmoteca Española dedica, hasta mediados de mayo, una retrospectiva a la mítica cineasta belga y su hija ha estado en Madrid para presentar algunas de las sesiones
FILMOTECA ESPAÑOLA
La Razón
  • Matías G. Rebolledo

    Matías G. Rebolledo

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En «Los espigadores y la espigadora», el documental dirigido a comienzos de siglo por Agnès Varda, la realizadora hablaba ya sin ambages de la muerte, entendiendo que sus «arrugadas manos» eran un presagio y «una evidencia de lo inevitable». Sin embargo, entre aquel proyecto y su fallecimiento en 2019, todavía le quedaban por vivir una Palma de Honor en Cannes, varios premios César y hasta su primera nominación al Oscar («Caras y lugares») justo un año después de haber sido galardonada con la estatuilla honorífica.
«No creo que buscase nunca hacer un testamento fílmico de su cine, sino construir una versión pedagógica del mismo, como queriendo enseñárselo a las generaciones futuras». Así entiende la filmografía de su madre Rosalie Varda, hija de la directora junto al cómico francés Antoine Bourseiller, protectora del legado de la voz más tierna de la «nouvelle vague» y de visita en Madrid para apadrinar la completa retrospectiva que le dedica la Filmoteca Española, con más de 15 películas entre marzo y mayo.
Desde trabajos en los que ha participado la propia Rosalie en tareas de responsable de vestuario, como “Las cien y una noches” (1995), clásicos incontestables de la filmografía de Agnès como “Sin techo ni ley” (1985) o “Mur murs” (1981) se encontrarán en el madrileño Cine Doré con tesis más recientes, como el “Varda por Agnès” (2019) en el que su hija participó como productora o el mencionado “Caras y lugares”, de 2017.
Más allá de las etiquetas
«He aprovechado estos tiempos tan oscuros para ordenar documentos y encontrar incluso apuntes que creíamos perdidos», explica Rosalie Varda en entrevista con LA RAZÓN antes de seguir: «Cualquier iniciativa que de a conocer el cine de mi madre será bienvenida. Incluso si proviniera de una plataforma», aclara. La puntualización de Varda no es casual, ya que antes de sentarse con cualquier servidor de «streaming», exige que las películas sean acompañadas de un acuerdo curatorial: «Lo digital permite que personas que en su vida se acercarían al cine lo hagan, pero es de lógica exigir una contextualización de lo que se está viendo. Hay que ir hacia un modelo editorial, donde las recomendaciones vayan más allá de lo que esté de moda, exigiendo que las plataformas eduquen más que exploten», añade.
Después de posponer su presencia en Madrid debido a la pandemia y a dos años del fallecimiento de la directora, cuando “todavía tenía ganas de seguir levantando proyectos, aunque no fuera luego muy constante con ellos”, Varda hija recuerda: “Tenía sus cosas, como todos los realizadores, pero era una persona con la que se hacía muy fácil trabajar. Esa imagen de amabilidad que trascendió es fiel reflejo de cómo era”. Y sigue: “No sabría decir si la echo más de menos como directora o como madre, porque son dos tipos de duelo distintos, pero me llenó de orgullo ver todas las muestras de cariño que recibimos a su fallecimiento”.
Rosalie, que atiende a la entrevista desde la propia sala del Doré donde se ha rodado, por ejemplo, “Dolor y gloria”, cree que la huella en la historia del cine de la directora de «Cleo de 5 a 7» o «La felicidad» va mucho más allá de ese cajón exclusivo de lo feminista en el que, a veces, se la quiere encerrar: «Mi madre detestaba la idea de los festivales ’'en femenino’'. Creía que fueron necesarios en su momento, a mediados de los sesenta y principios de los setenta, pero ya nunca más. Ella me decía: ’'Yo no hago películas de mujer, hago películas. Soy una artista y punto’'», recuerda antes de rematar: «Creo que su cine puede seguir vivo a través de quien la cita, como Ava DuVernay o Céline Sciamma, pero su militancia pasaba, precisamente, por derribar esa barrera».